lunes, 6 de junio de 2016








    


La Reunión Secreta


1

A lo largo del día los aviones privados fueron aterrizando sobre la pista del pequeño aeropuerto. Como cada cuatro años la Reunión Secreta iba a celebrarse el 29 de febrero, esta vez en una remota isla del Pacífico alejada por completo de la civilización. Desde aquel lugar recóndito lo único que podía divisarse en miles de kilómetros a la redonda era el horizonte azulado del mar. Aquel paraje exótico de la Polinesia resultaba ser un sitio perfecto donde pasar desapercibidos ante el resto del mundo.

Cuatro años antes la reunión se había celebrado tras los muros inaccesibles de un castillo medieval frente al lago Ness en Escocia, pero en esta ocasión la convocatoria requería de una clandestinidad todavía si cabe más absoluta. Era el año 2000 y estaba comenzando el tercer milenio. Aquella fecha simbólica resultaba propicia para decidir las nuevas medidas que regirían los designios de la Humanidad durante las próximas décadas.

Las personalidades más poderosas del mundo iban a reunirse allí: sociedades secretas, logias masónicas, magnates de multinacionales y banqueros acaudalados. Todos los años se celebraba una asamblea ordinaria donde se hacía balance de la situación mundial y de los beneficios obtenidos, pero la reunión que se convocaba el día 29 de febrero en los años bisiestos era la más trascendente. Ésta iba ser la primera reunión del tercer milenio y por eso resultaba de vital importancia. El ser humano iba a iniciar un nuevo ciclo en su evolución y las máximas autoridades del Orden Mundial eran conscientes de ello. No iban a permitir bajo ningún concepto dejar en manos del libre albedrío todo el poder que habían

 acumulado durante siglos. Su objetivo era diseñar un plan que condujese a la Humanidad por el camino adecuado.

 


 

2

Aquella tarde la paradisíaca isla de aguas color turquesa y de playas de fina arena se vio repleta de aviones que perturbaban el sosiego habitual del lugar. A tan sólo unos kilómetros de la pista de aterrizaje se hallaba la mansión señorial donde esa misma noche llevarían a cabo la Reunión Secreta. Una estrecha y sinuosa carretera rodeada de frondosas palmeras conducía hasta el palacete. Diversos controles de guardas armados hacían imposible cualquier infiltración ajena en la finca. Un circuito cerrado de televisión operativo desde el interior del edificio vigilaba cada palmo de la zona. Para mayor seguridad, la mansión estaba rodeada por un estanque plagado de tiburones, convirtiéndose así en un lugar inexpugnable ante cualquier intento de asedio.

La arquitectura de la fachada principal era espectacular. Ocho columnas de dimensiones colosales sostenían el pórtico que imitaba la estructura del Partenón. Dos esfinges de jaspe rojo custodiaban la entrada del edificio. Las puertas de caoba habían sido talladas con diversos motivos apocalípticos de pasajes bíblicos. El interior se hallaba totalmente cubierto con mármol de Carrara. La sala principal en la recepción estaba decorada con paneles de ámbar dorado y los techos con pinturas de escenas mitológicas. Esculturas grecorromanas de inigualable belleza daban prestancia a cada rincón de la residencia señorial. Lámparas repletas de diamantes tallados colgaban de todas las estancias. Rubís, ágatas, gemas y esmeraldas adornaban las sillas y los sofás de estilo clásico en las alcobas. Los cuartos de baño estaban provistos de yacuzzis y habían sido alicatados con azulejos de amatista. Los pasamanos de las escaleras eran de oro macizo y las balaustradas tenían incrustaciones de piedras preciosas. Todos los pasillos estaban recubiertos de espejos que hacían aumentar la sensación de amplitud. El vestíbulo conducía a una escalinata en forma de espiral que en su primer rellano tomaba dos direcciones. La escalera de la izquierda subía hasta los dormitorios de los huéspedes y al mirador de la terraza que estaba situado en la azotea. Desde allí se podía divisar una magnífica vista del Océano Pacífico. La escalera que giraba a la derecha conducía a la Gran Sala Subterránea donde aquella misma noche se iba a celebrar la Reunión Secreta. Durante el recorrido hacia la Gran Sala falsos pasadizos desviaban del camino correcto a todo aquel que no conociera el verdadero trazado a seguir. Solamente el equipo de seguridad dominaba a la perfección cada recoveco del pasaje subterráneo. Aquel diseño laberíntico proporcionaba una sensación absoluta de aislamiento.

Una puerta blindada de veinte centímetros de grosor daba paso a la Gran Sala Subterránea que estaba acorazada con placas de plomo y diseñada para resistir el más vehemente de los seísmos o un posible ataque con misiles nucleares. El recinto, con una capacidad para quinientas personas, se hallaba rodeado en su parte inferior por un enorme acuario que comunicaba con el estanque haciendo de las paredes de vidrio azulado un auténtico decorado viviente. Los tiburones deambulaban a sus anchas por el acuario ajenos a todo lo que existía en el interior de aquel recóndito lugar. Varias filas de butacas forradas de terciopelo se orientaban en dirección a un altar que se elevaba por encima del resto en mitad de la estancia. Sobre el estrado, un obelisco negro de un metro de altura presidía la sala. Ese símbolo de poder representaba a todas las Sociedades Secretas convocadas. Aquel recinto inexpugnable era como una especie de catedral subterránea oculta bajo el corazón de la isla. Nada en el planeta podía ser capaz de perturbar lo que esa velada se celebraría allí y que cambiaría el rumbo de la Humanidad.

 


 

3

A pesar de la remota ubicación de la isla, alejada de cualquier punto habitado en miles de kilómetros a la redonda, la organización no había escatimado en medidas de seguridad alrededor del evento secreto. Decenas de guardaespaldas con walkie talkies permanecían apostados en diversos puntos estratégicos de la costa, mientras el resto de los vigilantes registraban el interior de los aviones y los equipajes de los asistentes con extrema minuciosidad. Todo estaba calculado al milímetro procurando que no se dejara pasar por alto el menor de los detalles.

Sin embargo, Steve Hammill, periodista de investigación y audaz reportero, había logrado infiltrarse en la isla como miembro de seguridad bajo el nombre de Peter Hacket falsificando su documentación. Steve Hammill había estado en numerosos conflictos a lo largo y ancho del mundo. Llevaba lustros presenciando las situaciones más extremas que un corresponsal de guerra pudiera soportar: torturas, decapitaciones, atentados, ejecuciones, fusilamientos… Vivir bajo la amenaza de los tiroteos o las bombas resultaba cotidiano para Steve. Esa situación de riesgo continuo era como una droga que llevaba en las venas. Le atraía el reto de permanecer siempre al límite de cualquier situación. Sentir la adrenalina rezumando por los poros formaba parte de su naturaleza intrépida. Le gustaba poner su vida al filo de la muerte en constantes desafíos. Steve ejerció de corresponsal en el desierto durante la guerra del Golfo en primera línea de fuego; realizó reportajes fotográficos en Sarajevo exponiéndose por las calles bajo el punto de mira de los francotiradores; se entrevistó con los más peligrosos sicarios de los cárteles de la droga en Sudamérica; se introdujo en los suburbios de maras latinas donde la muerte era cuestión de un parpadeo; convivió durante semanas en Palestina con mártires que pretendían inmolarse en cruentos atentados terroristas; llegó a contactar con grupos de talibanes atravesando los terrenos montañosos más inaccesibles de Afganistán… Ahora aquella aventura en una isla perdida del Pacífico suponía un nuevo desafío para él. No le arredraba el hecho de saber que muchos compañeros de profesión habían desaparecido sin dejar rastro cuando quisieron infiltrarse en poderosos lobbies que controlan los negocios más lucrativos del mundo.

 Meses atrás diversos contactos le facilitaron la información sobre el lugar y la fecha exacta de la Reunión Secreta. Steve Hammill trazó concienzudamente el plan a seguir. Durante varias semanas estuvo matriculado en una academia para aprender las aptitudes de vigilante hasta que pudo obtener el título. Más tarde, mediante una serie de sobornos, consiguió plaza de agente en la empresa encargada de la seguridad en la isla. Hasta ese momento cada detalle planeado había salido a pedir de boca. Uno tras otro, Steve Hammill había logrado alcanzar sus objetivos. No obstante, la intuición le decía que aquella era la misión más peligrosa que iba a llevar a cabo en toda su vida. Sin embargo, su ambición como periodista estaba por encima de cualquier temor. A Steve le gustaba implicarse hasta las últimas consecuencias viviendo los acontecimientos al pie del cañón. Si había algo que detestaba era pasarse las horas muertas en un hotel preparando crónicas que no suponían riesgo alguno. Le atraía más ver con sus propios ojos en primera fila lo que estaba sucediendo… Steve Hammill llevaba años intentando alcanzar una gran exclusiva mundial. Esta vez por fin parecía que iba a realizarse su gran sueño de conseguirlo.

El momento decisivo para realizar su plan con éxito llegaría cuando tuviese que acceder a la Gran Sala sin levantar sospechas. Steve como vigilante tenía acceso al guardarropa donde se hallaba el vestuario que los convocados iban a utilizar en la Reunión Secreta. En horas nocturnas había hurtado varias prendas de los asistentes que escondía en el dormitorio bajo el somier. Su intención era abandonar el puesto de vigilancia, quitarse el uniforme de guarda, acceder a la sala subterránea y asistir al evento como uno más de los convocados. Iría provisto de una pequeña grabadora que ocultaría bajo la túnica durante toda la asamblea.

El ambiente en torno a las reuniones secretas siempre estaba cargado de un matiz ceremonioso. Los asistentes debían ir cubiertos por una túnica y una máscara de carnaval. El Tribunal Supremo de la Asamblea, compuesto por cien miembros, llevaba túnicas de color púrpura y máscaras plateadas. El resto de asistentes, los cuales componían la mayor parte del aforo, vestían túnicas negras y máscaras azules. El Gran Maestro era el único que llevaba una túnica de color rojo escarlata y una máscara dorada.

Nada más instalarse en sus aposentos a todos los miembros se les entregaban dos contraseñas en un sobre lacrado que no debían abrir hasta una hora antes de la reunión. Tras ser leídas y memorizadas por los convocados, tenían que destruirlas de inmediato arrojando al fuego de la chimenea el sobre con la información en su interior. Una de las contraseñas era de entrada a la Gran Sala Subterránea y la otra de emergencia ante un posible contratiempo durante la ceremonia. El equipo de vigilancia tenía acceso a la contraseña de entrada, que en esta ocasión iba a ser Tamerlán. Pero la contraseña de emergencia era de alto secreto y estaba rigurosamente vetada a la seguridad. Otra de las normas inquebrantables era que los guardas no podían acceder a la Gran Sala durante el evento, dado que la información allí expuesta resultaba ser de una trascendencia decisiva para el resto de la Humanidad. No obstante, la vigilancia controlaba todo lo que acontecía mediante el circuito cerrado de televisión. Por medio de las imágenes sin sonido, estaban al tanto de cualquier suceso anómalo que pudiera producirse en la sala acorazada. 

La Reunión Secreta debía comenzar a las 21:00 horas. La principal dificultad que se le presentaba a Steve era que para entrar en la sala tenía el tiempo sincronizado al milímetro: en cuestión de minutos debería abandonar su puesto sin ser visto, dirigirse al dormitorio, cambiarse de ropa, salir con la túnica y la máscara e introducirse en la reunión tras haber pasado el control de la contraseña. Durante el tiempo que durase la asamblea, su puesto quedaría abandonado hasta que regresara. Ciertamente no era un lugar comprometido. Su misión consistía en vigilar la terraza del mirador. En aquel lugar apartado todo permanecía tranquilo al no haber concurrencia alguna. Eso le ofrecía un plus de clandestinidad. Lo realmente crucial para Steve era regresar allí antes del cambio de turno. El reportero se arriesgaba a que la Reunión Secreta pudiera prolongarse, que no le diera tiempo a volver a su puesto y que sus compañeros lo encontrasen desierto. Una vez iniciada la asamblea, nadie podía abandonar la Gran Sala bajo ningún concepto. De producirse aquella circunstancia adversa, Steve sabía que todo habría terminado para él.

 

 

 

4

Tras el largo viaje de los asistentes desde todos los puntos del planeta a cada miembro se le sirvió un refrigerio en sus aposentos. El resto de la tarde lo emplearon en prepararse con solemnidad para la Reunión Secreta. A las 20:45 de la noche, los guardas llamaron una por una a todas las habitaciones privadas en el ala izquierda del palacete. Había llegado la hora… Mientras tanto, Steve Hammill se hallaba en su puesto de la terraza inquieto y expectante. Cada turno de vigilancia duraba seis horas. Steve había comenzado por la tarde y el relevo llegaría justo a medianoche. Calculó que le daría tiempo de volver antes de que concluyera la reunión. Aprovechando aquel trasiego preceremonial, Steve salió de la terraza procurando no encontrarse con ningún vigilante. Sin embargo, antes de llegar a su dormitorio el reportero se topó de frente con el sargento Moore, que había sido designado como responsable del ala izquierda de la mansión. El sargento Moore tiempo atrás fue un marine norteamericano expulsado del ejército estadounidense por agredir a un superior. Era un tipo rudo que no se andaba con remilgos a la hora de dar órdenes a sus subordinados.

—¡Peter, qué haces aquí! —espetó Moore con voz enérgica.

Necesitaba ir un momento al servicio...

—¡No lo vuelvas a hacer! —gritó el sargento—. Si necesitas abandonar tu puesto, comunícate antes con el walkie para que te releven. ¡Venga, date prisa!

No se preocupe —respondió Steve en tono conciliador —Tardaré poco en volver.

El sargento Moore estaba tan pendiente del control de la planta que decidió no perder más tiempo en disputas. Sabía que el puesto de Steve era de bajo riesgo. Cualquier intruso para llegar hasta allí debería pasar por varios filtros de control en los aledaños de la finca y eso era prácticamente imposible.

Un golpe de adrenalina recorrió el cuerpo del reportero. Aquel contratiempo le iba a retrasar en su cometido. Para evitar cualquier sospecha, era imprescindible llegar a la entrada de la Gran Sala mezclado con el resto de asistentes antes del inicio de la reunión. El primer factor de clandestinidad absoluta había fallado. Ese encuentro con el sargento Moore estaba fuera de sus cálculos. Aquella adversidad podía costarle cara… Ahora tendría que esperar allí varios minutos hasta que todo volviese a la normalidad.

 Al salir del servicio Steve no se dirigió de nuevo a su puesto. Caminaba con sigilo por el pasillo de la planta intentando localizar la presencia del sargento. Al escuchar su voz en la lejanía, Steve aceleró el paso metiéndose rápidamente en su habitación. Presuroso, se cambió de ropa y salió de nuevo ya vestido con la túnica negra y la máscara azul. Ante su estupor, nada más torcer la esquina Steve volvió a toparse con él. Sus piernas se quedaron paralizadas. El corazón le bombeaba a toda velocidad. El sargento Moore se acercó lentamente mirándole con gesto de extrañeza. Aquello no le cuadraba… Todos los miembros de la reunión ya esperaban en fila junto a la entrada de la Gran Sala Subterránea. Y lo más sospechoso: aquel sector de la planta estaba reservado a las habitaciones del servicio doméstico y a los vigilantes. En un acto reflejo instintivo, Steve simuló una cojera caminando lentamente. El sargento Moore le increpó con voz autoritaria.

—¡Alto, deténgase!

 La sangre de Steve se heló bajo la túnica. Sabía que era necesario actuar con naturalidad y sin perder la calma. Tenía a su favor el anonimato de la máscara y su amplio conocimiento de idiomas. Steve se dirigió al vigilante en alemán.

 —No entiendo lo que me dice respondió el sargento Moore contrariado.

 Steve comenzó a hablar en inglés impostando la voz. Para él no era difícil hacerlo. Durante años había trabajado en televisión como actor de doblaje. Su dominio de cualquier registro en el tono de locución era impecable. El reportero se disculpó diciendo que se había perdido. Al instante el sargento Moore le indicó el camino. Steve suspiró levemente tras la máscara azul y se dirigió cojeando hacia la escalera que llevaba a la Gran Sala Subterránea. Eran las 20:55 horas. Ya había entrado el resto de los convocados. En la puerta de acceso, un par de guardas con gafas oscuras custodiaban la zona. Su corazón se aceleró. Uno de ellos le dio el alto pidiéndole la contraseña.

Tamerlán —respondió Steve con voz firme, aunque sus piernas temblaban bajo la túnica.

El guarda le hizo un gesto para que pasara. Por fin Steve Hammill entró en la Gran Sala... Al reportero le impresionó ver las butacas repletas de individuos enmascarados y docenas de tiburones merodeando por el acuario circular. Steve se ubicó en la fila trasera donde todos los asientos estaban vacíos. Al fin pudo respirar tranquilo… Sentado desde el fondo, podría contemplar el acto con una perspectiva privilegiada. El ambiente en la sala acorazada era sobrecogedor. Todos los enmascarados ocupaban su lugar solemnemente. En las dos primeras filas se hallaba el Tribunal Supremo de la Asamblea con sus túnicas de color púrpura y sus máscaras plateadas. La Gran Sala Subterránea estaba rodeada por velas encendidas dando al entorno un matiz fantasmagórico. El acuario tenía su propia iluminación con luces indirectas de tonos azules que reflejaban las siluetas de los escualos. Sobre el altar dos cirios de color morado custodiaban el imponente obelisco negro. De pronto, alguien hizo sonar un gong que retumbó en la bóveda acorazada. Aquel sonido penetrante anunciaba el inicio de la Reunión Secreta. Los asistentes dejaron de hablar ipso facto. El murmullo dio paso a un silencio sepulcral. Segundos después, el Maestro de Ceremonias apareció por una entrada secreta oculta tras un biombo. Lo único que se escuchaba era el eco de su calzado sobre el suelo marmoleo de la Gran Sala. Su porte imponía un tremendo respeto. Se trataba de un individuo corpulento y de gran estatura. Sus movimientos resultaban seguros y parsimoniosos.

El Gran Maestro subió al estrado vestido con una larga túnica de color rojo escarlata, apoyado en un báculo con zafiros incrustados. En el dedo anular de la mano derecha lucía un grueso anillo de platino. Su máscara dorada destacaba sobre el resto frente al altar. Los ojos del Arcano brillaban por los orificios. El Gran Maestro miró a su izquierda. Tras un leve gesto con la mano, un sirviente le trajo una tetera oriental sobre una bandeja de orfebrería plateada. Lentamente el Arcano revisó varios papeles que estaban prendidos en un atril junto al obelisco negro. Aquel monolito sobre el estrado presidía el evento firme e inalterable entre los dos cirios, simbolizando la prestancia y el poder de los allí reunidos. Los enmascarados aguardaban expectantes el comienzo de la Reunión Secreta. En la última fila, Steve Hammill contemplaba todo maravillado. Sin duda aquel iba a ser el momento cumbre de toda su carrera como periodista… El reportero introdujo la mano por una abertura de la túnica y accionó la grabadora. Tras dirigir una mirada penetrante en rededor, el Gran Maestro apoyó el báculo en el suelo y comenzó a hablar con voz grave y solemne.  

—Como todos los aquí reunidos sabéis, nuestras Sociedades Secretas fueron creadas en el anterior milenio para dirigir el destino de la Humanidad. Un año más nos reunimos de nuevo, en esta ocasión por primera vez durante el siglo XXI, circunstancia que nos ofrece una nueva perspectiva a la hora de planificar los métodos de programación que vamos a utilizar para regir a todas las civilizaciones del mundo. Nosotros somos la élite, a la cual nos ha sido encomendada crear un nuevo Orden Mundial. Sentamos las bases de las directrices a seguir y articulamos el engranaje del globo terráqueo apartando de la máquina a las piezas defectuosas. Ostentamos el poder, no sólo como herramienta para lograr nuestros fines, sino como un fin en sí mismo. Somos el gobierno real del mundo en la sombra.

El Gran Maestro hizo una leve pausa. Era un hombre que debía rondar los setenta años, pero su voz resultaba poderosa y elocuente. A pesar de llevar la máscara, denotaba arrogancia con sus ademanes bruscos y resueltos. Enfatizaba las frases subiendo el tono y alzando el báculo en dirección a la cúpula acorazada. Steve Hammill se mostraba excitado ante lo que estaba presenciando. Ya había escuchado hablar del Nuevo Orden Mundial en numerosas ocasiones. Suponía el control global del planeta dirigido por un solo gobierno que cada cierto período de tiempo enmarcaba un nuevo ciclo de la historia de la Humanidad con cambios drásticos en las pautas políticas y en el equilibrio de poderes. Los miembros de las Sociedades Secretas que imponían estas estrategias en el mundo eran personas muy poderosas. Se trataba de banqueros acaudalados, líderes políticos, empresarios multimillonarios, magnates del petróleo, lobbies de multinacionales y accionistas de la industria farmacéutica.

 Por fortuna para él, en ningún momento podía delatarle su rostro. Con su mano derecha Steve sostenía el microcassette bajo la túnica. En los bolsillos interiores llevaba dos cintas de repuesto para hacerse con el discurso de la reunión al completo. Había dejado un resquicio imperceptible en su ropaje con la intención de captar mejor el sonido en la grabadora. El Gran Maestro, de pie tras el altar, prosiguió su discurso hablando con autoridad.

Hasta ahora hemos utilizado todo tipo de estrategias para dominar al vulgo basándonos siempre en la mano férrea y en los métodos expeditivos. Desde el siglo pasado hemos monopolizado los carburantes y las energías industriales para mantener el control de la economía y elevar de esa forma nuestros ingresos. De igual manera, hemos privatizado los suministros esenciales para tener subyugada a la población. Hemos sobornado a los políticos de todos los rincones del planeta presionándoles para que favorezcan nuestros intereses. Hemos elegido a los presidentes más importantes del mundo durante décadas. Hemos diseñado el plan de transición en países con dictaduras obsoletas que no nos interesaban. Hemos eliminado a gobernantes incómodos de naciones en vías de desarrollo que pretendían hacerse con la energía nuclear. Hemos propiciado golpes de estado en los lugares vitales de cada continente para detentar el control absoluto de las riquezas. Hemos provocado guerras geoestratégicas para debilitar a los países más conflictivos y a su vez obtener importantes beneficios con la venta de armamento. Hemos controlado a las potencias emergentes vigilando cada uno de sus pasos, tanto a nivel económico como en su producción bélica. Hemos manipulado la economía mundial activando crisis perfectamente calculadas que han llevado a la banca rota a países a los cuales más tarde rescatamos imponiéndoles unos intereses que les mantendrán esclavizados de por vida. Hemos obtenido ingentes ingresos con el tráfico de drogas a gran escala. A su vez, hemos favorecido la difusión de los estupefacientes extendiéndolos por toda la civilización occidental para desviar a la juventud de la lucha revolucionaria y para aplacar el ánimo beligerante de las corrientes sediciosas. Hemos liquidado sin reparos a cualquier elemento subversivo que se antepusiera a nuestros proyectos económicos capitalistas. Hemos hecho uso indiscriminado de la cultura del miedo distorsionando la realidad y maximizando todo lo que repercuta en beneficio de nuestros intereses. Hemos seleccionado de manera adecuada la información que se divulga en todos los medios de comunicación del mundo, tanto prensa como radio y televisión. Hemos patrocinado todo tipo de espectáculos deportivos para entretener a la plebe, desviando de esa forma su atención de los problemas que realmente le afectan y que bajo un caldo de cultivo desestabilizante podrían llevar a la insurgencia de la clase obrera. Hemos condicionado la educación para que solamente las capas más selectas de la sociedad puedan acceder a puestos de relevancia y dominio, haciendo de la ignorancia un arma del poder contra el resto de la población. Hemos inculcado a la clase media de la civilización occidental que la clave de la felicidad reside en el consumo masivo de productos. Hemos monopolizado todos los medicamentos de venta al público para ingresar en nuestras arcas importantes beneficios y para utilizarlos según nos convengan dadas las circunstancias. Del mismo modo, hemos controlado los productos farmacéuticos para que el grueso de la población tercermundista no pueda tener acceso a ellos evitando así la superpoblación del planeta. Hemos exterminado de manera clandestina a un importante extracto de la masa con virus creados en laboratorios propagando varios tipos de contagios mortíferos que hoy en día continúan minando la población desechable. Hemos alterado la atmósfera provocando cambios climatológicos por medio de sistemas vanguardistas. Hemos fumigado con aviones clandestinos a poblaciones enteras rociando sustancias abductoras… En definitiva, hemos utilizado todo lo que estaba a nuestro alcance para seguir manteniendo inalterable en el mundo nuestra pirámide de autoridad sobre la civilización.

El Gran Maestro detuvo su lectura por un instante revisando varias de las hojas con parsimonia. Después introdujo un fino tubo de marfil por la abertura de la máscara y tras dar ligero un sorbo al té, continuó hablando.

De manera regular daremos un golpe de efecto poniendo frente al poder de los países más influyentes a títeres políticamente correctos que den sensación de apertura y progresismo. Cabe la posibilidad de que con el tiempo hagamos presidente de la mayor potencia mundial a un hombre de raza negra. Incluso en un futuro más lejano pondremos a una mujer al frente de dicho cargo. Eso se hará en el momento adecuado para aplacar los ánimos de los demócratas y rebajar la tensión en el mundo occidental. Ya sabéis que desde hace lustros venimos intercalando un hombre duro con otro más tolerante al frente de los Estados Unidos. Esa estrategia pendular es la que nos ha permitido desde siempre mantener un equilibrio estable para nuestros intereses económicos.

Hubo unos instantes de silencio. No se escuchaba ni el vuelo de una mosca en el interior de la Gran Sala. El servicio de seguridad revisaba las imágenes desde el circuito cerrado de televisión en el interior del palacete. Los tiburones deambulaban por el acuario girando de lado a lado en una danza muda y monótona bajo los focos azules. Todo parecía estar en calma… El Gran Maestro prosiguió su discurso aferrando su báculo con la mano derecha.

Tras haber neutralizado el peligro comunista en el pasado milenio, crearemos un nuevo enemigo imaginario para justificar todas nuestras acciones preventivas en el mundo. Desestabilizaremos de nuevo Oriente Medio, pero esta vez no por cuestiones políticas, sino con la religión como pretexto para mantener nuestra presencia geoestratégica de manera constante. Incitaremos a la Yihad en todos los países musulmanes, lo que nos dará carta blanca para actuar donde y cuando queramos. De esa forma nuestra producción de armamento se incrementará y podremos controlar los recursos energéticos allá donde nos interese. Cualquier excusa nos servirá para invadir toda nación que en un momento puntual nos convenga. Fingiremos haber detectado armas químicas o hechos similares si las circunstancias lo requieren. Llevaremos a cabo actos violentos bajo falsa bandera siempre que lo creamos oportuno para justificar nuestras acciones y favorecer nuestros intereses en cualquier lugar. Facilitaremos objetivos a los terroristas para que atenten en las ciudades más representativas del mundo provocando masacres de proporciones nunca imaginadas. Ningún país de occidente quedará exento de la amenaza yihadista; ni siquiera la nación más poderosa del planeta. Los servicios secretos mirarán hacia otro lado mientras los radicales fanáticos apuntan hacia el corazón de la Gran Manzana. Después el mundo ya nunca será el mismo y nosotros tendremos enfrente al demonio que justifique nuestros actos… En el nuevo milenio habrá muchos mártires que derramarán su sangre, pero es el precio que debemos pagar si queremos llevar a cabo nuestras actuaciones geoestratégicas.

Hubo un murmullo soterrado que se fue extendiendo entre los miembros de la reunión. A Steve Hammill le parecía estar asistiendo a una representación teatral o a una escena de ciencia ficción. No podía concebir que se permitiese perpetrar un ataque terrorista en el centro del mundo civilizado, aunque las palabras del Gran Maestro habían sido tan explícitas como rotundas. Instantes después, golpeó el suelo tres veces con el báculo para acallar los cuchicheos y prosiguió su discurso.

Todo esto lo haremos por el bien de la Humanidad. Napoleón dijo que no le importaba arrastrar a millones de soldados a la muerte en aras de sus propósitos. A nosotros tampoco nos afecta el sufrimiento de la población mundial pues la base de todo reside en conservar la esencia del ser humano en su versión más excelsa. Las pandemias y las hambrunas no son sino una selección natural que permite sobrevivir a los más fuertes. Con un planeta superpoblado la Tierra se colapsaría llevándonos a una inmolación global tras el desplome de los recursos naturales. Por eso el dominio del planeta debe tener una estrategia preconcebida minuciosamente… Desde hace lustros hemos adaptado el conocimiento y la programación mental de la sociedad. Cualquier revolución ideológica debe ser fagocitada de forma expeditiva por el sistema establecido. El mayor peligro es que cada persona como individuo tome conciencia de que está siendo manipulado. La revolución psíquica nos debe alarmar más que ninguna otra forma material de sublevación ante el poder establecido. Nos conviene permanecer alerta para mantener en todo momento dividida a cualquier fuerza emergente. Pensaremos siempre en términos de poder absoluto sin inclinarnos hacia tendencias políticas poco pragmáticas. Articularemos a los distintos grupos sociales ordenando a la masa. En el siglo XXI promoveremos el conflicto entre los sexos para dividir a la sociedad y debilitarla. Alentaremos a los movimientos feministas creando un caldo de cultivo hostil en la ciudadanía que afectará a toda la población sin distinción de clases. Este proyecto lo llevaremos hasta tal punto de crispación que ya no habrá vuelta atrás. Con una planificación calculada, sistemática y progresiva, incitaremos desde los medios de comunicación para que hombres y mujeres se enfrenten de manera irreconciliable. De esa forma lograremos que la sociedad permanezca dividida y por consiguiente será mucho más fácil de manipular.

De nuevo un murmullo se dejó escuchar entre todos los congregados. Tras unos instantes de revuelo, el Gran Maestro prosiguió su discurso en tono firme y solemne.

No nos interesan las opiniones de los gobernantes en los congresos de los organismos internacionales. No nos gustan las florituras verbales ni lavar la imagen de cara a la galería. El cinismo y la hipocresía tan sólo es asunto de los políticos. Nosotros estamos hechos de otra pasta… Las Sociedades Secretas vamos al fondo de la cuestión retocando el engranaje interno de cada país según nos convenga. Con respecto a la economía, ya tenemos trazado un plan para el inicio de este milenio. Estamos diseñando una crisis global sin precedentes. Activaremos grandes maniobras de desestabilización económica haciendo entrar en crisis durante años al mundo entero. Mantendremos sometidas a muchas naciones mediante la presión bursátil. Compraremos literalmente su soberanía como estados ahogándoles en la precariedad de su deuda hasta arrastrarles a la ruina más absoluta.

 


 

5

El Gran Maestro hizo una pausa valorativa. Los miembros de la Reunión Secreta le escuchaban expectantes bajo un lúgubre silencio. Sobre el altar los cirios refulgían entrelazando sus efluvios de humo en el aire. Junto a ellos, el obelisco negro resultaba intimidante. Era una silueta amenazadora que escrutaba todo a su alrededor. Steve Hammill dio gracias a la máscara que le ocultaba el rostro pues su excitación iba en aumento ante lo que estaba escuchando. Aquella experiencia le parecía como un sueño alucinante a pesar de ser una realidad palpable. Se hallaba inmerso en el ojo del huracán rodeado de los máximos dirigentes del planeta… Por unos momentos lamentó no haber introducido también una máquina fotográfica aun sabiendo el riesgo que ese hecho audaz podía suponer. Lo cierto es que una sola instantánea del evento habría alcanzado un valor incalculable.

 De nuevo la voz del Gran Maestro surgió solemne y rotunda tras su máscara dorada.

Todos estos métodos podrían calificarse como de reprochables e indolentes, pero nuestro lema es que el fin siempre justifica los medios por encima de cualquier clase de solidaridad o sentimentalismo estéril. Al final la propia raza humana agradecerá la selección que estamos llevando a cabo. Cuando un campo de cultivo se ve perjudicado por las malas hierbas, la única solución es arrancarlas en aras de una buena cosecha. La superpoblación del mundo es uno de los problemas más graves ante el cual nos enfrentamos en este nuevo milenio. Llegado el momento, si fuera necesario exterminar a millones de habitantes del tercer mundo lo haremos sin que nos tiemble el pulso. Disponemos de virus suficientes para realizar en un futuro dicha operación, aunque de momento necesitamos los servicios de la masa para nuestros intereses y un contingente humano que permanezca en todo momento a nuestra disposición.

El Gran Maestro bebió un ligero sorbo de té. Después apoyó el báculo junto al obelisco, abrió una carpeta que tenía sobre el altar y sosteniendo una hoja continuó el discurso.

Nuestros científicos ya han demostrado que es genéticamente posible crear una subraza humana dócil y sumisa que nos sirva sin cuestionarse que actúa sometida por un ser superior. Ahora es posible crear a la carta seres cuya única misión sea obedecer de por vida a su amo. También se puede transmutar el código genético de cualquier persona para crearle una adicción innata por el servilismo. En los albores del siglo XXI ya está en nuestras manos poder modificar embriones o rediseñar cerebros. Insertando un chip en los recién nacidos podemos conseguir que vivan una realidad virtual adecuada a nuestros intereses...

Un nuevo murmullo se volvió a escuchar bajo la platea del recinto. Los miembros de la reunión hacían comentarios de asombro ante las palabras del líder supremo. El Arcano pidió silencio entre los asistentes y prosiguió con su discurso.

—De forma eventual impondremos vacunaciones masivas que además de aportar ingentes beneficios a nuestros lobbies farmacéuticos nos harán controlar a la población mundial mediante sustancias magnéticas introducidas en el sistema sanguíneo del inoculado. Será una forma infalible de geolocalización… Solapados en subterfugios alarmistas basados en el miedo, tendremos siempre carta blanca para llevar a cabo nuestros propósitos sin que nadie pueda poner objeción alguna. Periódicamente esparciremos virus por el planeta con el doble objetivo de reducir la población y obtener ganancias mediante los medicamentos y las vacunas.

El Gran Maestro hizo una pequeña pausa revisando las anotaciones de su carpeta. Todo los congregados le escuchaban atentos a cada una de sus palabras.

 Durante el siglo XXI los avances tecnológicos cambiarán la faz de la Tierra, por eso nuestras Sociedades Secretas tienen que estar a la vanguardia de dicha revolución científica. De momento nadie puede imaginar ni por asomo los progresos con los que ya experimentan nuestros físicos. Dentro de unos años sucederán cosas que en la actualidad serían calificadas como de ciencia ficción... Los Arcanos hemos puesto todas nuestras esperanzas en la criónica. Ahora parece imposible mantener un cuerpo congelado para en un futuro hacerlo regresar a la vida, pero si nos remontamos en el tiempo el homo erectus jamás habría imaginado un artilugio como un mechero que pudiera encender fuego y cualquier alquimista de la Edad Media habría pensado que un mando a distancia era obra del diablo… Ya estamos trabajando con nanorobots quirúrgicos que restauren los tejidos y las células dañadas por los efectos de la congelación. El paso hacia la inmortalidad del ser humano será algo real, aunque sólo estará al alcance de la clase privilegiada.

El Gran Maestro alzó la vista sosteniendo la mirada con firmeza sobre los congregados mientras su túnica roja se ensanchaba majestuosa tras el altar.

A pesar de todo lo expuesto, nuestros métodos para la dominación de la masa siguen resultando insuficientes. Sin embargo, a las puertas de nuevo milenio hay otra manera de dirigir al mundo que se abrirá paso y que resulta mucho más sencilla…

         El Arcano extendió los brazos con grandilocuencia apoyando las manos junto al obelisco. En las primeras filas los miembros del Tribunal Supremo de la Asamblea escuchaban expectantes tras sus máscaras plateadas. Steve Hammill apuntó el extremo de la grabadora en dirección al altar.

Dentro de poco las nuevas tecnologías nos ofrecerán la oportunidad de regir el mundo de forma totalmente aséptica y clandestina. En cuestión de años dirigiremos las tendencias de la Humanidad sentados frente a la pantalla de un ordenador. Mediante la red de Internet les impondremos nuestra verdad de manera sutil haciendo que caigan atrapados como moscas en la miel. Será una dictadura subliminal para la masa. Decidiremos el rumbo a seguir por el vulgo mientras permanecen abducidos frente al espejismo de una democracia virtual. Poco a poco les transformaremos en autómatas sin que se den cuenta. No habrá ni un solo rincón del planeta que escape a la influencia de nuestros designios. Les despojaremos de toda referencia moral haciéndolos esclavos de las nuevas tecnologías.

Hubo un murmullo de asombro en la Gran Sala.

El inofensivo router del ordenador será el espía que escudriñe la intimidad de cada persona. No hay cerrojos ni cortinas que puedan oponerse a él… Todo va ser tan fácil como un juego de niños. Les manipularemos ofreciendo prestaciones cibernéticas que atraparán su atención día tras día. Las redes sociales darán voz a legiones de idiotas a los que mantendremos constantemente entretenidos frente a las pantallas de sus ordenadores. En caso de que los más suspicaces pretendan acusarnos aludiendo a nuestro poder, esto no supondrá problema alguno para las Sociedades Secretas. Nuestra inaccesibilidad les hará perderse en laberintos sin salida posible. Saben que existimos, conocen nuestros ritos ancestrales, pero jamás sabrán dónde encontrarnos… Somos un club selecto rodeado por las brumas y la oscuridad.

 


 

6

Steve Hammill escuchaba fascinado el discurso de aquel siniestro líder. En numerosas ocasiones había oído hablar de aquellos rituales satánicos a los que se refería el Gran Maestro.  En esos ritos se sacrificaban seres humanos y se bebía la sangre de recién nacidos. Solían ser llevados a cabo en mansiones privadas o en criptas de monasterios. Los cultos eran ofrecidos a divinidades demoniacas con el fin de conseguir mayor poder. Desde tiempos antiguos las Sociedades Secretas habían realizado estas ceremonias con seres inocentes secuestrados de forma clandestina, mayormente doncellas y niños. En esos actos macabros eran habituales las orgías desenfrenadas y los martirios interminables hasta llevar a la muerte a aquellas criaturas que habían caído en sus garras. El objetivo final era poder ingerir a través de la sangre de los torturados el adrenocromo, una sustancia producida por la adrenalina del cuerpo humano que se metaboliza al padecer situaciones de terror y agonía. Para poder obtener el efecto deseado era necesario que las víctimas sufrieran lo máximo posible, de tal forma que la sangre posteriormente drenada fuera rica en aquella sustancia. El líquido rojo alterado bajo intenso suplicio se convertía en un licor de dioses para los miembros de las sectas. Estas prácticas eran usuales en el entorno frecuentado por las élites de todo el mundo. Incluso en la sede del Vaticano a menudo desaparecían chicas jóvenes que nunca jamás volvían a ser encontradas. En muchas criptas eclesiásticas se habían hallado huesos humanos de infantes que fueron ofrecidos como sacrificio en diabólicas ceremonias… Aquellos rituales maléficos formaban parte intrínseca de las Sociedades Secretas. Ahora Steve se hallaba inmerso en ese submundo tétrico como testigo de primera mano. Sin duda aquel evento que estaba presenciando resultaba ser una exclusiva periodística sin precedentes.

Aprovechando una pausa momentánea, el reportero dio la vuelta a la cinta del microcassette con disimulo. De nuevo el Arcano golpeó el báculo contra el suelo reclamando silencio. Steve al instante pulsó el botón para seguir grabando el discurso del Gran Maestro.

Llevamos varios años experimentando nuestros métodos de abducción tecnológica en Japón. El fenómeno de los hikikomori prueba de manera irrefutable que mediante el influjo de Internet se puede someter a la población del mundo hasta el punto de hacer que las nuevas generaciones se aíslen en sus dormitorios, convencidos de que todo lo que necesitan para vivir está dentro de su propio ordenador y que lo que se encuentra más allá del umbral de su puerta es una realidad sustituible que no les interesa. Nuestros encargados de marketing ya están diseñando lo que la civilización occidental va a necesitar en el futuro. Será una esclavitud disfrazada de comodidad. Crearemos una droga cibernética que enganchará a la juventud hasta hacerla caer subyugada bajo nuestros pies… Después trasvasaremos la influencia de Internet a la telefonía. Convertiremos el teléfono móvil en una prótesis de la cual no podrán prescindir ni un solo instante. Llegará un momento en que sentirán temor y ansiedad si no lo llevan encima o si se quedan sin batería. Arrastrarán para siempre su dependencia llevando el teléfono a todas partes. Ésa será su cadena y su condena... Más adelante lo haremos extensible al resto de la población mundial. Convertiremos a los transeúntes de cualquier ciudad en autómatas que no verán más allá de sus pequeñas pantallas bloqueando así sus ideas para que nunca puedan llevar a cabo ningún tipo de iniciativa propia. Lobotomizaremos virtualmente el cerebro colectivo de la masa sin concesión alguna. Mantendremos a la gente idiotizada sin que lo sospechen ni por asomo… Esto ahora en el año 2000 nos parece inconcebible. Sin embargo, en menos de una década será una realidad que predominará sobre la civilización occidental.

Nadie en la sala podía dar crédito a todos aquellos vaticinios tan drásticos y demoledores. El Gran Maestro espoleaba sus argumentos con vehemencia mientras alzaba el báculo.

Ningún adolescente podrá escapar al magnetismo de tener el mundo en sus manos a través de una pantalla, aunque en realidad se tratará de un efecto ilusorio. Las nuevas generaciones no desearán disfrutar de la vida en su dimensión real. Tan sólo les interesará lo que puedan experimentar a través del monitor. Y precisamente ahí reside nuestro poder. Su nuevo Dios no se llamará Jesús, Buda, Alá o Yahvé. Su nuevo Dios se llamará Internet. Será un Dios que los tendrá sometidos sin piedad apoderándose de su tiempo y de su percepción de la vida… Desde hace milenios en todas las civilizaciones del mundo el poder establecido ha controlado a la masa mediante la religión. El invento de un ser superior ficticio ha sido uno de los mayores negocios creados por las élites para dominar a los estratos inferiores de las capas sociales. Pero hoy en día no basta sólo con abducir las mentes de la población. Es necesario indagar uno por uno en sus vidas para tener pleno dominio de los movimientos de cada individuo. En las culturas antiguas nadie cuestionaba la existencia de Dios, y los que osaban hacerlo eran tomados como herejes. En la sociedad actual nadie se cuestiona la omnipotencia de las nuevas tecnologías. Para los que nazcan en el siglo XXI Internet existe desde siempre... Las generaciones futuras jamás sospecharán que la propia web será la red que atrapará su voluntad desde que nacen hasta el final de sus días. Les mantendremos enchufados de por vida. La pantalla de un monitor será su único Dios. Ellos pensarán que miran de afuera hacia adentro, sin sospechar que de dentro hacia fuera somos nosotros quienes les observamos…

Nadie en el patio de butacas movía un solo músculo. Los miembros de la reunión escuchaban ensimismados las sentencias elocuentes de aquel hombre con un poderoso influjo en sus frases lapidarias.

—Más adelante este proyecto tecnológico se hará extensible al resto de la población mundial incluyendo a los países subdesarrollados. En tan sólo unos años mantendremos a la masa total del planeta bajo absoluto control. Países enteros estarán en observación permanente. Grabaremos los movimientos de cada persona anulando por completo su privacidad. Su ordenador y su teléfono móvil se convertirán en una trampa mortal. Un individuo sin intimidad es como un hombre desnudo caminando por mitad de la acera… Localizaremos a cualquier persona por medio de la tarjeta de su teléfono. Podremos intervenir su móvil mediante el código interno incluso estando apagado. Rastrearemos hasta al individuo más huidizo. Sabremos su posición a cada paso que dé. Lo tendremos identificado en todo momento para que no se pueda esconder en ningún lugar. Interceptaremos cualquier tipo de información de cualquier persona en cualquier hemisferio… Dentro de unos años la capacidad de nuestro software estará en condiciones de poder monitorizar el flujo de datos de un país entero. Utilizaremos dispositivos que examinarán todas las comunicaciones. Almacenaremos centenares de miles de informes provenientes de cualquier lugar del globo terráqueo. Los datos de los teléfonos y los ordenadores de millones de usuarios serán vigilados desde salas de control sin que se den cuenta. Seremos como un espía invisible que se infiltrará en sus sistemas para saber todo lo que necesitamos de ellos… Podremos escuchar sus conversaciones privadas, leer sus correos electrónicos, sus mensajes escritos y todos sus movimientos en Internet. Sin saberlo, muchas personas nadarán plácidamente en un río repleto de cocodrilos... Y esto tan sólo es el principio de lo que le espera a la Humanidad… Nuestros científicos ya experimentan con métodos que llegarán a leer la mente de las personas. Se está investigando para poder descodificar telepáticamente los pensamientos del cerebro. Llegado ese día, el dominio sobre cualquier individuo será total. En el futuro los seres humanos estarán tan vigilados que podremos controlarlos mientras duermen infiltrándonos en sus sueños…

Steve ansiaba con todas sus fuerzas que todo lo allí revelado se grabase de manera fiel en el microcassette. A medida que el Gran Maestro desarrollaba su discurso, los oídos le zumbaban ante la perplejidad de lo que estaba escuchando.

El objetivo principal es que la persona no se dé cuenta de que está siendo manipulada. Antiguamente el analfabetismo era un arma vital para el poder establecido. Sin embargo, en el futuro la táctica a seguir irá en dirección contraria… Saturaremos a la masa sucia de información, de manera que crean que están pensando por ellos mismos. La sobreinformación irá retroalimentando su cerebro hasta hacerles creer que son libres. Les resetearemos su disco duro mental moldeando sus ideas y su perspectiva a medida que vayan adquiriendo la información infiltrada de forma subliminal. Al final terminarán por aceptar como suya esa verdad que les ofrecemos sin que sospechen ni por un momento que están rodeados de espejismos. Será como un método de pesca infalible en el cual los peces se dirigen de manera irremisible a través de un embudo en busca del cebo. Cuando quieran darse cuenta, ya no podrán escapar de su trampa… Aplicaremos en sus mentes todo lo que hemos diseñado de forma minuciosa. Les iremos imbuyendo en nuestros intereses creados rodeando su voluntad poco a poco como si fueran capas de cebolla. A este sistema alienante lo hemos denominado educastración. Será una guerra psicológica sutil muy fácil de aplicar en los estratos de la sociedad. Modelaremos a nuestro antojo todo lo necesario hasta convertir en sumiso al inconsciente colectivo de la población. Ése es objetivo de la ingeniería social que vamos a diseñar para el arranque del nuevo milenio. El lema es hacerles desear lo que no necesitan creándoles dependencia de cualquier cosa por superflua que parezca. La masa siempre termina comportándose como gorriones a los que se les echa migajas de pan…

El Gran Maestro hizo una pausa revisando tras su máscara dorada algunos papeles escritos a mano. Después dio otro sorbo al té y siguió hablando con elocuencia.

La educastración tendrá que aplicarse de manera firme y pertinaz. La metodología psicológica empleada será constante e invasiva apoyándonos siempre en los medios de comunicación. Estableceremos lo que nuestros anteriores maestros llamaban dictadura sin lágrimas. Les dirigiremos a un consumo permanente del que jamás podrán prescindir. Crearemos modas absurdas que los mantengan entretenidos y alienados. Les abocaremos a lo que en términos de ingeniería social se llama obsolescencia programada. Los aparatos tecnológicos estarán destinados a morir en un breve espacio de tiempo. De forma escalonada iremos sacando al mercado productos que ya existen desde mucho antes, pero que dosificaremos ofreciéndolos poco a poco. Así irán desechando los ordenadores y los teléfonos móviles sustituyéndolos por nuevos modelos. Será una manera sutil de camuflar al vulgo su condición de esclavos consumistas. Este sistema propiciará que nunca se detenga la maquinaria productiva. Obviamente esto no se trata de algo nuevo. A principios del siglo XX las bombillas eléctricas fabricadas tenían una duración casi imperecedera; sin embargo, hoy en día su caducidad está dispuesta bajo una serie de horas calculadas de forma deliberada.

El Gran Maestro cada vez se mostraba más exaltado en sus palabras. Repasó algunas de las hojas y continuó su discurso pletórico de energía elevando su brazo derecho.

Las tecnoadicciones serán nuestra principal arma en el nuevo milenio. Crearemos dependencias tecnológicas superfluas que constituirán la base fundamental de nuestra programación social. Haremos que sean un elemento de la vida tan imprescindible para cada individuo como respirar el aire… Cuando los conquistadores arribaron al Nuevo Mundo deslumbraron a los indígenas mediante baratijas regaladas a cambio de piezas de oro. Nosotros ofreceremos al vulgo juguetes electrónicos a cambio de su voluntad. Les convenceremos de que la clave de la felicidad reside en sus pantallas digitales. La plebe nunca jamás podrá aspirar a ser feliz, pero conseguiremos que crea que lo es mediante las nuevas tecnologías. Ahí entramos en acción nosotros para conducirles hacia ese espejismo de bienestar manipulado. La principal función del capitalismo es crear ansiedad consumista en la masa. En un futuro no muy lejano les haremos caminar ensimismados por las calles inmersos en sus teléfonos móviles como si fueran autómatas teledirigidos. También les retendremos durante horas sentados frente a su ordenador. Creerán que navegan libres, pero estarán atados con cadenas a sus asientos. Pensarán que se están comunicando, pero en realidad se hallarán solos frente a un frío monitor…  Les mantendremos en un estado de permanente zombificación y de soledad hiperconectada. La base de nuestra programación social reside en eximir totalmente al individuo de ideas personales. Les daremos a elegir entre una serie de opciones preconcebidas. El engaño consiste en que ellos nunca podrán diseñar sus propias opciones. Siempre les vendrán dadas. Será una garantía para tener al vulgo en todo momento bajo control… Si metes a una rana en una olla y la cueces a fuego lento, la rana no es consciente de que se va calentando y terminará muriendo sin saberlo. De la misma forma, la esclavitud de las nuevas tecnologías se irá instalando en sus vidas hasta subyugarlos por completo sin ser conscientes de cómo han llegado hasta donde están...

El reportero no daba crédito ante la perversidad de aquel proyecto manipulador perfectamente calculado desde las más altas esferas. Estaba claro que el objetivo era imponer una dictadura a través de la digitalización global. Aquellos vaticinios impuestos de control cibernético resultaban alarmantes. Steve se aferró a la esperanza de que las profecías tecnológicas reveladas por el Gran Maestro tan sólo fueran elucubraciones de su mente jactanciosa y que jamás se llevarían a cabo. Sin duda todo lo expuesto en aquel discurso del Arcano era un absoluto delirio… Durante unos instantes imaginó a la gente caminando absorta por las calles abducida con sus teléfonos móviles. Aquello le pareció del todo imposible. Nadie con un mínimo de inteligencia podría dejarse manipular de esa manera.

        


 

7

Steve Hammill sacó la microcinta con sigilo e introdujo otra nueva en la grabadora. El tiempo para su relevo se iba agotando, pero estaba tan abstraído que no reparó en ello. La vigilancia controlaba el discurso por el circuito cerrado de televisión en actitud sumamente relajada. Lo único que alteraba la quietud de la Gran Sala Subterránea eran los ademanes despóticos del Arcano y los movimientos sinuosos de los tiburones en el acuario circular. Alzando el báculo con gesto de prepotencia, el Gran Maestro continuó su discurso profético reiterándose una vez más en lo ya expuesto.  Desde el fondo de la sala el reportero accionó expectante su microcassette oculto bajo la capa.

En los factores económicos se asientan las raíces del poder y constituyen el eje fundamental de nuestras Sociedades Secretas. Cada época tiene una estrategia diferente a seguir y nosotros siempre debemos estar un paso por delante anticipándonos a las tendencias o simplemente propiciándolas. En el tercer milenio les haremos creer que Internet es lo único que necesitan para ser felices convirtiéndolos en toxicómanos de las nuevas tecnologías. Estarán enganchados hasta tal punto que sufrirán crisis de ansiedad si les falta la droga de la comunicación virtual. Hace unos años nadie podía imaginar que el mundo entero dependiese de un artilugio tan superfluo como un teléfono móvil. Y esto sólo es el comienzo… Os aseguro sin temor a equivocarme que llegará un momento en el cual la mayoría de la población mundial claudicará hipnotizada por ese pequeño aparato. Haremos del teléfono móvil un tótem al que adorar. Concentraremos en su interior todo lo necesario para esclavizar la voluntad de la plebe. Poco a poco les iremos inculcando necesidades superfluas para que en el futuro les sean imprescindibles. Ésa es la clave: hacerles desear lo que no necesitan. Pondremos frente a sus narices zanahorias tecnológicas que los mantengan dócilmente distraídos... Será un sometimiento constante de baja intensidad. Les daremos libertad virtual a cambio de absoluto control. Les provocaremos un continuo estado de ansiedad consumista abduciéndolos de manera que lo que hoy consideren como novedoso a nivel tecnológico, en poco espacio de tiempo les parecerá obsoleto, manteniendo siempre su voluntad totalmente sumisa frente al mercado que les impondremos. El consumo compulsivo es una de nuestras mejores bazas para la dominación del vulgo… Todos nuestros planes están perfectamente diseñados y los iremos ofreciendo de forma simétrica y progresiva. En la actualidad la gente sólo se conecta a Internet de manera eventual, pero en el futuro la red permanecerá conectada en sus vidas las veinticuatro horas del día. No daremos tregua. Alienaremos sus cerebros sin dejar el mínimo resquicio a la autodeterminación personal. Todo individuo estará automatizado dentro de su aparente libertad tecnológica. Idiotizaremos a la población mundial para siempre. Y ya nunca más podrá haber marcha atrás…

El Gran Maestro continuó arengando a los asistentes durante más de dos horas con su oratoria persuasiva y dogmática. Luego se retiró parsimonioso desapareciendo tras la puerta secreta. En esos momentos se escuchó el sonido retumbante del gong que anunciaba un pequeño receso. Durante ese intervalo de tiempo los miembros de la reunión comentaban entre ellos las impresiones acerca del discurso. Al cabo de quince minutos volvió a sonar el gong. El Arcano regresó de nuevo a la sala y se procedió a un turno de preguntas como era habitual en todas las asambleas. Debía solicitarse intervenir alzando el brazo. Una vez concedido el turno, el miembro en cuestión tenía que ponerse en pie ante todos los congregados. Después de diferentes preguntas, un accionista del sector bancario situado en las primeras filas se cuestionaba cómo iba a ser posible ese estricto sometimiento programado sin que la gente pusiera objeciones. El Gran Maestro le respondió de manera clarividente y rotunda dirigiendo la punta de su báculo hacia él.

—¿Os acordáis cuando los banqueros impusisteis a los clientes la falacia de los cargos por mantenimiento de cuenta? Hasta ese momento nadie en su sano juicio podía pensar que además de daros su dinero también les cobraríais por ello…  Aquella imposición fue una tomadura de pelo hecha realidad. Manejáis sus ganancias y encima os pagan por un servicio anodino y absurdo. ¿No es cosa de locos? Los banqueros sois auténticos prestidigitadores del sentido común, convertís lo inaudito en algo aceptado e irreprochable. Desde hace siglos habéis hecho creer al vulgo que le hacéis un favor teniendo su capital en vuestro poder. Sois capaces de ordenar a los clientes que os besen los pies para después darles una patada en la boca y que encima os lo agradezcan. Sin duda sois tan inteligentes como perversos… Bien, ahí tenéis el mejor ejemplo que podía haberos puesto. Estoy convencido de que nuestro programa de ingeniería social funcionará a la perfección. La masa sucia siempre es dúctil si se sabe emplear con ella los métodos de control adecuados. Lo importante es mantenerles en la ignorancia y en el espejismo perpetuo de su felicidad virtual… Podéis estar tranquilos, el sector de la Banca nada tiene que temer. De hecho, para vosotros tenemos diseñado un plan infalible que subyugará de manera definitiva a toda la población mundial: la restricción absoluta del dinero en efectivo. En el plazo de unos años haremos desaparecer progresivamente la moneda física, de esa forma todas las ganancias del mundo tendrán que estar depositadas obligatoriamente en vuestros bancos, monopolizando así por completo los ahorros de cada individuo para vuestro beneficio. Haremos asociar a la población mundial la palabra dinero a banco de manera intrínseca. Dentro de algunos lustros, todo el capital del mundo sin excepción circulará por vuestros cauces bancarios. Llegado ese día, tendréis el planeta a vuestra merced. Las monedas y los billetes pasarán a ser algo obsoleto e inútil. Las cajas fuertes privadas se convertirán en piezas de museo, no servirán para nada. Todo estará bajo vuestro control financiero.

El Gran Maestro hizo una pausa y bebió el último sorbo de té. Steve Hammill se quedó perplejo ante aquellas revelaciones. De ser cierto, el día que desapareciese el dinero en metálico los bancos dominarían el mundo… El Arcano prosiguió su discurso cada vez más enardecido con sus propias sentencias.

—Todos los del sector bancario os preguntaréis cómo lograremos dirigir al vulgo hacia nuestros intereses sin queja alguna. Bien, será muy sencillo. Una vez más les echaremos migajas para que revoloteen a nuestro alrededor. Les embaucaremos con las supuestas ventajas de realizar siempre sus pagos con tarjeta. Les venderemos el engaño de que utilizar dicha opción es mucho más cómoda que el uso de efectivo, cuando la realidad es que se trata de una trampa urdida que al final les costará muy caro… No poder optar por hacer pagos en metálico al margen de los bancos se convertirá en una dictadura que los hará esclavos de por vida. Cuando todo el dinero circule por cauces bancarios manejaréis sus cuentas a vuestro antojo. Su dinero pasará a convertirse en algo volátil y fuera de su alcance. Con la menor excusa aniquilaréis el patrimonio de quien os convenga. Bastará una simple orden para convertir a cualquiera en indigente bloqueando su tarjeta. Se tratará de algo tan sencillo como abrir o cerrar un grifo. Los clientes se convertirán en marionetas que dependerán de vuestra voluntad… Para realizar este plan de eliminación del efectivo pondremos máquinas en todos los países del mundo e iremos sustituyendo el dinero físico por dinero digital. Les llevaremos al redil como ovejitas sin que sospechen que ofrecer a la Banca todos sus ahorros es lo mismo que poner al zorro a cuidar del gallinero… Esta estrategia bancaria supondrá también un control absoluto de cada persona en el mundo. Será una forma taxativa de anular para siempre la privacidad. Conoceremos todo de cada individuo sin opción a poder impedirlo. El derecho a la intimidad quedará definitivamente anulado.  Tendremos libre acceso a sus datos personales mediante los movimientos bancarios. Sabremos al cien por cien cuáles son sus ingresos y su situación económica. Vigilaremos lo que compra, dónde y cuándo. Nadie escapará a nuestro control. Será una dictadura camuflada dentro de una supuesta democracia…

Después de varias cuestiones más repartidas entre diferentes miembros de la asamblea, el reportero tuvo la tentación de alzar el brazo y hacer una pregunta. Sabía que ese gesto supondría dejar automáticamente de pasar desapercibido, pero aquella oportunidad que se le presentaba como periodista de investigación era demasiado tentadora… Armado de valor, Steve levantó la mano. El Gran Maestro dirigió su mirada hacia él dándole su aquiescencia para plantear una cuestión. El reportero se levantó del asiento cohibido y vacilante. Con un nudo en la garganta, preguntó desde la última fila acerca de los rebeldes y la estrategia a seguir contra ellos. Steve sostenía temeroso su microcassette bajo la túnica para grabar cada palabra. Tras unos segundos de silencio, el Arcano le respondió con tono seguro y categórico.

Nuestra misión es fagocitar a todas las mentes y no dar opción a que los insurrectos entorpezcan nuestros designios. No obstante, los que se rebelen contra los avances tecnológicos también serán marginados por la masa. Los propios corderos acabarán rodeando a los lobos solitarios haciéndoles huir a la soledad de las montañas… No habrá fisura alguna. El ser humano es gregario por naturaleza. Todo aquel que no se adapte a los hábitos adquiridos por el resto de la plebe terminará siendo apartado. La masa sucia hará el trabajo contra los outsiders sin que nosotros tengamos que molestarnos en mover ni un solo dedo. Incluso los que en un principio se muestren más reticentes a introducirse en los nuevos hábitos informáticos terminarán doblegados aceptando la evidencia de los arrolladores avances tecnológicos… En cualquier caso, los disidentes no supondrán peligro alguno para el sistema. Serán ellos mismos los que se encontrarán ante esta disyuntiva: o se introducen dentro del programa creado o quedarán relegados a un ostracismo perpetuo. La misma plebe les dará de lado estigmatizándolos como indeseables e inadaptados. En cualquier caso, tan sólo serán unos pocos. Al resto de la Humanidad la abduciremos sin traba alguna… Puede estar tranquilo, nuestros servicios de inteligencia nunca dejan nada al azar. En caso de que fallase el primer supuesto, siempre estaríamos a tiempo de aplicar a los rebeldes el Plan B, que usted como miembro de las Sociedades Secretas conocerá muy bien…

Steve no se esperaba que el Arcano se dirigiese a él de forma tan directa. De pronto, la grabadora resbaló de su mano cayendo al suelo. Por suerte quedó oculta bajo la túnica junto al pie.

Se le ha caído un objeto… —asertó el Gran Maestro con voz siniestra.

El reportero, totalmente contrariado, se agachó para recoger la grabadora. Luego se sentó en la butaca haciendo una reverencia. Desde el circuito cerrado de televisión el equipo de seguridad observó toda la escena.

 


 

8

La reunión se estaba prolongando más de lo previsto, pero Steve Hammill se hallaba tan abstraído que no reparó en ello. En esos momentos su única preocupación era que el sonido registrado en las cintas tuviera la mayor calidad posible para después regresar a Londres con el material grabado y publicar la exclusiva advirtiendo a la población mundial de lo que estaban maquinando las Sociedades Secretas. Aquel documento inédito sin duda causaría un impacto tremendo en la prensa occidental. Steve era consciente de que tarde o temprano debería cambiar de nombre y desaparecer para siempre en algún lugar recóndito del mundo, pero estaba decidido a pagar aquel alto precio.  No le importaba arrastrar el sacrificio de ser fugitivo durante toda la vida. Con el dinero obtenido mediante las cintas podría retirarse para el resto de sus días viviendo de las rentas.

 Al margen de su ambición por ser reconocido como un periodista de élite, a Steve le alarmaba el siniestro plan que pretendían diseñar las altas esferas en aquella reunión. Todo lo allí expuesto por el Arcano era espeluznante y devastador. No daba opción alguna al ser humano para poder realizarse como individuo en total libertad. Imaginó una sociedad completamente abducida por el espejismo de las nuevas tecnologías y se estremeció. Si todo lo referido por el Gran Maestro pudiera llevarse a cabo, el panorama que se le presentaba al mundo era desolador… En su mente pudo vislumbrar miles de personas caminando por las calles como autómatas incomunicados en su comunicación virtual. Imaginó los transportes públicos llenos de individuos con la vista puesta en sus teléfonos móviles ignorando todo a su alrededor y cientos de peatones tropezando por las aceras de cualquier ciudad del mundo absortos y recluidos en sí mismos. Aquellas imágenes futuras le parecieron el preludio de una sociedad totalmente alienada. Steve se negaba a admitir que el hombre pudiera llegar a ser tan estúpido confundiendo la realidad hipnotizado por un artilugio compuesto de fríos circuitos electrónicos. Sin duda se trataba de una esclavitud disfrazada de bienestar, tal y como había previsto aquel siniestro hombre enmascarado.

Quedaba poco tiempo y las cosas empezaron a complicarse. El sargento Moore decidió hacer una ronda general por todos los puestos de vigilancia del ala izquierda. En último lugar subió a la terraza del mirador. Ante su incredulidad, comprobó que Steve Hammill no estaba allí. El guarda conocido por todos como Peter Hacket había dejado desierto su puesto de manera reincidente. Esta vez el sargento no se lo iba a perdonar... Moore salió corriendo de allí en dirección al servicio, pero tras revisar las puertas de los aseos no le encontró. Rápidamente se dirigió de nuevo al ala izquierda y con la llave maestra entró en la habitación de Steve. Tampoco estaba en el dormitorio, aunque halló su uniforme tirado sobre la cama. Ya no le quedaba la menor duda; Peter Hacket era un agente infiltrado en misión de espionaje enviado hasta allí por algún enemigo de las Sociedades Secretas… El sargento ordenó su búsqueda por todas las estancias y luego subió al centro de pantallas. Desde aquella sala monitorizada revisaron una por una las cámaras del circuito cerrado, tanto interiores como exteriores, Entonces uno de los vigilantes observó algo anómalo: en la sala subterránea donde se estaba celebrando la reunión había una persona de más. Los guardas hicieron el recuento de forma minuciosa y detectaron que a la fuerza tenía que haber un intruso sin identificar entre en los asistentes. El jefe de seguridad accionó rápidamente la alarma dando orden de bloquear la entrada a la Gran Sala. Era preciso interrumpir la reunión en aquel mismo instante para prevenir cualquier riesgo. Uno de los guardas que custodiaba la puerta blindada se acercó hasta el Gran Maestro y le dijo algo al oído. El Arcano se irguió mirando hacia los miembros de la reunión con ademán inquisidor.

—Parece ser que tenemos un espía en la sala…

Un murmullo de asombro se dejó oír entre las butacas. Algunos de los congregados se levantaron de sus asientos mirando alrededor. El murmullo fue en crescendo convirtiéndose en una algarabía de voces entremezcladas. Un intenso escalofrío recorrió el cuerpo de Steve. Su corazón se aceleró a punto de estallar. En ese instante una patrulla de guardas entró bifurcándose en dos hileras para rodear el recinto acorazado tomando posiciones en el interior de la sala.

—Procedamos a la verificación de la contraseña de emergencia —dijo el Arcano sosteniendo el báculo con firmeza—. Vayan subiendo de uno en uno al estrado.

Hubo un silencio sepulcral. La noticia de que alguno de los allí presentes era un espía produjo una sensación plúmbea en el refugio subterráneo. El aire comenzó a hacerse denso e irrespirable. Un traidor se hallaba entre los miembros de la asamblea y el que fuera lo iba a pagar caro... La contraseña de emergencia jamás había sido utilizada en todos los años que llevaban reuniéndose las Sociedades Secretas desde principios del siglo XX. La palabra clave para aquel 29 de febrero del año 2000 era Akenatón.

Mientras los guardas permanecían apostados con sus ametralladoras rodeando el inmenso acuario de tiburones, uno a uno todos los miembros fueron pasando en fila frente al Gran Maestro. Subían la pequeña escalinata y junto al obelisco negro susurraban al oído del Arcano la palabra clave. Una vez revelada la contraseña, retornaban a su asiento correspondiente. Los primeros en pasar fueron los miembros del Tribunal Supremo que estaban en las primeras filas con sus túnicas de color púrpura y sus máscaras plateadas. Después las filas intermedias se acercaron hasta el altar en escrupuloso orden. Una vez pasado el segundo filtro, solamente quedaban las butacas traseras. Desde el circuito cerrado de televisión el sargento Moore estaba pendiente del enmascarado que se extravió antes del inicio de la asamblea. Era el mismo que desde la última fila había planteado una pregunta al Gran Maestro... Cuando se levantó para seguir la fila de los miembros que quedaban por revelar la contraseña, algo llamó la atención del sargento: aquel hombre que cojeaba de manera evidente ahora caminaba con normalidad en dirección al altar. Moore se comunicó mediante el walkie con el responsable de la sala subterránea para que todos los vigilantes estuvieran alerta ante cualquier movimiento en falso. Dieron orden de mantener las armas cargadas y actuar de forma expeditiva si fuera necesario. Cuando llegó su turno, Steve Hammill se quedó inmóvil frente al Arcano.

—Y bien —dijo el Gran Maestro—. Es usted el último de los asistentes en revelar la contraseña… ¿Sería tan amable de pronunciarla en alto para todos los aquí reunidos?

El reportero permanecía en silencio con la cabeza agachada. Los miembros de la reunión aguardaban expectantes bajo un silencio sepulcral.

—¿Nos va a decir la contraseña o es que acaso la ha olvidado?  —inquirió de nuevo el líder supremo.

Un sudor frío recorrió la espalda de Steve bajo su túnica negra. El Arcano hizo un gesto con el báculo para que le registraran. Al instante hallaron la grabadora y las microcintas. Uno de los guardas le quitó la máscara azul de un tirón. Cuando por la pantalla del circuito cerrado Moore vio aquel rostro, no podía salir de su asombro… Dos de los escoltas apuntaron con las ametralladoras sobre su cuerpo. Después le obligaron a ponerse de rodillas con los brazos en cruz. Steve Hammill permanecía estático con la mirada fija en las botas negras del Arcano.

—Llevadlo al Cuarto Especial —ordenó el Gran Maestro con tono imperturbable—. Allí se le indicará al detalle la estrategia a seguir por las Sociedades Secretas contra los rebeldes. Que le apliquen el Plan B.

El Arcano bajó del estrado caminando con aire solemne. Se detuvo un instante y miró por última vez a los convocados a través de su máscara dorada. Apoyado en su báculo de piedras preciosas abandonó la sala acompañado de dos sirvientes que le seguían tras su túnica escarlata. El sonido retumbante del gong dio por concluida la Reunión Secreta.

 


 

9

El espía fue trasladado de inmediato a la estancia conocida por todos los vigilantes como Cuarto Especial. Estaba ubicada en uno de los pasadizos que conducían a la sala subterránea, tras una puerta camuflada que comunicaba directamente con el acuario. Era un espacio húmedo y lóbrego de unos diez metros cuadrados habilitado con una enorme máquina trituradora de cadáveres para alimentar a los tiburones. Mediante un sistema de succión acoplado a un tubo de acero, el detritus pasaba directamente de la máquina al recinto acuático. Las paredes de hormigón estaban cubiertas por argollas donde se ataban con cadenas a los presos allí trasladados. Eventualmente aquel habitáculo se usaba como lugar de interrogatorio ante cualquier sospecha de rebelión por parte de insurrectos de cualquier país que pudieran suponer algún peligro para los planes de las Sociedades Secretas. A estos sediciosos se les sometía a lo que entre ellos era conocido como Plan B, un método de purgación psíquica infalible. El sargento Moore, herido en su orgullo por el hecho de haber sido burlado tan fácilmente, se ofreció voluntario para llevar a cabo dicho procedimiento contra Steve Hammill. La declaración del inculpado para recabar datos se basaba en la aplicación del Plan B sobre su cuerpo con métodos sistemáticos de tortura mientras permanecía colgado de las argollas a un palmo del suelo. Se le aplicaban descargas eléctricas, se quemaban sus partes más sensibles con cigarrillos y se le ahogaba con bolsas de plástico hasta dejarlo al borde de la asfixia. Si el insurgente sobrevivía al brutal martirio sin confesar ni ofrecer información sobre sus planes, en última instancia era introducido en la máquina trituradora pulverizando hasta el último de sus huesos. La trituradora comenzaba a funcionar desde los pies hasta la cabeza desmenuzando el cuerpo del reo, que iba viendo cómo desaparecían los miembros de su organismo ante el horror de sus propios ojos.

Regularmente un buque de mercancías de la organización fondeaba en la isla para desembarcar a un contingente de presos capturados en todos los lugares del planeta. Cientos de cabecillas rebeldes que habían desaparecido fueron trasladados hasta allí para ser desmenuzados en la trituradora sin dejar rastro alguno de su existencia… Aquel microcassette y las cintas con la grabación de la Reunión Secreta sentenciaron a Steve Hammill. Él mismo sabía que no tenía escapatoria posible. Su intuición como reportero le hizo comprender que había llegado su hora. Pero en el fondo no le importaba demasiado. Después de presenciar durante años todos los horrores de los cuales era capaz el ser humano, tenía el suficiente coraje como para despreciar la vida trascendiendo más allá de su instinto de supervivencia. Su único lamento era no haber podido sacar a la luz la estrategia empleada por aquellas sociedades sibilinas que dirigían el mundo de forma indolente y calculada. Steve Hammill presentía que muchos de los proyectos urdidos esa noche se llevarían a cabo sin que nadie pudiese impedirlo. Aquellos enmascarados que dirigían todo desde las brumas eran hombres carentes de escrúpulos que miraban la existencia desde un plano meramente estadístico siempre basado en cifras para sus beneficios personales.

En el último hálito de vida Steve recordó la metáfora que el Gran Maestro relató durante la Reunión Secreta: «Si metes a una rana en una olla y la cueces a fuego lento, la rana no es consciente de que se va calentando y terminará muriendo sin saberlo. De la misma forma, la esclavitud del desarrollo tecnológico se irá instalando en sus vidas hasta subyugarlos por completo sin ser conscientes de cómo han llegado hasta donde están...» Ésa era la táctica que a partir de entonces emplearían las Sociedades Secretas: ir habituando a la población a un sometimiento gradual mediante el espejismo de las nuevas tecnologías.

 


 

10

Amaneció un bello día en la isla. La aurora se fue disipando a medida que el sol anaranjado surgía por el horizonte del mar. Uno tras otro, los aviones privados despegaron partiendo hacia diferentes destinos en todo el planeta. Al cabo de algunas horas aterrizaron junto a lujosas residencias con verdes jardines y campos de golf de varias hectáreas. Hasta la siguiente Reunión Secreta los hombres enmascarados se dedicarían a blanquear sus enormes fortunas con diversas obras filantrópicas para de esa forma lavar sus conciencias y despejar cualquier tipo de sospecha sobre su honorable reputación.

Aquella mañana los tiburones del acuario subterráneo estaban inquietos dando vueltas en círculo sin cesar frente a la trampilla que comunicada con el tubo del Cuarto Especial. Hambrientos y excitados por el olfato, su instinto de escualos les hacía presentir que recibirían una ración extra de comida. En cuestión de segundos iban a devorar el vestigio de la última esperanza que hubiera podido mostrar al mundo el sometimiento vil de aquellos poderosos magnates. Esa madrugada Steve Hammill pasó a formar parte de la lista de desaparecidos que habían terminado sus últimas horas bajo las aguas del océano.

El personal encargado del mantenimiento abandonó aquel remoto lugar en el último avión. Al anochecer, la paradisiaca isla del Pacífico quedó totalmente vacía. En el resto del planeta la Humanidad se hallaba inmersa en sus tareas cotidianas como una jornada cualquiera, ignorando los nuevos designios que desde la noche anterior se cernían sobre ella para los próximos lustros.

 

 

 

FIN


Oscar Nóbregas, Madrid 


















 Oscar Nóbregas





 












La leyenda de la Calzada Romana


I

Os aconsejo que en las noches claras de luna llena no os aventuréis jamás a caminar por la Calzada Romana que sube desde las Dehesas hasta el puerto de la Fuenfría. Dicen que el fantasma de un alma en pena deambula entre las losas con sed de venganza…

En tiempos del Imperio Romano, durante la construcción de la calzada que cruza la sierra de Guadarrama, miles de esclavos celtíberos trabajaban extenuados para engrandecer con su sudor el poderío del César. Largas jornadas de trabajos forzados agotaban a los cautivos hasta dejarlos al límite de sus fuerzas.

Un valiente guerrero celtíbero llamado Bagarok cayó en manos de las tropas romanas durante el asedio a los bosques, donde una minoría resistía heroicamente al invasor.

Bagarok era temido entre los romanos. Éstos le odiaban por las muchas bajas que había causado a sus legiones dirigiendo toda suerte de emboscadas y escaramuzas.

Tras capturar al guerrero rebelde, una sola palabra quedó grabada a fuego en la espada de Bruto, el decurión romano. Esa palabra no era otra que castigo.

 

 


II

Con las heridas aún sin cicatrizar Bagarok pasó a formar parte de la cadena que arrastraba penosamente los bloques de piedra hasta las laderas de la montaña para construir la gran Calzada Romana que atravesaba el centro de la Península Ibérica. Los esclavos celtíberos eran obligados a trabajar sin descanso, apenas alimentados durante toda la jornada por un puñado de frutos secos, miel y leche agria. Sin duda aquella era una exigua ración de comida para un hombre que todavía se hallaba convaleciente.

Bagarok había vendido cara su derrota. Hasta el último instante se defendió espada en mano luchando contra un sinfín de soldados que lo acorralaron entre los peñascos de la cumbre más alta. A pesar de su destreza le fue imposible hacer frente a tal número de hombres, que al caer la tarde lo apresaron sin posibilidad alguna de resistencia. Cuando Bagarok descendía encadenado por la ladera de la montaña en dirección al campamento romano todo su cuerpo brillaba cubierto de sangre.

Una calurosa mañana en plenos trabajos forzados las piernas de Bagarok comenzaron a flaquear hasta hacerle caer de bruces en el suelo. A fuerza de latigazos pudo levantarse, pero al momento volvió a dar con sus huesos en la tierra… Una vez más se levantaba y de nuevo caía… El látigo laceraba sin piedad la espalda magullada del celtíbero una y otra vez, una vez más… y otra… y otra… y otra…

Bagarok cayó desplomado sin conocimiento.

 


 

III

Esa misma noche en plena luna llena, Bruto, el decurión sanguinario, ordenó una muerte cruel y perversa para el valiente guerrero: entre cuatro soldados apresaron a Bagarok y lo ataron con una soga amarrada a un bloque de piedra colocado en el puente de la Calzada Romana. Entre risotadas y burlas fueron añadiendo bloque tras bloque alrededor de su cuerpo iluminado por las antorchas. De esa terrible manera Bagarok quedó inmovilizado hasta el pecho.

Completamente ebrios, los legionarios regaban la cara del prisionero con vino que vertían de sus odres. Bagarok se agarraba a las piernas de los soldados en un intento desesperado por defenderse de aquella humillación, pero todo esfuerzo fue en vano… Tan sólo era capaz de clavar las uñas en los tobillos de sus torturadores, que le pisaban las manos y le daban patadas en los costados.

Aquella funesta noche la luna brillaba en lo más alto del firmamento recortando las siluetas escarpadas de los picos en el horizonte. A medida que ingerían más vino su crueldad aumentaba de manera despiadada: le escupían, le lanzaban piedras, le fustigaban con ramas de acebo… Los romanos danzaban alrededor del prisionero alzando las antorchas jactándose de haber capturado al más valiente y montaraz de los guerreros celtíberos.

Cuando la luna se ocultó por fin tras las montañas un soldado desenvainó su daga marcando en la frente de Bagarok las iniciales del Imperio Romano: S.P.Q.R.

Parecía imposible que pudiera haber mayor tormento para Bagarok, pero lo hubo… Al final de la noche, entre risas histriónicas y gritos dementes, los sicarios de Bruto cubrieron por completo el cuerpo del guerrero con bloques de piedra.

Tras despuntar el alba expiró por fin en la prisión más horrible que jamás haya podido padecer un ser inocente cuyo único delito era luchar por la libertad de su pueblo. Bagarok había sido inmolado en nombre del Imperio Romano.

Con las primeras lluvias del otoño un árbol empezó a brotar sobre el puente de la Calzada, justo entre las grietas donde fue sepultado el cuerpo del celtíbero.

 


 

IV

Pasaron muchos siglos sin que se volviera a saber nada de dicha historia, hasta que en la Edad Media comenzaron a extenderse rumores acerca de caminantes que cruzaban la montaña por la Calzada en noches claras de luna llena desapareciendo sin dejar rastro alguno…

A menudo se hallaron cuerpos degollados en los cuales se repetía la misma peculiaridad: alrededor de los tobillos tenían magulladuras de uñas clavadas con saña por una criatura nocturna que al acecho desde las grietas de la Calzada se abalanzaba sobre su víctima para luego estrangularla sin piedad.

Hay quien pernoctando en los alrededores del puente romano ha escuchado susurros fantasmagóricos que salían entre las ramas de aquel enorme pino incrustado sobre las losas… Los ancianos del lugar aseguran que ese árbol tiene agarradas sus raíces en los brazos de un antiguo guerrero celtíbero.

Dice la leyenda que durante las tormentas nocturnas se forman riadas de sangre sobre las losas de la Calzada… Lo cierto es que todo aquel incauto que cruza el puente de la Calzada en noches de luna llena desaparece sepultado bajo la tierra… Por eso jamás se te ocurra merodear en luna creciente por el bosque de las Dehesas si no quieres verte inmerso en un viaje sin retorno a las profundidades de la Calzada Romana……

 

 


FIN




Oscar Nóbregas, Madrid 








Oscar Nóbregas













 


La habitación del espejo

 

 1

Llevaba años sin entrar allí.

El mero hecho de pensar que alguna vez tendría que atravesar el umbral de esa puerta le producía escalofríos... La última ocasión que tuvo el valor de hacerlo fue con la máscara ocultando su verdadero rostro, pero Rael sabía que antes o después debería enfrentarse al espejo.

Siempre mantuvo la habitación sellada con un par de cerrojos y cada noche revisaba las llaves en el cajón de la mesilla para asegurarse de que no faltaba ninguna.

Los niños muchas veces habían querido entrar en aquella estancia, aunque él se negaba en rotundo a dejarlos ni tan siquiera vislumbrar lo que se ocultaba en ella... Rael sospechaba que el paso del tiempo habría vuelto aquel lugar cada vez más tenebroso. Imaginaba el espejo rodeado de candelabros con mugrientas telarañas que se cruzaban de lado a lado. Sobre la cómoda, una vieja Biblia polvorienta con las tapas raídas era testigo mudo de las noches silenciosas. Durante lustros permaneció abierta por el Antiguo Testamento en el capítulo donde Abraham ofrece su propio hijo a Jahvé como sacrificio.

En realidad era lo único que existía allí dentro, pues la habitación quedó desalojada muchos años antes tras la muerte del abuelo paterno, día en el que el difunto estuvo de cuerpo presente durante toda aquella lúgubre velada. Ahora la alcoba se mostraba fría y húmeda bajo la oscuridad...



 

2

         Como cada mañana Rael cogió el sombrero y se puso el rostro. Nada más salir a la calle comenzaba una peculiar danza de saludos y buenas maneras. Su reputación en el barrio era intachable. Los domingos acudía a la parroquia para asistir a misa como el más cumplidor de los beatos. Durante el oficio religioso a menudo se ofrecía voluntario para leer algún fragmento de las epístolas destacando sobre los demás en la oratoria por su brillante elocuencia. El vecindario le consideraba una persona afable y simpática a raudales. Se decía de él que era el marido y el padre perfecto, digno de la mejor familia. Siempre que salía de paseo por el bulevar de la avenida Rael alzaba el sombrero saludando con gentileza y donaire. No existía dama que a su paso tuviera que enfrentarse con una puerta cerrada, allí siempre oportuno estaba él haciendo alarde de caballerosidad y palabras perfumadas.

Pero la realidad era bien distinta. Cuando Rael volvía a casa colgaba el rostro junto al sombrero y todos se echaban a temblar... Con la misma mano que abría la puerta a las damas, noche tras noche maltrataba a su esposa. También atemorizaba a sus hijos amenazándoles con dejarlos en la calle pidiendo limosna y durmiendo bajo un puente del río. A veces Rael observaba de cerca a Anna, y si descubría una arruga nueva sobre su piel se lo recriminaba con todo el desprecio del mundo. No podía soportar el hecho de ver en su cuerpo los pliegues propios de la vejez... Tiempo atrás Anna fue famosa en el lugar por su belleza. En plena juventud a su paso los hombres se giraban exclamando alguna galantería. Pero el transcurso de los años había ajado sus facciones. De aquella mujer lozana sólo quedaban las fotos y el recuerdo. Muchas tardes plomizas Anna se ahogaba en su soledad contemplando esas imágenes en las cuales se mostraba radiante. Acariciaba el papel y cerraba los ojos volando hacia el pasado cuando su belleza provocaba la admiración de cualquier hombre... Ahora tan sólo era un estorbo para su marido. Rael se mostraba incapaz de mirar en el interior de su esposa y valorar las virtudes espirituales que ella irradiaba; virtudes que no se podían tocar, pero inigualables en otro tipo de belleza.

Lo cierto es que Rael no soportaba la decadencia de su físico pues en ella veía reflejada la amargura de un ser superfluo que jamás quiso alimentar su alma. Con el paso de los años Rael comprendió que aquella vida de fachada se desmoronaba por momentos. Aun así, para él seguían siendo más importantes las relaciones con extraños que las de sus propios familiares, por ello cultivaba su hipocresía con denuedo y perseverancia. Todas las mañanas tras el desayuno Rael ensayaba los gestos más corteses y las palabras más precisas para ganarse al público: «¡Buenos días, don Cosme! ¡Que tenga una jornada agradable!» «¡Saludos a su marido, doña Matilde! ¡Pase usted una buena tarde!» La sonrisa de Rael era mecánica, se diría que como accionada por un resorte. Tan sólo quien se fijase bien podía descubrir que estaba completamente hueca... Aquella sonrisa histriónica resultaba incapaz de encender el brillo en sus ojos puesto que no salía del corazón. Era un mero recurso, un reclamo para ganarse la simpatía de las gentes y ciertamente lo conseguía. Don Rael saludaba efusivo a los vecinos, que jamás pudieron sospechar lo que sucedía en su casa de puertas para adentro… La auténtica realidad es que era un mentiroso compulsivo. Engañaba, intrigaba y calumniaba manipulando alrededor todo lo que fuera necesario con tal de acrecentar su reputación. Ése era su único tesoro: vivir inmerso en la mentira de su propia imagen para ocultar así su verdadera naturaleza que era del todo mezquina y abyecta.

 

 

 

3

Nada más entrar en el recibidor Rael colgaba el sombrero junto al rostro. Entonces es cuando mostraba su verdadera cara. A su mujer le gritaba con desprecio por la menor circunstancia. Si el guiso no estaba sazonado a su gusto volcaba la olla esparciendo la comida por el suelo. Después le ordenaba recogerlo con el cazo para servirlo en su plato y en el de los niños. Rael disfrutaba observando cómo a duras penas engullían cabizbajos bocado tras bocado. Aquello era una muestra de sumisión placentera que le regocijaba en lo más profundo de su maldad… Las duchas de agua fría, los pellizcos retorcidos o la correa del cinturón eran algunos de los métodos que utilizaba para llevar a sus vástagos por el buen camino. «¡No, papá, eso no!», suplicaban los niños sobrecogidos cuando su padre les imponía algún castigo severo. «¡Así aprenderéis!», rugía iracundo con las venas del cuello hinchadas y el rostro congestionado. A menudo los encerraba durante horas en el desván obligándolos a leer pasajes de la Biblia en los que Dios castigaba a aquellos que no cumplían con sus mandamientos. Solía decir a sus hijos que el escarmiento ante el pecado era la única forma de enderezar a cualquier persona para guiarla hacia la salvación. Rael siempre les ponía de ejemplo el pasaje de Abraham como muestra de lealtad y rectitud, al igual que su padre se lo puso a él y su abuelo a su padre. Aquella costumbre se había transferido en la familia generación tras generación. Según el Antiguo Testamento la omnipotencia divina prevalecía ante cualquier causa de sufrimiento humano por cruel e injusto que pareciese a los ojos del hombre.

Cierta noche que Rael llegó a casa los hijos no salieron a recibirle. Sus zapatillas faltaban junto al sillón y la cena aún no estaba puesta sobre la mesa. Furioso, dio una patada en la puerta del dormitorio de los niños haciendo un agujero sobre la madera que permaneció allí durante toda su infancia. De esa forma quiso recordarles siempre lo que pasó aquel día... Entre muchas otras mezquindades Rael escondía el chocolate dándoles una mísera onza a cada uno por el día de su cumpleaños. Para entonces el chocolate ya estaba rancio, pero ellos lo tragaban con desgana evitando así la cólera de su padre, el cual los humillaba de forma constante para debilitarlos en su ánimo.

Uno de sus juegos favoritos era hacerles rabiar con enredos sibilinos. Enfrentaba a sus hijos mediante calumnias y se regodeaba viendo el efecto que los comentarios provocaban entre ellos. Pero el acto más inmundo del que fue capaz tuvo lugar cuando su tercer hijo murió ahogado en el río. Rael decidió enterrarlo en una tumba sin nombre por ahorrarse el dinero. Ni tan siquiera constaba una mínima inscripción con letras de plomo sobre su pequeña lápida... Aun así, solía decirles a todos que no merecían un padre como él; un padre que se había ganado la mejor reputación posible en el barrio.

Sin embargo, Anna conocía bien las inclinaciones disolutas de su marido. Muchas veces después de cenar Rael salía sigilosamente de casa con el sombrero calado y las solapas de la gabardina levantadas... Amparado por el manto de la noche frecuentaba prostíbulos de los arrabales y alternaba en los lugares más sórdidos donde solía apostar grandes sumas de dinero jugando partidas clandestinas de cartas. Cuando perdía en alguna apuesta temeraria regresaba a casa borracho y maldiciendo a su familia.

Rael jamás tuvo una muestra de afecto con sus hijos. Ninguno de ellos sabía lo que era recibir cariño paterno. De no ser por el amor de su madre habrían crecido sumidos en la desolación. Él pensaba que toda su simpatía debía estar reservada a la gente de la calle, al vecino de enfrente, al sacerdote de la parroquia, al frutero del mercado, al dueño de la barbería, al quiosquero de los periódicos, al jardinero del parque, al concejal del ayuntamiento, al camarero de la taberna o incluso a los forasteros de la ciudad. Y Rael conseguía siempre sus propósitos. Nadie fue capaz de adivinar el submundo que se vivía entre las paredes de aquella casa...

 

 


4

Año tras año la belleza de Anna iba marchitándose bajo el desprecio de Rael. A la par que sus fotos, su felicidad se fue amarilleando de manera paulatina. Invadida por la tristeza recordaba todas las humillaciones que padeció durante los embarazos. Rael no podía aceptar el hecho de que su piel, antaño tersa y suave como el terciopelo, se fuera cubriendo de estrías a medida que paría a sus hijos. Muchas tardes lluviosas Anna lloraba cuando le venían a la mente todas esas infidelidades mientras los pequeños iban creciendo en su vientre. Rael le echaba en cara que ya no era tan atractiva y que se había descuidado con la crianza de los retoños. «¡Mira tus pechos!», le gritaba con desprecio. «¡Están flácidos de tanto amamantar!»

Cada noche, como de costumbre, Rael abandonaba el lecho conyugal para satisfacer con el cuerpo de otras mujeres su lascivia desenfrenada. Un embarazo tras otro, Anna tuvo que padecer aquella cruel vejación mientras los hijos iban creciendo entre muestras de crueldad y despotismo. Para él seguía siendo más importante un saludo efusivo a cualquier vecino que una simple caricia hacia alguno de ellos... Rael tan sólo se alimentaba de lo superficial ignorando que la verdadera felicidad tiene sus raíces en los sentimientos más profundos.

 


 

5

Como todo campo que no es labrado resulta imposible cosechar fruto alguno de la nada y menos de un ser querido. Con el paso del tiempo uno tras otro los hijos fueron abandonando la casa hasta que sólo quedó el más pequeño de ellos. Oliver tuvo que cargar con toda la infamia de un padre que no sabía asumir con naturalidad su vejez ni la de su mujer. Necesitaba alguien sobre quien vomitar su frustración y utilizó a su hijo como cabeza de turco. Muchas veces le humillaba haciéndole sentir culpable de haber nacido... Oliver a menudo padeció castigos desmedidos por parte de Rael. Llegó a encerrarle durante días enteros en el desván con la Biblia como única compañía para que expiara sus pecados mediante la lectura. En numerosas ocasiones el puente sobre el río pasó a ser su segundo hogar. Ni en lo más crudo del invierno Rael tenía piedad de su último hijo. Lluvias y frío acompañaron a Oliver bajo el puente donde sólo se guarecía con una vieja manta. Su madre solía darle a escondidas un mendrugo de pan y un pedazo de queso para que al menos tuviera algo que echarse a la boca mientras durara el castigo.

El embarazo de Oliver fue angustioso para Anna. Durante los nueve meses de gestación su marido se mostró más desalmado que nunca. Rael a menudo volvía borracho a casa en plena madrugada. Al llegar colgaba el rostro sobre el perchero y empezaba a humillar a Anna jactándose de que había yacido durante toda la noche con mujeres más jóvenes que ella. Antes incluso de haber nacido Oliver ya sufría en el vientre de su madre la infamia de un ser despiadado… En el transcurso de su infancia vivió el infierno y la angustia del maltrato, unido al estupor de ver a un padre que se transformaba al salir cada mañana colocándose el rostro bajo el sombrero.

 


 

6

Llegó un momento en el que la hipocresía de Rael rebasó los límites. Consciente de su culpabilidad y comido por el remordimiento, en vez de enmendar las malas acciones pidiendo perdón a sus hijos empezó a justificarse con los vecinos de la poca atención que éstos tenían hacia su persona. Al salir de casa siempre que podía se lamentaba diciendo que todos le habían abandonado...  Solía quejarse de que solamente los veía una vez al año en Nochebuena. Rael apretaba el sombrero contra su pecho y terminaba llorando sobre el hombro de algún vecino incauto. El verdugo asumía el papel de mártir vertiendo la carga de sus pecados en las espaldas de los demás… Día tras día fue manipulando la verdad de forma sutil y maquiavélica hasta poner en contra de sus hijos a todo el vecindario. Para la gente del barrio era imposible que Rael pudiese mentir y nadie se planteó en ningún momento dudar de su palabra. Todos, incluido el jardinero, el párroco, el barbero, el concejal, el frutero, don Cosme y doña Matilde, lamentaban que unos hijos tan ingratos hubieran desamparado a un padre bondadoso y ejemplar. La reputación de Rael brillaba lustrosa e impecable a pesar de sus métodos fingidos. De esa forma sibilina continuó afilando las garras bajo su piel de cordero… Poco a poco sus difamaciones fueron calando en la opinión del vecindario y la gente comenzó a retirar el saludo a la pobre Anna. A su paso cuchicheaban palabras de censura y desprecio: «¡Qué poca vergüenza! ¡No hay derecho lo que están haciendo con un hombre tan bueno!», murmuraba don Cosme mirándola de reojo. «¡Ay, Dios mío! ¡Qué injusta es la vida!», se lamentaba doña Matilde haciéndose cruces sobre la frente. 

Aquello era más de lo que un alma afligida podía soportar. Anna cayó sumida en una depresión que la hundió en profundos abismos de melancolía. Pasaba las horas muertas en la cama sumida en la tristeza y abandonada por completo. Ya ni siquiera sacaba las fotos de su juventud para contemplarlas. Aquellas imágenes del pasado fueron amohinándose en un cajón oscuro del armario...

Una fría mañana de diciembre Anna murió de pena. Justo en el momento de fallecer varias lágrimas resbalaron por sus mejillas. Hasta el último hálito la pobre mujer padeció el terrible sufrimiento que produce el desconsuelo… Con el alma partida, Oliver le dio un beso en la frente, colocó una rosa roja entre sus manos, recogió las fotos de su madre y abandonó para siempre aquel infierno. Antes de partir dejó una nota en el forro del sombrero, que decía así:

«El que es capaz de matar al amor algún día pagará por ello

  


 

7

Las luces navideñas adornaban los árboles iluminando las calles del centro de la ciudad. Los niños correteaban por el parque jugando a lanzarse bolas de nieve vestidos con sus botas de agua y sus gorros de papá Noel. Se podían escuchar alegres villancicos saliendo por las ventanas de todos los hogares. Las chimeneas humeantes delataban suculentos guisos que preparaban las madres ayudadas siempre por los sabios consejos de la abuela. Todo era paz y sosiego. Parecía como si los duendes hubiesen esparcido un manto de bienestar sobre los tejados de las casas.

Aquella Nochebuena Rael cenó solo. Los gritos de júbilo y las risas se colaban entre las rendijas del ventanal haciendo su soledad insufrible. Se tapaba los oídos apretando los dientes mientras maldecía la suerte que le había deparado el destino. Comido por la rabia, se sentía frustrado ante los vestigios de felicidad que provenían de afuera… Tampoco ningún vecino reparó aquella noche en él. Todos estaban demasiado ocupados entre regalos y visitas familiares como para acordarse del ciudadano más ejemplar que habitaba en el barrio.

 La cena permanecía servida junto con los cubiertos de plata y la vajilla de porcelana a la espera de ser utilizados por unos familiares que ya nunca regresarían a casa. Sentado en un extremo de la mesa observaba las sillas vacías recordando uno por uno los rostros de esos hijos a los que había maltratado. Dos horas más tarde, la comida aún estaba sobre el mantel ribeteado en oro sin que Rael hubiera podido probar bocado.

Era ya medianoche cuando el carillón de pared comenzó a dar las campanadas. Entonces lloró desconsolado tapándose el rostro entre sus manos mientras gritaba: «¡Por qué me habéis hecho esto, si siempre fui un buen padre!» De pronto, el cielo comenzó a encapotarse. Decenas de nubes negras se agolparon sobre un firmamento que durante toda la noche había permanecido estrellado. El sonido de los truenos se escuchaba retumbante en la lejanía. Infinidad de relámpagos alumbraban el horizonte salpicando el cielo con fugaces destellos que cegaban la vista. Una tormenta amenazaba con descargar de forma inminente sobre la ciudad.

 

 


8

Rael permanecía sentado en la silla como un autómata contemplando el guiso de cordero en la fuente de metal repujado. Miraba pensativo dejando la vista perdida ajeno a la borrasca que se cernía sobre la urbe. Pequeñas gotas de lluvia comenzaron a resbalar por las ventanas como preludio de la tempestad.

 Sus ojos hundidos contemplaban incrédulos aquellos asientos vacíos... En pleno delirio creyó ver los espectros de sus hijos flotando inertes sobre las sillas. Con los labios temblorosos, Rael les preguntó por qué le habían abandonado. Uno tras otro fueron recordándole todas las crueldades que había cometido con ellos y con su madre. A medida que las palabras de los hijos desbordaban su conciencia, la lluvia, que en un principio caía tenue, empezó a arreciar con fuerza. Las gotas de agua se precipitaban en tromba haciendo invisible la calle desde el interior. Apenas se podía vislumbrar la luz mortecina de las farolas en medio de la intemperie.

Rael escuchaba todos los reproches negando una y otra vez con la cabeza. De pronto, la imagen de un niño surgió frente a él. Aquella criatura indefensa alzaba los brazos rogando consuelo desde el sepulcro. Tan sólo le pedía a su padre unas humildes letras de plomo sobre la lápida bajo la cual yacía… El resto de los hermanos reprendieron a Rael por tan mísera mezquindad. Le injuriaban ofendidos mientras se tapaba su rostro completamente humillado. Fuera de sí, empezó a jadear con la respiración cada vez más profunda y entrecortada… Ahogado en su propio aliento, farfulló presa de la histeria: «¡No, eso no es verdad, lo juro!» El niño salió gateando del sepulcro hasta asirse con las manitas al pantalón de su padre… Le miraba desde el suelo con los ojos llorosos esperando una respuesta… Entonces varios truenos descomunales hicieron retumbar las paredes del salón… El cuerpo de Rael se agarrotó… Le era imposible articular los miembros... Las manos semirrígidas se aferraban con fuerza a la silla... Apretándose contra el respaldo, cierta sensación de vértigo le recorrió desde el pecho hasta el cuello… En ese instante una tremenda granizada comenzó a golpear el ventanal. Poco a poco las bolas de granizo aumentaron de volumen alcanzando el tamaño de nueces heladas. A la par que aquellas esferas de hielo rompían varios cristales de las ventanas, los espectros proyectaban sobre la mente de Rael terribles escenas del pasado donde aparecía maltratando a su familia: gritos, insultos, amenazas, vejaciones... Todas esas imágenes golpearon su conciencia con tanto ímpetu como lo hacía el granizo contra el ventanal.

Descargas eléctricas caían sin cesar sobre los pararrayos mientras Rael aguantaba el suplicio de contemplar las maldades que había cometido durante años. Llegó un momento en el cual no pudo soportar todo el peso de sus pecados… Haciendo un esfuerzo sublime consiguió levantarse de la silla. Golpeando los puños contra la mesa, espetó iracundo: «¡¡Basta ya!! ¡¡Bastaaa!!» De repente los cubiertos comenzaron a tintinear en una danza macabra. La vajilla vibraba tambaleándose ante sus ojos atónitos... Justo cuando los espectros desaparecieron, un tremendo haz de luz proveniente del exterior invadió el salón. Aquel resplandor que irradiaba la casa era de una refulgencia cegadora… Tras varios segundos en los que el silencio inundó la estancia, una brutal descarga se precipitó desde el cielo sobre el tejado. Rael perdió el equilibrio cayendo al suelo. Atemorizado, permaneció boca abajo protegiendo su cabeza entre los brazos.

 



9

Cuando por fin amainó la tempestad Rael se puso en pie con cautela. Aquel tremendo rayo había dejado sin luz toda la casa… Andando muy despacio dirigió sus pasos vacilantes hacia el mirador. Asomándose al ventanal resquebrajado, comprobó que el resto del barrio también estaba a oscuras. Rael caminó a tientas hasta la cocina con la intención de buscar alguna vela que le permitiese iluminar el comedor. Tras encender una gruesa cerilla de las que utilizaba para el fogón, rebuscó entre los estantes durante un buen rato. Tijeras, coladores, abrelatas, morteros, sacacorchos... Toda clase de artilugios domésticos se le enredaban entre los dedos ante su desesperación. Después de una búsqueda infructuosa, recordó que en la habitación del espejo estaban aquellos viejos candelabros que hasta la muerte de los abuelos siempre fueron utilizados en Nochebuena.

Durante varios segundos se quedó dubitativo. Nadie había entrado en ese cuarto desde hacía lustros. Atravesar el umbral de aquella puerta le daba pánico... Rael pensó que no sería prudente meterse allí desprovisto de su rostro. Salió a tientas de la cocina y fue palpando la pared del pasillo con la intención de llegar hasta el recibidor para coger la máscara que colgaba en el perchero. Sin embargo, una fuerza invisible comenzó a arrastrarle hacia la habitación del espejo. Era como si unos brazos musculosos accionaran sus movimientos, de los cuales ya no era dueño. Rael quiso oponer resistencia clavando las uñas en la pared y tensando las piernas contra el suelo, pero por más que intentaba aferrarse todo su esfuerzo era en vano. Aquella fuerza incorpórea le dirigía empujándole en dirección opuesta al recibidor de la casa.  Articulado como una marioneta avanzó hasta su dormitorio y cogió las llaves que había en el cajón de la mesilla. Permaneció unos instantes sentado sobre la cama con la esperanza de que aquel extraño fenómeno cesara. Sacó el pañuelo de su bolsillo y se enjugó el sudor de la frente. Con las manos temblorosas examinó el manojo de llaves; observó que el robín las cubría totalmente por la falta de uso. Rael respiró hondo varias veces lamentándose. Abrir los viejos cerrojos que durante tantos años habían sellado aquella lúgubre habitación se le antojaba como si fuera un sacrilegio, pero sobre todo sentía pavor de entrar allí indefenso sin su máscara... La tormenta cesó durante varios minutos. Esa calma momentánea le sirvió para tomarse un respiro. De pronto, volvió a sentir la energía empujándole fuera de su dormitorio. Apretando los dientes, una vez más intentó rebelarse mientras se agarraba con todas sus fuerzas a la pata del somier… De nada le sirvió aquella endeble resistencia. Una voz de ultratumba le llamaba desde el fondo de la habitación del espejo arrastrando hacia adentro su voluntad.

 

 


10

Maltrecho y a regañadientes, Rael se encaminó en dirección al cuarto maldito... Durante unos segundos aquella energía insondable pareció darle un respiro. La tentación de darse la vuelta y salir corriendo se cruzó por su cabeza, pero en el fondo era consciente de que no iba a servir de nada… A pesar de no sentirse empujado, sabía que al menor movimiento en dirección opuesta la fuerza invisible volvería a acometerle de nuevo. Apoyando las manos en la balaustrada, Rael subió los escalones que conducían a la habitación del espejo... La madera desgastada crujía bajo sus zapatos con un sonido lastimero. En lo más íntimo de su ser, tuvo el pálpito de que cada peldaño le estaba acercando a su destino... De nuevo los truenos comenzaron a escucharse con un vigor descomunal haciendo retumbar todos los tabiques. Sus labios resecos y agrietados comenzaron a temblar… Entonces le vino a la mente la imagen de su esposa. Justo a la entrada de la puerta, se arrodilló avergonzado pidiendo mil veces perdón mientras sollozaba. Pero aquellas lágrimas no brotaban de su corazón, sino que eran fruto de su cobardía.

Agarrado al último destello de esperanza, pensó que entrando a oscuras en la habitación su imagen no se reflejaría en el espejo. Rael se incorporó del suelo y encendiendo una de las cerillas que había guardado en el chaquetón iluminó la puerta. Con gesto nervioso, introdujo la primera llave en la cerradura haciéndola girar. Sin embargo, el cerrojo de la segunda estaba muy oxidado y no había forma de abrirlo. La vieja llave chirriaba quejumbrosa como si la hubieran despertado de un profundo letargo. Tras varios movimientos bruscos, al fin liberó la puerta del pestillo... Con la respiración entrecortada, empujó aquel viejo portón de madera roída y pudo entrar por fin en la alcoba.

 

 


11

Una oscuridad absoluta reinaba tras el umbral de la puerta. Rael permaneció frente a la entrada dibujando en su memoria las escenas que acontecieron el último día que estuvo allí adentro. Recordó el cadáver rígido del abuelo yaciendo sobre el vetusto catre de nogal. Por unos instantes tuvo la sensación de que el cuerpo del difunto aún permanecía en el aposento... Pero tan sólo eran elucubraciones de su mente. La luz de un relámpago iluminó de forma momentánea el cuarto oscuro y pudo comprobar que ya no estaba aquel obsoleto camastro, aunque sí permanecía el antiguo espejo rodeado de candelabros. Aquella cornucopia había ido pasando de generación en generación perdiéndose su origen en la noche de los tiempos... Sobre la cómoda reposaba la antigua Biblia de tapas raídas que seguía abierta por el capítulo donde Abraham ofrecía a su hijo en sacrificio, pasaje releído en infinidad de ocasiones por su abuelo como ejemplo magnánimo de la voluntad divina.

La intensidad de los relámpagos fue en crescendo, de tal manera que en breves intervalos la estancia quedaba iluminada. Haciendo acopio de valor, Rael por fin entró en la habitación. Introdujo primero un pie manteniendo el otro bajo el umbral mientras sus manos temblorosas se agarraban al marco de la puerta. Después hizo lo propio con el segundo pie viéndose ya por completo dentro de la alcoba.

Aunque todo permanecía en calma, sentía una presión que se desplomaba del techo contra su cuerpo. Quiso avanzar, pero se dio cuenta de que sus movimientos eran plúmbeos. Cada paso suponía un esfuerzo añadido… Por un momento se detuvo y observó todo de lado a lado. Cuando los relámpagos iluminaban la habitación sus ojos captaban algunos detalles de aquel tétrico lugar: un sinfín de mugrientas telarañas se habían apoderado de los rincones. A lo largo de la traviesa que sujetaba las cortinas polvorientas una hilera de pupilas brillaba en la oscuridad. Colgados boca abajo, media docena de murciélagos siseaban entre sus colmillos. Tras el retumbe de los truenos revoloteaban por la estancia dando chillidos estridentes... De pronto la lluvia arreció otra vez con fuerza. El agua entraba por la vieja ventana que permanecía medio abierta dando golpes bruscos debido a las ráfagas de viento.

A pesar de aquel ambiente tan desapacible empezó a sentirse más tranquilo. Aquella fuerza que le aplastaba desde el techo se disipó. Ya podía desplazarse a tientas por el cuarto sin dificultad alguna. Rael suspiró hondo... Caminando con precaución decidió sentarse en el suelo apoyando su espalda sobre la pared. Jamás hasta esa noche había sentido en sus carnes una soledad tan desgarradora. Ofuscado en la falacia de su propio engaño, no lograba comprender el hecho de haber sido abandonado por unos hijos a los cuales, según él, nunca les había faltado nada. Ahora se encontraba derrumbado en aquella húmeda y tétrica estancia ignorado por todos...

Rael permaneció sentado durante varios minutos observando los haces de luz producidos por los relámpagos que de manera intermitente cegaban sus ojos aturdidos. Encima de la cómoda destacaba la vieja Biblia familiar custodiada entre los dos candelabros dorados de seis brazos. De golpe le vinieron a la mente aquellas lecturas matinales de su abuelo ensalzando los castigos de Dios para todo aquel que se saliera del recto camino. «¡Ojo por ojo, diente por diente!», exclamaba frenético ante el asombro de sus nietos que le escuchaban perplejos… Entonces recordó que el libro sagrado solía quedarse abierto por el pasaje en el cual Abraham entrega su hijo en sacrificio como muestra de lealtad a Dios. Tentado por la curiosidad, quiso comprobar si aquel capítulo del Antiguo Testamento permanecía aún inalterable sobre la cómoda. Lentamente se incorporó del suelo y a tientas rebuscó en el chaquetón una de las cerillas que había guardado cuando estuvo en la cocina.

La llama del fósforo humeante iluminó la habitación. Con el brazo extendido fue girándose para ver con detalle todo alrededor. De pronto se le heló la sangre. A su derecha había notado el movimiento de un bulto oscuro… Rael se quedó inmóvil durante varios segundos. Mirando de soslayo, percibió una silueta que le observaba desde la penumbra... Su mano temblaba mientras la cerilla se consumía junto a los dedos. Sopló con fuerza para no quemarse y de nuevo un manto negro lo cubrió todo. Tan sólo las pupilas refulgentes de los murciélagos destacaban en la oscuridad. Colgados bajo la traviesa de las cortinas, presenciaban impasibles todo a su alrededor. Rael aguardada expectante a que el destello de algún relámpago iluminase al espectro. Aquella espera se hacía eterna para su ánimo… De pronto varios truenos precedidos de rayos se desplomaron sobre la casa. Los murciélagos revolotearon histéricos golpeando contra su cara atemorizados por el estruendo de la tormenta. Por fin el resplandor le hizo ver con claridad que alguien permanecía bajo la penumbra. Aquel ente le observaba rodeado de un mutismo que empezó a crisparle los nervios. Una vez más sacó otra cerilla del chaquetón, rasgó el fósforo y la habitación volvió a iluminarse. A pesar de que extendió el brazo, no tenía suficiente valor para mirar hacia adelante. Con la mano temblorosa, cogió un candelabro de la cómoda y encendió varias velas. Ahora todo a su alrededor relucía con nitidez. Rael alzó el candelabro y poco a poco fue subiendo la cabeza. En un arrebato de coraje, clavó su mirada sobre el rostro fantasmagórico. De pronto su corazón se aceleró. Sentía las pulsaciones rebotando contra el pecho a punto de estallar. Observó que los rasgos eran tremendamente repulsivos. Aquella faz angulosa parecía la efigie de una momia que durante siglos había reposado oculta bajo un sarcófago… Permaneció estático mirando al individuo mientras sus dientes castañeteaban. Intuía temeroso que los designios de aquel espectro eran oscuros y malévolos… Rael no sabía si huir de allí o abalanzarse sobre su cuello en un acto de arrojo. Durante varios segundos estuvo sumido en esa incertidumbre hasta que observó un detalle turbador que le llamó la atención. Aquel sujeto vestía una ropa similar a la suya. También sostenía un candelabro idéntico, aunque a diferencia de él lo blandía con la mano izquierda... Como si estuviese hipnotizado por una extraña fuerza magnética, Rael comenzó a imitar los movimientos del espectro con total fidelidad. Aquella figura demoníaca le obligaba a repetir exactamente cada gesto y cada mueca sin errar ni un solo centímetro. Aturdido y confuso, al final se dio cuenta de que en realidad era el espectro quien le imitaba de forma precisa. Por un instante llegó a pensar que se estaba burlando, pero su expresión no reflejaba ningún gesto chancero, sino más bien todo lo contrario... Entonces algo en aquella mirada le resultó familiar. Oculto tras los ojos percibió el vacío infinito de un ser que había adulterado el alma durante toda su existencia... Rael se echó a temblar. Sospechaba a quién podía pertenecer aquella imagen repulsiva. Cientos de nubarrones oscuros flotaron amenazantes sobre su conciencia... De pronto un rayo tremendo descargó en el tejado de la casa. Los murciélagos revolotearon de nuevo alrededor de la habitación estremecidos por el impacto. Rael se tambaleó zarandeando el candelabro. Varios goterones de cera derretida cayeron sobre la manga de su chaqueta. «No... No puede ser...», masculló al mirar de nuevo la imagen del espectro reflejada en la cornucopia. Dando un grito de terror comenzó a hacer aspavientos mientras sus ojos desorbitados huían de esa visión. Al girar con brusquedad sobre sí mismo, las llamas del candelabro prendieron varias telarañas que colgaban del techo frente al espejo. El fuego rápidamente se extendió como la pólvora devorando aquel amasijo de telas enmarañadas. Un humo negro y espeso inundó la habitación. Los murciélagos huyeron despavoridos por la ventana entre chillidos estridentes. Cegado por la humareda, Rael daba tumbos de lado a lado como una peonza descontrolada. Un trueno descomunal le hizo tambalearse hasta caer al suelo de bruces. Tras disiparse el humo se puso de nuevo en pie, dejó el candelabro sobre la cómoda y volvió a quedarse paralizado frente al espejo. Con la respiración entrecortada, observó una vez más aquel espectro maléfico… Un grito de dolor le desgarró la garganta. El reflejo de su verdadero rostro se le hacía insoportable. Era un semblante diabólico y maligno que rezumaba crueldad por todos los poros. Rael tuvo que ocultar sus ojos crispados bajo las manos… De pronto la lluvia arreció con más fuerza entre descargas brutales de rayos. Un sinfín de imágenes se atropellaron de golpe en su mente. Por delante de su conciencia empezaron a pasar todas las vejaciones con las que día tras día fue maltratando a su familia... Intentó gritar de nuevo, pero esta vez dio un alarido estéril. Una vez más su mirada se clavó en aquel rostro y observó frente al espejo su propia descomposición: de las comisuras de los labios empezó a fluir un líquido purulento...... La lengua le colgaba a la altura del pecho balanceándose como un péndulo dislocado...... Los oídos supuraban pus entremezclada con sangre ennegrecida…… Uno tras otro los dientes se desprendieron de la boca rebotando contra el suelo...... Las facciones se derretían dejando entrever los músculos de sus quijadas...... Una convulsión espontánea reventó los globos oculares que se deshicieron en una agüilla fétida...... La carne fue dando paso a una calavera desnuda mientras el pelo se desprendía a mechones cayendo por su espalda......

Solamente la lengua resistió inalterable ante la descomposición. Esa lengua viperina y ponzoñosa que tantas veces había difamado a sus seres queridos.

 


 

12

Su cuerpo permaneció varias semanas postrado con el cráneo reposando sobre la Biblia en el pasaje de Abraham. Decenas de gusanos entraban y salían por todos los orificios devorando la carne en estado de putrefacción. Ninguno de los vecinos le echó en falta durante esos días. Era lógico pensar que aquel amable señor compartiera unas fechas tan señaladas en compañía de sus familiares.

Nadie fue al entierro de Rael. Antes del sepelio los hijos intentaron identificarle en la morgue, pero ninguno pudo reconocerlo. Aquel cadáver comido por larvas que se arrastraban entre las cuencas vacías de los ojos repugnaba a la vista. Su cuerpo expelía un olor hediondo capaz de penetrar hasta el tuétano del que lo respirase. El anillo de bodas resultó fundamental para dar un nombre al muerto. En su interior se podía leer este grabado: «Con amor, siempre fiel.» Rael fue enterrado sin inscripción alguna en la tumba junto al sepulcro en el cual yacía su tercer hijo. Tras vender aquel anillo de promesas incumplidas, los hermanos costearon el epígrafe que reflejaba el nombre del niño sobre su pequeña lápida. No hubo ceremonia religiosa, ni tan siquiera un responso por el alma del difunto. El enterrador se limitó a hacer su trabajo de manera rutinaria echando paladas de tierra sobre la caja de pino con suma rapidez.

Poco tiempo después los hermanos pusieron la casa en venta. El desalojo de los bienes se hizo bajo un silencio solemne en una fría mañana de invierno. Todos los muebles y enseres, hasta los de más valor, fueron arrojados al vertedero. Ninguno quería seguir recordando aquel sórdido lugar por medio de objetos que habían permanecido allí durante lustros. Tan sólo salvaron un crucifijo que la madre guardaba en la mesilla desde el fallecimiento de su hijo.

La casa quedó desnuda con las paredes como testigos mudos de lo que cierta vez fue el hogar de una familia. Sin embargo, a todos les pasó desapercibida una prenda que colgaba arrugada sobre el perchero con una sonrisa esperpéntica: el rostro de Rael.

 

 

 

FIN




Oscar Nóbregas, Madrid 





Oscar Nóbregas
























Oscar Nóbregas


La isla de los Muertos


1

            Aquella mañana lluviosa me dirigí como un autómata hasta la agencia de viajes huyendo de mi propio destino. Después de encajar el desengaño más grande de toda mi vida estaba dispuesto a lanzarme en cualquier dirección del mundo con tal de olvidarla... Calado hasta los huesos, me planté frente al mostrador. Las gotas de agua resbalaban por mis cabellos empapando la gabardina. En un arrebato de locura, hice el juramento de elegir el primer país que saliera cogiendo un folleto al azar.
        Tras cinco años de relación Natascha me acababa de dejar por otro hombre. A veces las cosas más crueles suceden de la forma más trivial. Un frío mensaje en el contestador finalizó nuestra relación para siempre. Decía que no podía seguir ocultándolo por más tiempo. Volaba esa misma semana en dirección a Nueva York con él... Tardé varios minutos en reaccionar. Permanecí estático sentado en la silla frente al teléfono sin dar crédito a sus palabras. Con el auricular pegado al oído, pulsaba una y otra vez la tecla para volver a escuchar el mensaje. Poco a poco el crepúsculo tras la ventana invadió de tristeza la estancia. Envuelto en la oscuridad, la voz de Natascha se hacía cada vez más hueca. Dejé el teléfono descolgado y me derrumbé sobre el sofá hundido en la desolación. No podía asimilar lo que me estaba sucediendo. No podía creer que la persona que más había querido en toda mi vida me hubiera dejado de aquella forma tan humillante.
        Herido en lo más profundo, me preguntaba en qué podía haber fallado... Natascha era lo mejor que tenía; mi principal razón para existir. Sí, ella era mi motor; lo que me daba fuerzas para continuar adelante. ¿Cómo iba a seguir creyendo en el mundo después de eso? ¿Cómo iba a tener fe en las personas cuando lo más verdadero de mi existencia se había convertido en una mentira? Aquella noche la realidad se desplomó sobre mí con la misma contundencia que una losa de mármol. Una simple llamada había borrado de un plumazo todas mis ilusiones... Me sentía mutilado en una parte de mi ser. Cuando un amor termina, algo en tu interior se arrastra agonizando sin llegar nunca a morir del todo.
        Aplastado en el sofá, dejé que las horas pasaran como si el tiempo se hubiera detenido en mi vida. Daba vueltas a la cabeza sin poder evitar su imagen apareciendo frente a mí. Infinidad de vivencias junto a ella se agolparon en mi mente. Recordé el día que la conocí en aquel pub cercano a la plaza de Ópera. Natascha apenas llevaba una semana en Madrid. Acababa de llegar de Moscú para realizar un curso temporal de filología hispánica. Su belleza nórdica y su sensualidad me cautivaron por completo. El flechazo fue mutuo y todo surgió de manera natural hasta que decidimos irnos a vivir juntos. Compartimos varios años de ensueño disfrutando del momento. Sin duda aquella resultó ser una de las etapas más felices de mi vida... Es cierto que en los últimos meses se palpaba un distanciamiento que yo atribuía a la rutina de la convivencia; pero nunca imaginé ni por asomo que el motivo pudiera ser otro... Ahora me deja helado el hecho de pensar que Natascha vivió conmigo ocultándolo todo, sonriéndome y haciendo el amor como si no ocurriera nada entre nosotros, cuando la realidad es que su corazón ya se encontraba muy lejos de mí.
        Pasé varias noches en vela dando vueltas sobre la cama añorando su cuerpo a mi lado... No hacía más que mortificarme pensando que era una piltrafa; que Natascha me había dejado porque yo no valía nada... Cuando una persona pierde la autoestima, ¿qué le queda ya? Estuve varios días tirado en el cuarto sin poder reaccionar... Pero me di cuenta de que esa actitud terminaría por consumirme. Se me hacía insoportable la idea de quedarme a vivir en casa rodeado de todos sus recuerdos, así que decidí irme cuanto antes donde el viento me llevara. No quería pasar todas las vacaciones ahogado en la tristeza mientras ella disfrutaba de un romántico idilio viajando por cualquier lugar del mundo con su nueva pareja.





2

            Encima de la mesa de información se amontonaban infinidad de folletos de los sitios más dispares. Cerré los ojos, estiré la mano y cogí uno al azar. La imagen de la foto mostraba una bella estampa de los canales de Venecia. Al principio sentí fastidio. Cinco años atrás estuvimos allí en uno de los momentos más dulces de nuestra relación... Pero después de jurarlo no me iba a traicionar a mí mismo. Iría otra vez a Venecia, aunque tuviese que enfrentarme al fantasma de mis recuerdos con Natascha. Me lo tomaría como un retorno al pasado para enderezar mi camino desde ese punto. Buscaría el lado oscuro de la ciudad enterrando de manera simbólica los momentos vividos allí.
        Apreté el folleto hasta arrugarlo y me dirigí al mostrador dispuesto a comprar el billete de tren. Por la tarde preparé la mochila tan sólo con lo indispensable. Quería ir lo más ligero posible de equipaje, con la mente abierta a todo lo que se cruzara en mi camino. Cogí algo de lectura para el trayecto y un bloc de notas donde apuntar cualquier cosa que se me ocurriera durante el viaje.





3

          Al día siguiente llegué a la Estación del Norte a primera hora de la mañana. Subí al vagón y me acomodé en un compartimento vacío. Entre semana no solía haber demasiados viajeros, lo que hacía el trayecto más relajado y silencioso. Sin duda era lo ideal para mí pues me sentía especialmente huraño debido a mi estado melancólico. No deseaba tener ningún tipo de charla trivial con algún pasajero locuaz que alterase más todavía mi ánimo.
        Estuve la mayor parte del recorrido imbuido en los paisajes y en mis escritos. De vez en cuando sacaba la libreta y apuntaba lo primero que me pasaba por la cabeza mientras el tren avanzaba con parsimonia en dirección a Italia. Pensando de manera obsesiva en Natascha, escribía retazos de poesías desgarradas que luego rompía en pedazos. Multitud de sensaciones contrapuestas desbordaban mis sentimientos frente al papel. Rencor y nostalgia se entremezclaban en mi corazón sin poder distinguir lo uno de lo otro.
        Después de una breve escala en Milán, llegamos a Venecia en pocas horas. Aquella ciudad seguía teniendo algo especial. Parecía como si se hubiera detenido en siglos pasados... Al toparme de frente con el casco antiguo, los recuerdos se agolparon desbordando mis sentimientos. Tenía un montón de fotos con Natascha por los alrededores: el Puente de Rialto, la Plaza de San Marcos, las góndolas surcando el Gran Canal... En cada esquina la belleza del entorno provocaba que cualquier detalle me calara en lo más hondo... El simple hecho de ver a músicos callejeros tocando una pieza de Vivaldi o contemplar a actores interpretando pantomimas disfrazados de arlequines era algo que me emocionaba. Envuelto en toda esa magia, el recuerdo de Natascha planeaba sobre mi mente sin poder evitarlo. Sentado en una escalinata del Palacio Ducal varias lágrimas recorrieron mi rostro. La cruda realidad era que ella estaba muy lejos de mi vida rodeada por los brazos de otro hombre... En ese momento comprendí que recorrer las mismas calles de antaño no haría sino estancarme en el pasado maniatando mi ánimo con la soga de la nostalgia. Me levanté de un brinco huyendo hacia la primera taberna que se cruzara en mi camino. Cabizbajo y apoyando los codos sobre la barra bebí de forma compulsiva hasta terminar dos botellas de Lambrusco. Al salir de la taberna me arrastré desolado por los callejones más míseros que pude encontrar. Entonces me di cuenta de que esa ciudad, como el amor, tenía su lado oscuro. Venecia no sólo era un lugar idílico de parejas recién enamoradas. También había esquinas mugrientas y malolientes, aguas estancadas, paredes mohosas, casas en ruinas, lúgubres residencias de ancianos... Venecia no sólo reflejaba romanticismo y belleza. También existían allí el dolor y la muerte como en cualquier otro lugar del mundo.
        Caminando sin rumbo fijo por los rincones de los arrabales todo me daba vueltas debido a los efectos del vino. Haciendo eses completamente borracho mis pasos vacilantes tropezaban con los adoquines. De nada había servido alejarme miles de kilómetros para intentar olvidarla. Sentía la angustia del desamor hundiéndome cada vez más en un pozo sin fondo... Apoyado sobre la vieja barandilla de un callejón sin salida, la imagen de Natascha besándose con aquel hombre invadió de súbito mi mente. Aquella escena aparecía ante mis ojos alucinados como si pudiera observarles a través de una bola de cristal. Luego la imaginé desnuda gimiendo de placer bajo su cuerpo y comenzaron a entrarme arcadas. Entonces vomité repetidas veces sobre aquel sucio canal.





4

           A la media hora desperté sobresaltado. Me había dormido allí tirado en el suelo como un mísero vagabundo. Todo daba vueltas a mi alrededor y tenía un regusto amargo en la boca. Avergonzado de mí mismo, salí del callejón mirando a los lados. Por fortuna aquel era un rincón solitario... Caminé desorientado durante varios minutos hasta llegar a una plaza. Allí me lavé la cara en una fuente y me mojé el pelo. Después entré en un bar y pedí un capuchino bien cargado para despejarme. Nada más salir, decidí pasear en dirección a la costa pensando en que me vendría bien la brisa del mar. Con un talante ya más apacible, llegué al puerto contemplando las barcas y el plácido vuelo de las gaviotas. Allí me encontré a un pescador de piel curtida que debía rondar los setenta años. Me puse junto a él observando cómo pescaba con su caña de bambú frente al muelle. Gracias a mis conocimientos de italiano, pudimos mantener una conversación fluida. Estuvimos hablando un buen rato sobre el oficio. El hombre decía que ya no se capturaban tantas piezas como antaño. Cuando era joven siempre volvía a casa con la cesta repleta de pescado. Una hora después, el sol comenzaba a ocultarse por el horizonte. El mar se tornaba cada vez más plateado a medida que la luz rojiza se disipaba con los últimos rayos. Sentado allí junto al pescador, me fijé en la figura de un pequeño islote cercano a la costa. Una vieja torre desmoronada presidía el lugar dándole un aspecto misterioso.
     —¿Se puede visitar esa isla? —pregunté por curiosidad.
    El hombre giró la cabeza mirándome con el ceño fruncido como si hubiera blasfemado al preguntar por aquel sitio.
    —Ese lugar está maldito, muchacho —dijo en tono grave—. Allí nunca se acerca nadie; ni siquiera nosotros. No verás un solo pescador faenando alrededor de Poveglia. Le llaman la Isla de los Muertos... Sus aguas están infectadas de cadáveres que llevan siglos amontonados bajo el lodo. Nadie quiere acercarse a esas costas. Durante la Peste Negra cientos de barcas llevaban a Poveglia los moribundos para dejarlos allí abandonados. Muchos perecieron al intentar salir nadando de la isla. Dicen que algunos de esos espíritus vagan por los alrededores... Allí no vive nadie desde hace mucho tiempo. La torre que ves junto al edificio es de un manicomio que permaneció abierto durante años. La gente que trabajaba en aquel lugar, tarde o temprano se volvía loca. El director del manicomio experimentaba con los dementes practicándoles horribles trepanaciones en el cráneo. Eso acabó haciéndole perder la cabeza también a él... Al final se suicidó tirándose desde la torre.
            Era tremendo lo que me contó el pescador sobre Poveglia. Frente al lugar más idílico del mundo, el recuerdo del terror permanecía inalterable durante siglos en aquel sitio. Quizá miles de parejas se habían jurado amor eterno contemplando aquella isla rebosante de cadáveres momificados por el lodo... Me pareció una alegoría perfecta de las relaciones amorosas: en la superficie todo resulta armonioso, pero debajo siempre hay un trasfondo incierto... Con aquel relato sobre Poveglia, el pescador consiguió aumentar mi intriga.
    —¿Hay alguna manera de llegar hasta allí? —le pregunté.
    El viejo me miró como si estuviera totalmente loco.
    —Se puede ir en barca, pero no querrá llevarte nadie... a no ser que pagues una buena suma de dinero.
        Recogió sus bártulos de pesca y nos dirigimos hacia la lonja. Allí habló con un tipo de barba cerrada y aspecto siniestro. Una profunda cicatriz cruzaba su frente como si fuera un estigma. El viejo se marchó y me quedé con aquel hombre para cerrar el trato. A pesar del dinero que le ofrecía, me preguntó varias veces si estaba seguro de querer pasar la noche en aquel lugar. Le dije que sí aparentando estar convencido, aunque por dentro sentía verdadero temor. Pero me reconforté pensando que no tenía nada que perder. Todo lo que pudiera lograr evadirme del recuerdo de Natascha me aliviaba el ánimo.
           Durante el trayecto en barca tan sólo cruzamos algunas palabras. Mientras él remaba haciendo soplar una rústica pipa de tabaco, yo iba tomando notas en la libreta de lo que me había sucedido aquella tarde. La quietud de las aguas era algo que imponía un tremendo respeto. Sólo Dios sabía lo que se ocultaba allí debajo... A medida que nos acercábamos a Poveglia, un nudo en la garganta me impedía tragar saliva. Pero ya no había marcha atrás... Aquel extraño hombre me dejó en el embarcadero con mi mochila. Quedamos al día siguiente por la mañana para recogerme en el mismo punto. Instantes después le vi alejarse impasible mientras el crepúsculo se cernía sobre la ciudad.






5

        Apenas tuve tiempo de recorrer la isla con suficiente luz. A los pocos minutos, ya estaba casi a oscuras. Saqué la linterna del macuto y deambulé por la entrada del edificio. El manicomio se hallaba en un estado totalmente ruinoso. Armándome de valor, penetré en el interior del recinto. Enseguida pude percibir energías muy negativas bajo aquellos muros. Un extraño eco remarcaba el sonido de mis pisadas a lo largo del pasillo. El hecho de permanecer callado en alguna estancia me ponía los pelos de punta... Era como si se pudiera cortar el aire. Sin duda tuvo que haber mucho sufrimiento entre esas paredes... Sobre la torre del manicomio se escuchaba el suspiro tenebroso de un búho. Aquel susurro fantasmagórico resultaba escalofriante... Salí del recinto acongojado y caminé unos pasos junto al edificio enfocando con la linterna bajo la oscuridad. El más leve sonido alrededor me ponía en alerta. Mis latidos se disparaban tras el chasquido de cualquier rama... De pronto, el terror me invadió. Tropecé de lleno con una zanja repleta de esqueletos postrados en hilera. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo ante aquel espectáculo macabro... Con la respiración ahogada, me alejé de allí lo más rápido que pude siguiendo a duras penas un camino que se internaba en una arboleda. Avancé con cautela por aquel sendero sinuoso durante varios minutos. Cualquier ruido inesperado entre los matorrales me hacía estremecer. Probablemente eran alimañas sorprendidas de mi presencia, pero conseguían asustarme a cada paso que daba. Alumbrando con la linterna llegué a un pequeño claro entre los árboles y preparé una fogata recogiendo varias ramas. Toda la zona estaba plagada de setas comestibles, así que decidí aprovisionarme con unas cuantas para cocinarlas. Por suerte la noche era muy clara; tan sólo faltaba un día para que hubiese luna llena. Encendí la hoguera, saqué varios mendrugos de pan y calenté las setas en un cazo añadiendo algo de embutido que traía en la mochila.
        Tras la cena, ya mucho más tranquilo, me tumbé sobre la hierba arropándome con una manta por encima. Como no lograba conciliar el sueño, me puse boca arriba contemplando las estrellas y la luna. A medianoche pude escuchar en la lejanía las campanadas de la basílica de San Marcos. A partir de entonces todo fue silencio, solamente interrumpido por el ulular de las rapaces nocturnas. A punto de dormirme, noté sobre la hojarasca pasos lentos que se acercaban en la penumbra. Abrí los ojos y me encontré a un hombre vestido de negro con un sombrero de ala ancha calado hasta las cejas. Su aspecto era de otra época. Iba embozado bajo una larga capa y llevaba botas con hebillas plateadas. Apenas se adivinaban sus rasgos difuminados bajo la oscuridad. Se paró frente a mí observándome con los brazos cruzados. Pude percibir el brillo de sus ojos que me escudriñaban con una mirada penetrante. En esos momentos mi corazón se encogió en un puño. No podía articular palabra. Estaba totalmente bloqueado esperando que sucediera algo... Aquel extraño individuo se sentó junto a las brasas y reavivó la hoguera mientras yo permanecía estático. Poco a poco me tranquilicé al comprobar que su actitud era pacífica. Retiré la manta y me quedé frente a él hipnotizado por su influjo. Aquella visión espectral traspasaba cualquier explicación lógica. Era como si hubiese aparecido allí por medio de algún sortilegio, transportado desde tiempos lejanos hasta el presente... Junto a la luz de las llamas, el hombre comenzó a hablar del terror de la peste; de rostros desfigurados pidiendo clemencia; de cuerpos corrompidos por los bubones; de lamentos desgarradores surgiendo de las fosas; de cadáveres hacinados sobre inmensas piras de fuego... Su voz grave retumbaba en el suelo como si surgiera de las entrañas de la tierra... Pronunciaba un italiano antiguo que a veces me costaba entender. Su rostro compungido reflejaba el testimonio del holocausto presenciado siglos atrás. Mientras narraba aquellos sucesos removía el suelo con un palo haciendo círculos en espiral sobre la arena. Al concluir su discurso, me ofreció un extraño brebaje que llevaba oculto bajo la capa en un pequeño frasco. Era un licor agrio y rojizo semejante al vinagre. Tras beber un par de tragos comenzó a invadirme un sopor muy profundo. En cierto momento que no recuerdo, me quedé dormido.
        Lo que sucedió durante mi sueño es algo que me cuesta describir con palabras. Y digo lo que sucedió porque fue tan real como si lo hubiera vivido: me veía a mí mismo tumbado junto a la hoguera...... De pronto el suelo cedió bajo mi cuerpo resquebrajándose...... Caí en una zanja profunda sintiendo todos mis huesos doloridos por el golpe...... Quise incorporarme y salir de allí, pero el fango me impedía trepar...... Arañando las paredes con desesperación resbalaba en el intento de alcanzar la tierra compacta....... Entonces sucedió el horror...... Decenas de cadáveres revividos rodearon la zanja...... Sus rostros estaban desfigurados por bubones purulentos…… Aquellos seres moribundos me pisaban las manos para que no pudiera salir…… Luego se abalanzaron sobre mí apilándose hasta hundirme por completo en la fosa.......
            No sé cuánto tiempo duró esa horrible pesadilla, pero me dio la sensación de que se prolongó varias horas desde el mismo instante en que perdí la consciencia por los efectos del brebaje.





6

            Al amanecer desperté sobresaltado. Todavía aturdido por los efectos de la pócima, busqué al hombre de la capa negra en los alrededores. A pesar de poner todo mi empeño para encontrarle, no hallé rastro alguno de aquel individuo. Por unos momentos pensé si lo habría soñado también, pero los círculos permanecían dibujados en el suelo junto a los rescoldos de la fogata... Desorientado y confuso, dudaba si aquella visión había sido real o tan sólo producto de mi imaginación. Es posible que la ingestión de las setas campestres hubiese provocado en mi mente alucinaciones, aunque pondría la mano en el fuego a que todo lo que percibí sucedió en realidad.
           Recogí mis cosas y caminé en dirección al muelle de la isla esperando con impaciencia la vuelta del marinero. De regreso a Venecia le conté ansioso todo lo ocurrido. Su respuesta a la descripción de mi experiencia me dejó atónito: según cuenta una antigua leyenda, cierto individuo de otros tiempos merodea desde hace siglos por aquellos parajes pantanosos. Su nombre era Renato Salieri, un alguacil que permaneció al cargo de los traslados de moribundos a Poveglia durante la Peste Negra. Vivió el horror de cientos de seres humanos llevados hasta allí como se lleva el ganado al matadero para ser sacrificado. Esa plaga maldita aniquiló a un tercio de la población veneciana en menos de dos años. Para controlar la epidemia los gobernantes tuvieron que tomar medidas drásticas que rayaban la crueldad. Según parece aquel hombre murió atormentado por el remordimiento de ser uno de los responsables de aquella espantosa masacre. Él mismo acabó siendo víctima de la peste al final de la epidemia. Nadie se atrevió a volver hasta Poveglia para enterrar su cuerpo. Dicen que el alguacil vaga eternamente por la isla...






7

            Esa misma tarde me instalé en una pensión de las afueras de la ciudad. Gracias al carnet que me acreditaba como investigador de documentos pude acceder a los archivos de la biblioteca municipal. Durante esos días repasé a fondo la tragedia que se cebó de Venecia durante la Edad Media. En el siglo XVI, la Peste Negra recorrió la ciudad arrasando todo a su paso. Aquella zona de humedades y aguas estancadas propició que la enfermedad se expandiera de manera implacable. La situación para las autoridades se hizo insostenible ante la imposibilidad material de poder enterrar tantos cuerpos putrefactos. Los cadáveres comenzaban a apilarse en las calles a la espera de ser quemados, pero eso suponía un alto riesgo de contagio para la gente sana. Entonces decidieron trasladar los muertos en barcas hasta Poveglia. A esas alturas de la terrible epidemia una psicosis calenturienta invadió la población. Todo el que mostrase cualquier síntoma de enfermedad, aunque fuera un simple catarro, era denunciado a la guardia veneciana, que al poco tiempo se presentaba en su casa para llevarlo hasta la isla condenándolo a una muerte segura. Resultó ser tal la cantidad de moribundos acumulados en Poveglia, que al final eran arrojados a las fosas para quemarlos sin importarles que aún permanecieran con vida... Renato Salieri fue unos de los alguaciles encargados de esa macabra operación.
           Una semana después regresé a España absorbido por aquel terrible pasaje de la historia. Al abrir la puerta de casa y ver su foto en la entrada, fui consciente de que me había olvidado por completo de Natascha... Entonces supe que ya no formaba parte de mi vida. Saqué la foto del marco y la prendí fuego en una especie de ritual purificador para liberarme del pasado. Esa misma noche, tras deshacer el equipaje, repasé todas las notas que había ido plasmando durante mi periplo aventurero. Al llegar al final, me quedé petrificado. En la última hoja de la libreta, escrito con tinta de pluma y una letra abigarrada, podía leerse en italiano antiguo: «Buon viaggio, amico». Firmaba Renato Salieri.





 

FIN
 



Oscar Nóbregas, Madrid 












Oscar Nóbregas



Oscar Nóbregas Manrique nació en Madrid.
Desde los 25 años se dedica plenamente al mundo de la literatura. Colabora en diversas revistas literarias, así como en programas radiofónicos dedicados a las letras y a la música, tareas que compagina con su afición por la fotografía artística.

Con su novela "Retazos de un Bastardo" ha conseguido un éxito sin precedentes en los círculos literarios vanguardistas, que le han aupado a una situación de privilegio en el mundo de las letras, por lo arriesgado e innovador de su proyecto. Retazos de un Bastardo es para muchos la obra literaria más original de los últimos años.

Oscar Nóbregas también ha escrito otras dos novelas:
"Efluvios Metafísicos" (un estudio sobre sexo, droga y rock and roll) y "El Beso de la Esfinge" (novela erótica ambientada en Madrid).
Tiene en proyecto un cuarto libro: "El Susurro del Cárabo", novela histórica basada en una leyenda rusa del siglo XIX.
En la actualidad se halla inmerso en un ciclo de relatos titulado "Bajo la Sombra del Yinkgo Biloba".




Otros relatos de Oscar Nóbregas:
  
Fotos de Oscar Nóbregas:


Programa Radio Oscar Nóbregas:

https://soundcloud.com/user-761545961/el-bosque-encantado



Artículos y otras hierbas - Oscar Nóbregas:






 
  Oscar Nóbregas

 

 

Entrevista con Oscar Nóbregas

 

Venturas y desventuras de un escritor madrileño...

Oscar Nóbregas es un ratón de biblioteca del siglo XXI. Aislado en su escritorio o buscando en los archivos de la Biblioteca Nacional, elucubra nuevas ideas y personajes para sus próximo libros.
Nos hemos tomado la licencia de apartarle de su trabajo durante un rato para que nos permita conocerle un poco mejor, a él y a su trabajo.
Oscar, ¿se puede vivir de escribir hoy en día?

Salvo algunos privilegiados, es muy difícil vivir de la literatura; aunque pienso que es mejor que sea así. La creación no debe estar sujeta a una nómina, porque escribir bajo presión a lo único que conduce es a coartar la espontaneidad. Un escritor no puede escribir una novela pensando que con el dinero que obtenga va a pagar las facturas.

Te voy a mencionar 3 conceptos; me gustaría que nos contaras en qué medida te afectan, para bien o para mal, en el desarrollo de tu profesión:
Editores

Los editores son un mal necesario para los escritores; un arma de doble filo que se puede volver contra ti. Lo más duro para un escritor es descubrir que los problemas no terminan cuando publica una novela, sino que pueden empezar justo en ese momento... Si tienes buena relación con tu editor, éste puede darte alas y hacer que tu obra crezca; pero si tienes la mala suerte de topar con un editor que no te apoya lo suficiente, puede convertirse en tu principal enemigo; la tumba de tu propia novela. Con un editor abúlico todos tus esfuerzos caen en saco roto. De nada sirve remar con todas tus fuerzas, si el que lleva el timón te deja encallado en la orilla.
Para muchos editores prevalece el número de ventas por encima de la originalidad o la calidad literaria, y ese punto de vista muchas veces aborta grandes proyectos más cercanos a lo vanguardista que a  lo meramente estándar. A fin de cuentas, una editorial no es otra cosa que una empresa… Pero también hay editores arriesgados que aman la literatura por encima de las cifras, aunque por desgracia suelen ser muchos menos.
Lo triste para cualquier escritor es echar un vistazo tras los escaparates de las librerías y ver auténticas bazofias presentadas con jactancia como best sellers, cuando lo cierto es que el número de ventas rara vez va en concordancia con la calidad literaria.

Internet

Siempre miro con recelo los avances tecnológicos, pues pienso que muchas veces nos proporcionan "comodidades" que a la larga te acaban creando una dependencia innecesaria, que al final lo único que consigue es esclavizarnos. Pero como todo en la vida, depende del uso que le des a las cosas. En el caso de Internet, no se puede negar que es un instrumento que bien utilizado ofrece infinitas posibilidades al permitir comunicarte con el resto del mundo. Para mí es muy gratificante saber que gracias a los foros literarios de Internet, mi novela ha llegado a manos de lectores en toda Hispanoamérica e incluso al sur de los Estados Unidos. 

Uno de los peligros de Internet es el hecho de caer en la incomunicación de la comunicación y en la desinformación a base de sobreinformación. Por otro lado, me inquieta el hecho de que Internet ya no sea algo opcional que consultar de vez en cuando sentados frente a una pantalla; ahora llevamos Internet a cuestas en el bolsillo durante todo el día…  Pienso que la irrupción de los ordenadores y los teléfonos móviles en nuestra vida privada nos ha desbordado por completo, y no creo ni  por asomo que ahora seamos más felices ni que nos comuniquemos mejor que antes.

Todo este fenómeno social es un montaje lucrativo de las empresas tecnológicas, las cuales nos han puesto el “caramelito” de las grandes ventajas de estar comunicados las 24 horas del día como algo esencial en nuestras vidas… Han diseñado lo que quieren que necesitemos para que no podamos prescindir de ello en el futuro. Nos están  alienando y no hemos hecho nada por impedirlo. Nuestra sociedad, que es básicamente superflua y materialista, convierte los lujos en necesidades. Ahora si no tienes Guasap, eres poco menos que un proscrito y la gente te margina por no “estar al día”. Ya no importa la amistad en sí misma. Importa que estés conectado a la red constantemente por medio del teléfono móvil, aunque sólo sea para decir estupideces…
Lo que muchos no sospechan o no quieren ver, es que detrás de ese invento tecnológico vendrá otro que le sustituya. Ya están preparando desde un despacho de marketing publicitario lo que “vamos a necesitar” en el futuro… Así nos mantienen de por vida idiotizados con la zanahoria delante de nuestras narices, lucrándose a base de nuestra imperiosa necesidad de comunicarnos como especie social y gregaria que somos por naturaleza.

Por mi parte, no soy una persona que necesite estar constantemente comunicado, como el que tiene que estar asistido a un tubo conectado con una botella de suero para sobrevivir. Prefiero disfrutar de lo que tengo delante y charlar sin que nada me interrumpa, cosa que ya es muy difícil, pues todos los que están enganchados al móvil viven para él, siempre más pendientes de lo que está lejos que de lo que tienen enfrente.
A veces pienso que la gente debe de estar muy vacía por dentro cuando siente la necesidad obsesiva de comunicarse a cada instante por medio del Smartphone. Este artilugio se ha convertido en una prótesis inseparable de las personas. Es patético observar a todo el mundo imbuido en sus teléfonos como si buscaran ansiosamente la felicidad allí dentro.
Los parámetros que ha diseñado el móvil a principios de este siglo me parece un síntoma enfermizo de la sociedad actual. El móvil ha idiotizado a la gente, convirtiéndola en marionetas de un artilugio superfluo. Realmente me parece una esclavitud disfrazada de comodidad.

 Lo cierto es que la gente se sigue sintiendo igual de sola que antes. No ha mejorado la comunicación real, tan sólo la virtual. A pesar de Facebook, los amigos de verdad se siguen contando con los dedos de una mano.
Con los ordenadores hay que saber dónde termina la realidad y dónde comienza lo virtual. No podemos canalizar todas nuestras emociones a través de una pantalla. El riesgo de Internet es que si no lo usamos con inteligencia puede acabar cuadriculando nuestra mente.

Internet al margen de las incuestionables ventajas como medio de comunicación, se ha convertido en una corrala cibernética donde lo importante por encima de todo es aparentar. La gente disfruta más enviando una foto de algún lugar exótico para que la vean los amigos en vez de vivir ese momento para sí mismos. Esa actitud me parece cuanto menos preocupante.
Internet es un espacio donde se puede maquillar fácilmente la realidad, creando un escenario virtual en el cual lo importante es lo que se ve por la pantalla, no lo que realmente es.

Creo que al final pagaremos un precio muy alto por este mundo tecnológico que ha arrollado nuestras vidas.
Sería ingenuo pensar que Internet en sí mismo es una alternativa personal a elegir; más bien se trata de una imposición social fomentada desde arriba para tenernos controlados.

Crisis

La crisis económica es algo que sin duda ha repercutido en todos los ámbitos, tanto a nivel nacional como internacional. En la literatura no iba a ser menos y las ventas han descendido desde hace un par de años. Pero al margen de la literatura, lo que me preocupa de todo este "pesimismo general" que estamos viviendo no es la crisis en sí misma, sino saber quién está interesado en tenernos pendientes de que suba o baje la Bolsa para desviar nuestra atención de los problemas reales de nuestra sociedad, y de esa manera tenernos hipnotizados. Nos marean con cifras y términos económicos que a la postre lo único que consiguen es desorientarnos y que perdamos toda referencia con la realidad. Los medios de comunicación se convierten en trileros que nos bombardean con noticias contradictorias las cuales terminan por anular cualquier criterio razonable.

 Antiguamente al pueblo llano se le tenía atemorizado con la religión y sus mensajes apocalípticos. En el siglo XXI los gobernantes nos meten miedo con la crisis, que al fin y al cabo no son más que números y estadísticas que basculan. Lo cierto es que nos subyugan creando un ambiente general de situación límite, cuando la realidad es que nunca hemos tenido más comodidades que ahora. Crisis fue la que vivieron nuestros abuelos en la posguerra comiendo mondas de patatas y pasando verdaderas necesidades. Ahora dicen que estamos en plena crisis, pero no conozco a nadie que haya renunciado a su teléfono móvil, ni a instalar su tdt para poder ver un montón de canales en la televisión.

Para mí la verdadera crisis es la medioambiental. Cuando empiecen a deshelarse los casquetes polares de manera irreversible, como de hecho ya está sucediendo, todas esas cifras económicas dejarán de tener sentido… Por desgracia el ser humano es así: capaz de lo mejor y de lo peor.

Oscar ha dirigido como locutor y guionista un programa de radio: El Bosque Encantado. Háblanos de tu experiencia en las ondas; ¿qué es lo que más te aporta para tu profesión de escritor?

Quizás el hecho de dar más relieve a tus escritos mediante una lectura oral de los textos, descubriendo que una misma frase puede ser leída con matices distintos.
La Radio te proporciona el tono y la intensidad de la que carece la lectura mental, pues a veces las palabras se quedan algo mudas si no las expresamos mediante los labios.
La Radio también te aporta ese punto de improvisación que a menudo libera a los textos de las páginas y los hace volar más libres.

Sabemos que te gusta la fotografía artística, ¿no has pensado utilizar en las portadas de tus libros alguna de tus fotografías?

Sí, de hecho las portadas de tercer y del cuarto libro llevarán fotos hechas por mí. No ha surgido antes porque no veía una imagen que pudiera encajar con el ambiente de la novela.

Háblanos de tu "Crónica Sobre la Historia del Rock"... ¿Cuál es tu grupo de rock favorito?

De esa crónica surgió la idea de mi segunda novela Efluvios Metafísicos, que de alguna manera es un homenaje a la música contemporánea en sus distintos estilos: Blues, Jazz, Rock, Pop, Folk, New Age, etc.
Desde siempre he estado rodeado de músicos, cantantes o de gente melómana apasionada con grandes colecciones de discos, por lo cual no me ha sido difícil imbuirme de lleno en dicho terreno.
En cuanto al Rock, lo he disfrutado de manera apasionada desde la adolescencia, y, aunque no tuve la suerte de experimentarlo en su época dorada por cuestiones de edad, sí que he vivido la inercia de ese movimiento unos años más tarde.

La lista de grupos de Rock que me han influido sería interminable... Básicamente corresponden a bandas formadas en las décadas de los 60 y los 70, que sin duda son los años más creativos la historia del Rock. Creo que los grupos que más me han marcado son Pink Floyd y Led Zeppelin. Cada cual en su estilo, me parecen las dos bandas más carismáticas que ha habido nunca. Pero no puedo dejar de nombrar a los Beatles, que supusieron una auténtica revolución. Incluso hoy en día, casi 50 años después, sus canciones no han perdido ni un ápice de frescura y vitalidad. El fenómeno beatle fue algo único e irrepetible que marcó a muchas generaciones.
Por desgracia, ya casi no surgen grupos y artistas con la personalidad de
Santana, Jethro Tull, The Kinks, Rolling Stones, The Who, The Doors, Grateful Dead, Don Mc Lean, Crosby, Stills, Nash& Young, Bob Dylan, Carole King, Donovan, Cat Stevens, Ten Years After, Cream, Allman Brothers, Creedence Clearwater Revival, Deep Purple, Black Sabbath, Jimi Hendrix, Frank Zappa, Fleetwood Mac, Lou Reed, David Bowie, T. Rex, Bob Marley, Queen, Genesis, King Crimson, Yes, Camel, Supertramp, Mike Oldfield, The Police, Dire Straits, U2...


Duendes es uno de esos escritos fantásticos que nos adentran en las peculiaridades de estos pequeños seres, concretamente, los que habitan en nuestra Sierra del Guadarrama. Quisiera saber ¿con qué duende te identificas más: campestre, montaraz o albino?

Supongo que tengo algo de cada uno. Quizá me identifico un poco más con los albinos, por aquello de que son una "rara avis" como yo...

Tras la “carrera de fondo” que supone escribir una novela, vemos que últimamente te has decantado por la “media distancia”. A la hora de crear narraciones más cortas, ¿utilizas otro método distinto al de la novela para desarrollar la trama o el enfoque es similar? Coméntanos algo sobre tus relatos.

A pesar del reto intelectual y el esfuerzo que supone enfrentarte a una composición extensa, al principio de mi carrera como escritor me dediqué de lleno a escribir novelas, quizás porque me parecía más atractivo el hecho de tener atrapado al lector durante varios días con el ambiente y los personajes creados, cosa que en el ámbito del relato resulta imposible por cuestiones de extensión. Un relato viene a ser un aperitivo comparado con el guiso caliente que es una novela de doscientas páginas. Sin embargo, después concluir mi tercera novela sentí la necesidad de experimentar con otro ritmo literario. Sin duda el relato me ofrecía un terreno idóneo para plasmar las situaciones de una forma más directa. En los relatos las descripciones se prestan a mostrarse de manera concisa, mientras que en la novela tienes que ir tejiendo poco a poco el perfil de los protagonistas. Son creaciones distintas en cuanto a extensión, pero el ámbito en el que se mueven es básicamente el mismo; de hecho muchas novelas surgen de historias cortas.
En todos mis relatos siento el impulso vital de traspasar las barreras de lo políticamente correcto. No me interesa la escritura placentera sin más. Siempre intento mostrar las cosas sin pelos en la lengua pegando donde más duele. Esto a menudo puede crearte problemas, pero en mis escritos me interesa más la polémica que la complacencia. Me gusta meter el dedo en la llaga yendo a contracorriente. Creo que en general todos mis relatos tienen una vuelta de tuerca y son críticos con esta sociedad hipócrita en la que vivimos.

Bueno, creo que va llegando el momento de centrarnos un poco en tu novela Retazos de un Bastardo... ¿Cuánto tiempo te llevó escribirla? y ¿en qué te inspiraste?

Resulta difícil contabilizar en tiempo real, desde el momento en que surge el chispazo de una historia hasta el último capítulo. Las ideas son como peces que divagan por tu cabeza y que vas plasmando en tus escritos, unas antes o después sin saber por qué, pero no necesariamente de forma lineal. Por otro lado, desde que surge algo sólido hasta que germina, puede que transcurran varios meses, pues ni tú mismo sabes si esa idea va a fructificar. Luego viene la etapa de ordenar el rompecabezas para que todo ocupe su lugar exacto evitando que haya fisuras, y ése es otro proceso imposible de medir con un calendario, pues a veces recurres a apuntes que llevaban guardados en un cajón mucho tiempo.

Lo que sí te puedo asegurar, es que desde que terminé la novela hasta que se publicó pasaron varios años de llamar a puertas de editoriales y de enviarla a concursos. Por cierto, hoy en día estoy totalmente en contra de los concursos. Creo que no se debe escribir para competir con nadie.
Respecto a la inspiración de la novela, todo surge por una amalgama de sensaciones que van bullendo dentro de ti, condimentadas por mil influencias: una experiencia vivida, un pasaje de otra novela, la escena de una película, la letra de una canción, un suceso real que ves en las noticias, el artículo de un periódico, un pasaje de la historia... Todo ello forma un cóctel que agitas a la par con tu imaginación hasta que surge algo coherente y con una estructura definida.

En tu novela Retazos de un Bastardo, defines la felicidad como "un dulce estado de ánimo pasajero". ¿Crees que sin desdicha no hay dicha?

Desde luego, todo tiene su lado opuesto. Para que haya luz y saber lo que significa, es necesario conocer la oscuridad. El caso es que las personas más baqueteadas suelen valorar mejor las cosas buenas de la vida. No se puede mantener de forma perenne un estado de dicha absoluta o de éxtasis… La vida es un camino de contrastes. Como dice Luis Eduardo  Aute, vivir es un ejercicio de gozo y dolor.

Reconozco que en esta pregunta tengo un interés personal, ya que hablamos de uno de mis cuadros favoritos... ¿Como se te ocurrió usar la imagen de “Saturno devorando a su hijo” en la portada de tu libro, sobre todo teniendo en cuenta que el protagonista es un pintor surrealista?

En un momento dado de la novela en el cual el pintor se haya atravesando un estado anímico tortuoso, decide plasmar en la pared de su buhardilla este cuadro de las Pinturas Negras de Goya. Saturno devorando a su hijo representa para él una alegoría freudiana de la humanidad devorando al hombre como individuo. Eso es lo que quiere expresar el pintor en su encierro tras sufrir una crisis existencial.
Lo que sí he comprobado con el paso del tiempo, es que la portada se ha convertido en una prueba de fuego para el lector de mi novela. Generalmente si te atrae la imagen, es que te va a gustar el contenido, y viceversa.

Recomienda tu novela a nuestros lectores...

Uf, recomendar mi propia novela es algo que me da bastante pudor... Puedo hablarte por boca de lectores que me han felicitado, diciendo cosas tan bonitas como que mi novela deja huella en el alma o que rebosa de sensibilidad e imaginación; que es una novela muy profunda y que te hace pensar sobre ti mismo; que en vez de páginas, las hojas parecen espejos que reflejan tus propios sentimientos.

En fin, qué más puedo deciros sobre Retazos de un Bastardo... Comentan por ahí que mi novela tiene afinidades con Kafka, Pessoa o Hermann Hesse. Al que le guste alguno de estos autores es probable que conecte con mi estilo; pero creo yo tengo mi propio sello, más cercano al tiempo que nos ha tocado vivir.

Una última pregunta... ¿Para cuándo tu próximo libro?

Me hallo inmerso en la redacción de once relatos que irán recopilados en un libro titulado Bajo la sombra del yinkgo biloba.

Estoy muy ilusionado con este proyecto y humildemente pienso que cada relato es un mundo en el que te sumerges de los pies a la cabeza. He puesto toda mi alma y mi corazón en ellos, así que espero no defraudar al lector…


Por nuestra parte, pediremos a los duendes y las hadas de la Sierra de Guadarrama que el deseo de Oscar se cumpla en breve y nosotros podamos verlo y contároslo desde aquí.


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 Oscar Nóbregas tomando apuntes a mano



Oscar Nóbregas (izda). Tertulia en un bar de Lavapiés










Oscar Nóbregas. Plaza de Santa Ana -  Estatua de Lorca

















FOTOS ARTÍSTICAS DE
OSCAR NÓBREGAS







Primer premio concurso Magnum:


La ira de Dios





Finalista concurso de fotografía Guadarrama:


























Títulos de las fotos por orden de aparición:

1. Prado en diciembre
2. Árbol desnudo
3. Río Guadarrama helado
4. Puente nevado
5. La torre en invierno





Paisajes que sugieren























































 
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Títulos de las fotos por orden de aparición:


1. Arco iris en Guadarrama
2. Vistas desde la abadía, Mont Saint-Michel
3. Sombras sobre la nieve al atardecer, Guadarrama
4. Ruinas de Recópolis al atardecer
5. Río Piedra abstracto
6. Reflejos sobre el agua, Río Piedra
7. Reflejos plateados, Salinas de Torrevieja
8. Reflejos impresionistas sobre el agua, Río Piedra
9. Reflejos en el río Dulce
10. Reflejos del sol, salinas de Torrevieja
11. Ramas sobre fondo rosado, Cala Macarela
12. Pueblo fantasma, ruinas de Belchite
13. Por encima de las nubes, sobre el Mediterráneo
14. Nenúfares sobre nubes en el río Lobos
15. Dibujos de luz sobre el agua, Menorca
16. Luna llena en el cementerio de Atienza
17. Isla Vedra bajo la bruma
18. Lago del amor, Brujas
19. Hojas de haya a contraluz
20. Gaviota volando sobre el mar, Cala Macarela
21. Cuadro abstracto de sal, salinas de Torrevieja
22. Castillo de Atienza en la noche estrellada
23. Cabo de Formentor al atardecer
24. Lluvia sobre el canal, Brujas
25. Arena tostada, Playa de Caballería
26. Arcos sobre la arena, Playa de las Catedrales
27. Arbusto sobre la nieve, Guadarrama
28. Arbusto sobre fondo marino
29. Árbol siniestro, Hayedo de Montejo
30. Árbol seco, Burgos
31. Abadía del Mont Saint-Michel


*COPYRIGHT FOTOS*
Oscar Nóbregas





 




COPYRIGHT  OSCAR NÓBREGAS




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EMAIL CONTACTO: oscarnobregas#yahoo.es









 







Citas literarias








“Leed libros alentadores de espíritu, que os inciten a ser cada día mejores”.

SWETT MARDEN










“Escribir es robar vida a la muerte.”

ALFREDO CONDE




















“Un mal escritor puede llegar a ser un buen crítico, por la misma razón que un pésimo vino puede llegar a ser un buen vinagre.”

FRANCOIS MAURIAC






















“El poder de la literatura es que es posible contar la vida.”












“Escribir: la única manera de conmover a otros sin ser incomodados por su rostro.”

JEAN ROSTAND















“Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma.”
CICERÓN 




















“No es preciso tener muchos libros, sino tenerlos buenos.”

SÉNECA






















“Un mismo texto admite infinito número de interpretaciones.”
FRIEDRICH NIETZSCHE 



















“La lectura cura los dolores del alma.”

ANÓNIMO

















“Un libro abierto es una mente que habla. Un libro cerrado es un amigo que espera.”
PROVERBIO HINDÚ 
















“Un buen libro, es el mejor de los amigos.” 

RUBÉN DARÍO




















“Leer mucho aviva el ingenio de los hombres.”
SCHILLER 
















“Amar a la lectura es trocar horas de hastío por horas deliciosas."

JOHN F. KENNEDY






















“Un libro es una voz viviente; una inteligencia que nos habla.” 

SAMUEL SMILES




















“El destino de muchos hombres depende de haber tenido o no, biblioteca en su casa paterna.” 

EDMUNDO DE AMICIS




















“Ningún hombre carece de amigos, mientras cuente con la compañía de buenos libros.”











“Preferiría vivir pobre en un desván con muchos libros, que ser un rey a quien no le gustara leer.”

THOMAS MACAULAY







"La televisión es muy educativa: siempre que alguien la enciende, cojo un libro y me voy a mi cuarto a leer."

GROUCHO MARX






"Hay imágenes en los escondrijos de los libros, que viven más nítidamente que muchos hombres y mujeres."

FERNANDO PESSOA





 




Poesías y Canciones
OJALÁ

Ojalá que las hojas no te toquen
el cuerpo cuando caigan,
para que no las puedas convertir en cristal.
Ojalá que la lluvia deje de ser milagro
que baja por tu cuerpo,
ojalá que la luna pueda salir sin ti.
Ojalá que la tierra no te bese los pasos.

Ojalá se te acabé la mirada constante,
la palabra precisa, la sonrisa perfecta.
Ojalá pase algo que te borre de pronto:
una luz cegadora, un disparo de nieve,
ojalá por lo menos que me lleve la muerte,
para no verte tanto, para no verte siempre
en todos los segundos, en todas las visiones,
ojalá que no pueda tocarte ni en canciones.

Ojalá que la aurora no dé gritos
que caigan en mi espalda.
Ojalá que tu nombre se le olvide a esa voz.
Ojalá las paredes no retengan tu ruido
de camino cansado.
Ojalá que el deseo se vaya tras de ti,
a tu viejo gobierno de difuntos y flores.

Silvio Rodríguez


DE ALGUNA MANERA

De alguna manera tendré que olvidarte,
por mucho que quiera no es fácil, ya sabes,
me faltan las fuerzas, ha sido muy tarde
y nada más, y nada más, apenas nada más.


Las noches te acercan y enredas el aire,
mis labios se secan e intento besarte.
Qué fría es la cera de un beso de nadie
y nada más, y nada más, apenas nada más.


Las horas de piedra parecen cansarse
y el tiempo se peina con gesto de amante.
De alguna manera tendré que olvidarte
y nada más, y nada más, apenas nada más.


Luis Eduardo Aute







TE ALEJAS

Te alejas bajo la oscuridad del parque
 con paso firme, inalcanzable.
Se diluye tu figura rojiza por calles estrechas
hasta que te traga la noche.

Aturdido, te busco entre luces y semáforos...
Nado sobre el asfalto y acabo hundido en la desolación.
Tu silueta tan sólo es un punto en el horizonte,
un punto lejano en el abismo de la ciudad.

Te alejas.
Mi corazón cansado no puede seguirte
y se amohína ahogado en soledad.

Me siento desnudo.
Tus brazos y tu pelo ya no me arropan,
no puedo sentir el calor de tu cuerpo
en mitad del otoño sombrío.

Estoy solo.
No encuentro tus ojos azules ni tus besos,
las hadas de tus labios se desdibujan
en mi fría almohada.

Te alejas.
La llama del amor se apaga.




Oscar Nóbregas 














POEMA 20

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos."

El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.

La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche esta estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.

Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca. 
Mi corazón la busca,
y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear
los mismos árboles.

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta
la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.



Pablo Neruda




LIBRE TE QUIERO

Libre te quiero,
como arroyo que brinca
de peña en peña,
pero no mía.

Grande te quiero,
como monte preñado
de primavera, pero no mía.

Buena te quiero,
como pan que no sabe
su masa buena,
pero no mía.

Alta te quiero,
como chopo que al cielo
se despereza,
pero no mía.

Blanca te quiero,
como flor de azahares
sobre la tierra,
pero no mía.

Pero no mía
ni de Dios ni de nadie
ni tuya siquiera.



Agustín García Calvo



A UN OLMO SECO 

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.

El olmo centenario en la colina,
un musgo amarillento
le lame la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.

Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas, olmo,
quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.

Mi corazón espera también,
hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.



Antonio Machado

(Adapt. Juan Manuel Serrat)



PARA LA LIBERTAD


Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.

Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho
dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales,
y entro en los algodones
como en las azucenas.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos
y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida. 



Miguel Hernández

(Adapt. Juan Manuel Serrat) 












PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO

Madre, yo al oro me humillo;
él es mi amante y mi amado,
pues de puro enamorado,
de continuo anda amarillo;
que pues doblón o sencillo,
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero es don dinero.

Nace en las Indias honrado,
donde el mundo le acompaña,
viene a morir en España
y es en Génova enterrado;
y pues quien le trae al lado es hermoso,
aunque sea fiero,
poderoso caballero es don dinero.

Por importar en los tratos
y dar tan buenos consejos
en las casas de los viejos
gatos le guardan de gatos;
y, pues rompe él recatos
y ablanda al juez más severo,
poderoso caballero es don dinero.

Nunca vi damas ingratas
a su gusto y afición,
que a las caras de un doblón
hacen sus caras baratas;
y, pues hace las bravatas
desde su bolsa de cuero,
poderoso caballero es don dinero.



Francisco de Quevedo

(Adapt. Paco Ibáñez)





DESMAYARSE

Desmayarse, atreverse, estar furioso,

áspero, tierno, liberal, esquivo,

alentado, mortal, difunto, vivo,


leal, traidor, cobarde y animoso;


no hallar fuera del bien centro y reposo,


mostrarse alegre, triste, humilde,


altivo, enojado, valiente, fugitivo,


satisfecho, ofendido, receloso;


huir el rostro al claro desengaño,


beber veneno por licor suave,


olvidar el provecho, amar el daño;


creer que el cielo en un infierno cabe;


dar la vida y el alma a un desengaño,


esto es amor, quien lo probó lo sabe.




Lope de Vega





LA MALA REPUTACIÓN

En mi pueblo, sin pretensión,

tengo mala reputación,
haga lo que haga es igual
todo lo consideran mal.

Yo no pienso, pues, hacer ningún daño
queriendo vivir fuera del rebaño.
No, a la gente no le gusta
que uno tenga su propia fe.

Todos, todos me miran mal,
salvo los ciegos, es natural.

En la fiesta nacional
yo me quedo en la cama igual,
que la música militar
nunca me supo levantar,
en el mundo, pues,
no hay mayor pecado
que el de no seguir
al abanderado.

No, a la gente no le gusta
que uno tenga su propia fe.
Todos me muestran con el dedo,
salvo los mancos, quiero y no puedo.

Si en la calle corre un ladrón
y a la zaga va un ricachón
zancadilla pongo al señor
y aplastado el perseguidor.
Esto sí que sí, que será una lata
siempre tengo yo que meter la pata.

No, a la gente no le gusta
que uno tenga su propia fe.
No, a la gente no le gusta
que uno tenga su propia fe.

Todos tras de mí a correr,
salvo a los cojos, es de creer.


Georges Brassens

(Adapt. Paco Ibáñez)




PALABRAS PARA JULIA 

Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable, interminable.
Te sentirás acorralada,
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido, no haber nacido.

Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso:
La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor, tendrás amigos.

Un hombre solo, una mujer así tomados,
de uno en uno son como polvo,
no son nada, no son nada.

Otros esperan que resistas
que les ayude tu alegría
tu canción entre sus canciones.

Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso:

Nunca te entregues
ni te apartes junto al camino,
nunca digas no puedo más
y aquí me quedo, aquí me quedo.

La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor, tendrás amigos.

No sé decirte nada más
pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino, en el camino.

Pero tú siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti
como ahora pienso.


José Agustín Goytisolo

(Adapt. Paco Ibáñez)





ME QUEDA LA PALABRA

Si he perdido la vida, el tiempo,

todo lo tiré como un anillo al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.

Si he sufrido la sed, el hambre,
todo lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.

Si abrí los ojos para ver el rostro puro
y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.

Blas de Otero












Palabras que marcan
Libros 

LA ODISEA, CANTO I
HOMERO 
 
Háblame oh, Musa, de las desdichas de aquel ingenioso y astuto varón, que anduvo tiempo errante por el mundo, tras haber destruido los sagrados muros de Ilion, que visitó muchas ciudades y conoció el modo de ser de numerosas personas; que, en el mar, supo de tantos padecimientos para lograr su propia salvación y el retorno de sus compañeros; mas no pudo salvarlos, a pesar de todos sus esfuerzos, ya que perecieron a causa de sus propios errores. ¡Insensatos! Comieron los rebaños del Sol, hijo de Hiperión, el cual no permitió que regresaran a sus lares. Cuéntanos, diosa, hija de Zeus, algunas de tales aventuras.

PRÓLOGO DEMIAN
HERMANN HESSE
Pocos saben hoy qué es el hombre. Muchos lo presienten y por ello mueren más tranquilos, como yo moriré cuando haya de escribir esta historia.
No puedo adjudicarme el título de sabio. He sido un hombre que busca y aún lo sigo haciendo; pero ya no busco en las estrellas y en los libros, sino que comienzo a escuchar las enseñanzas que me comunica mi sangre. 

Mi historia no es agradable, no es dulce y armoniosa como las historias inventadas. Tiene un sabor a disparate y a confusión, a locura y a sueño, como la vida de todos los hombres que ya no quieren seguir engañándose. 

La vida de todo hombre es un camino hacia sí mismo, el intento de un camino, el esbozo de un sendero. Ningún hombre ha llegado a ser él mismo por completo; sin embargo, cada cual aspira a llegar, los unos a ciegas, los otros con más luz, cada cual como puede. Todos llevan consigo, hasta el fin, los restos de su nacimiento, viscosidades y cáscaras de un mundo primario.



RAYUELA, CAPÍTULO 7
JULIO CORTÁZAR




Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. 

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua.



LOS ASESINATOS DE LA CALLE MORGUE
EDGAR ALLAN POE
Una rareza de mi amigo era que adoraba la noche por la noche misma, y me entregué a esta rareza suya, como a casi todas las otras que demostró. Con las primeras luces del alba, cerrábamos todas las persianas del antiguo edificio y encendíamos un par de velas que lanzaban débiles y mortecinos rayos. Con la ayuda de estas velas nos dedicábamos a soñar, leer, escribir o conversar, hasta que el reloj nos anunciaba la llegada de la verdadera Oscuridad. Entonces salíamos a la calle vagando por ahí hasta muy tarde.



 CRIMEN Y CASTIGO
FIODOR DOSTOYEVSKI


Por lo pequeña que era, recibió el golpe en la misma cima del cráneo. Exhaló un grito, pero muy débil. Raskolnikov le asestó un segundo golpe y enseguida un tercero, con el lado romo de la hoja y también en lo alto del cráneo. Saltó la sangre como de un vaso volcado y el cuerpo se desplomó de espaldas. Él retrocedió un paso cuando la vio caer y al momento se agachó para ver la cara. La vieja estaba muerta. Los ojos parecían saltársele de las órbitas y la frente y todo el rostro los tenía convulsamente contraídos. Puso el hacha en el suelo junto a la muerta y le registró uno de los bolsillos, procurando no mancharse de sangre.
Raskolnikov estaba en pleno dominio de sus facultades, pero aún le temblaban las manos.










MOMO
MICHAEL ENDE





Lo que la pequeña Momo sabía hacer como nadie era escuchar. Muy pocas personas saben escuchar de verdad y la manera en que lo hacía ella era única. 
Momo sabía escuchar de tal forma que a la gente se le ocurrían de pronto ideas muy inteligentes. No porque dijera o preguntara algo que llevara a los demás a pensar esas ideas, no; simplemente estaba allí y escuchaba con toda su atención y simpatía. Mientras tanto miraba con sus grandes ojos negros, y el otro en cuestión notaba de inmediato cómo se le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído que estaban en él.


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A Beppo le gustaban esas horas antes del amanecer, cuando la ciudad todavía dormía. Le gustaba su trabajo y lo hacía bien. Sabía que era un trabajo muy necesario. Cuando barría las calles, lo hacía despacio pero con constancia. Mientras se iba moviendo, con la calle sucia ante sí, se le ocurrían pensamientos. Eran pensamientos sin palabras; pensamientos tan difíciles de comunicar, como un olor o como un color que se ha soñado. Después del trabajo, se sentaba con Momo y charlaban:

—A veces tienes ante ti una calle larguísima —le decía—. Te parece tan terriblemente larga que crees que nunca podrás acabarla; y entonces te empiezas a dar prisa, cada vez más prisa. Cuando levantas la vista, ves que la calle no se hace más corta. Te esfuerzas más todavía y al final está sin aliento... Así no se debe hacer.
Reflexionó durante un rato, y después siguió hablando:
—Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Sólo hay que concentrarse en el paso siguiente, en la siguiente barrida; nunca nada más que en la siguiente. Entonces es divertido, y, eso es importante, porque así se hace bien la tarea.









MEMNÓN O LA SABIDURÍA HUMANA
VOLTAIRE





Memnón concibió un día la extravagante idea de ser completamente cuerdo; locura que pocos hombres han dejado de sufrir. Memnón discurría así:
—Para ser muy cuerdo, y, en consecuencia muy feliz, basta con no dejarse arrastrar de las pasiones, cosa fácil como nadie ignora. Lo primero, nunca he de amar a ninguna mujer. Cuando contemple a una mujer hermosa, me diré a mí mismo: "Llegará un día en que esa cara se llene de arrugas; esos bellos ojos perderán su brillo; ese busto firme y turgente se volverá fofo y caído; esa abundancia de pelo se trocará en calvicie." Me bastará figurarme entonces cómo será esa linda cabeza, para que no me haga perder la mía. 

Lo segundo, siempre seré sobrio, por más que me tiente la gula, los vinos exquisitos y el placer de las fiestas. Tendré muy en cuenta las consecuencias de los excesos de la mesa: el estómago estropeado, la cabeza pesada, la incapacidad para el trabajo. Comeré con sobriedad y, con el goce de la salud, mis ideas serán claras y felices. Luego no descuidaré mi hacienda. Soy hombre moderado; tengo un capital que me produce buena renta. Con ello puedo vivir sin depender de nadie, que es la mayor fortuna.

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—¡Ay! —replicó Memnón— ¿Y por qué no viniste anoche para evitar que hiciera tanto disparate?
— Tu suerte cambiará —dijo el genio protector—. Verdad es que ya en toda tu vida no dejarás de ser tuerto; pero aparte de eso, serás feliz a condición de que no cometas nunca la locura de pretender ser cuerdo del todo.
—¿Es que eso no es posible? —preguntó Memnón reprimiendo un sollozo.
—No —contestó el genio—. Como tampoco es posible ser del todo sano o feliz.













EL VIAJE DE NILS HOLGERSSON
SELMA LAGERLÖF




Tenía hambre. Como no había comido en toda la jornada, cayó en la cuenta de que era preciso hacerlo, pero, ¿dónde encontrar algo? En el mes de marzo ni la tierra ni los árboles ofrecen nada que comer... ¿Quién le daría albergue? ¿Quién le prepararía el lecho? ¿Quién le calentaría en su refugio? ¿Quién le protegería contra las bestias salvajes?
El sol se había extinguido en la lejanía. El lago esparcía un frío terrible. Las tinieblas caían del cielo sobre la tierra; la noche iban dejando al pasar sus huellas espantables y en el bosque se percibían ruidos y susurros que ponían espanto en el alma.

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Al día siguiente, prosiguiendo su viaje, los patos remontaron el valle azul. Era en aquella región el primer día hermoso de primavera. Hasta entonces la primavera había avanzado entre lluvias y tempestades. Debido a este esplendido tiempo repentino, la nostalgia del verano y de las verdes florestas se apodera de los hombres y les hace muy penoso el trabajo cotidiano. 

Cuando los patos silvestres pasaban altos, muy altos por encima de la tierra, no había ningún campesino que no interrumpiera su tarea para seguirlos con la visión puesta en la lejanía.

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Nadie debe vanagloriarse de ser más que el otro y sólo debéis alegraros de poder cruzar serenamente vuestra mirada y que al trataros haya en vuestro ánimo esa palidez que es el contento de la vida.


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Los patos silvestres pasaron sobre el Bohuslän, y cuando hubieron doblado las rocosidades de la costa aún les fue posible ver nuevamente el sol enorme y encendido, encima de las olas donde iba a abismarse. Al ver el mar libre e infinito y el sol de la tarde, purpúreo, de un resplandor tan suave que no podía fijar en él la mirada; Nils sintió que entraban en su alma una gran paz y una gran seguridad. Es una bella cosa ser libre y tener el espacio abierto ante sí.












EL SATIRICÓN 
PETRONIO

¿No es acaso un nuevo arrebato de las furias el que agita a los declamadores cuando gritan: "Estas heridas que veis las recibí por la libertad del pueblo y este ojo lo perdí por vosotros?

¿Por qué no me dais un guía que me conduzca a mis hijos? Mis rodillas truncadas no me aguantan el peso del cuerpo."

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¿Pueden hacer algo las leyes allí donde el único señor es el dinero?

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Era tal el encanto de su voz, tan dulce el sonido que acariciaba el aire, que me parecía estar oyendo un coro de sirenas entre las brisas.








LA METAMORFOSIS
FRANZ KAFKA








Al despertar Gregorio Samsa una mañana tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto.Se hallaba echado sobre el duro caparazón de su espalda y, al alzar un poco la cabeza, vio la figura de su vientre oscuro, surcado por curvadas callosidades, cuyas prominencias apenas sí podía aguantar la colcha, que estaba a punto de escurrirse hasta el suelo. Innumerables patas, lamentablemente escuálidas en comparación con el grosor ordinario de sus piernas, ofrecían a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia.

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A Gregorio no se le había ocurrido en absoluto querer asustar a nadie, ni mucho menos a su hermana. Lo único que había hecho era empezar a dar la vuelta para volver a su habitación, y esto, fue, sin duda, lo que sobrecogió a los demás, pues, a causa de su estado doliente, tenía, para realizar aquel difícil movimiento, que ayudarse con la cabeza, levantándola y volviendo a apoyarla sobre el suelo varias veces. 
Se detuvo y miró en torno suyo. Parecía haber sido adivinada su buena intención: aquello sólo había sido un susto momentáneo. Ahora todos le contemplaban tristes y pensativos.








MÁS ALLÁ DEL BIEN Y DEL MAL
FRIEDRICH NIETZSCHE






El hombre de élite se busca instintivamente su torre de marfil; un reducto en el que se vea libre de la masa, del vulgo, de la muchedumbre, donde pueda olvidar "el hombre", la regla a la cual constituye la excepción.

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La independencia es cosa de una reducida minoría; es el privilegio de los fuertes. El independiente se aísla y se deja desgarrar jirón a jirón por algún minotauro oculto en las cavernas de su conciencia.








EL EXTRANJERO
ALBERT CAMUS
El capellán me miró con cierta tristeza. Su presencia me pesaba y me molestaba. Iba a decirle que se marchara, cuando gritó volviéndose hacia mi: "¡No, no puedo creerle! ¡Estoy seguro de que ha deseado usted otra vida!" Le contesté que naturalmente era así, aunque no tenía la mayor importancia. Quería seguir hablándome de Dios, pero me adelanté y traté de explicarle por última vez que me quedaba poco tiempo antes de la ejecución. No quería perderlo con Dios. Me preguntó por qué le llamaba señor y no padre. Esto me irritó y le contesté que no era mi padre.
— Tiene el corazón ciego, rogaré por usted —dijo el cura. Entonces algo se rompió dentro de mí. Le insulté y le dije que no rogara y que más le valía desaparecer. Le tomé por el cuello de la sotana; vaciaba sobre él todo el fondo de mi corazón con impulsos donde se mezclaban el gozo y la cólera. El sacerdote parecía estar muy seguro de sus convicciones. Sin embargo, ninguna de sus certezas valía lo que un solo cabello de mujer.







EL SOBRINO DE RAMEAU
DENIS DIDEROT


Haga buen o mal tiempo, tengo la costumbre de pasear, hacia las cinco de la tarde, por el Palais Royal. 
Yo soy aquel que medita, siempre solo, en el banco de Argenson. Converso conmigo mismo de política, de amor, de arte o de filosofía. Abandono mi espíritu a un libertinaje completo. Le permito que siga la primera idea que se presente, sea sabia o necia...


Mis ideas: ésas son mis amantes.








PENAS DEL JOVEN WERTHER
GOETHE

No, no me engaño; leo en sus ojos negros el verdadero interés que le inspiran mi persona y mi suerte. Sé que me ama. 
No conozco hombre alguno capaz de robarme el corazón de Carlota y, a pesar de ello, cuando habla de su futuro esposo con todo el calor, con todo el amor posible, me hallo como el desgraciado al que despojan de todos sus títulos y honores, y le obligan a entregar su espada.
¡Qué sensación tan grata inunda todas mis venas, cuando por casualidad mis dedos tocan los suyos, o nuestros pies se tropiezan debajo de la mesa! Los aparto como de un fuego, y una fuerza secreta me acerca de nuevo a pesar mío... El vértigo se apodera de todos mis sentidos, y su inocencia, su alma cándida, no le permiten siquiera imaginar cuánto me hacen sufrir esas insignificantes familiaridades. Si pone su mano sobre la mía cuando hablamos, y si en el calor de la conversación se aproxima tanto a mí que su aliento se confunde con el mío, creo morir como herido por el rayo.








SIDDARTHA
HERMANN HESSE

A la sombra de la casa y bajo el sol, a la orilla del río y junto a las barcas, a la sombra del bosque de sauces y el huerto de higueras creció Siddhartha, el hermoso hijo del brahmán.


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Siddhartha se inclinó, levantó una piedra del suelo y la sopesó en su mano.
—Esto —dijo jugueteando— es una piedra, y dentro de un tiempo determinado quizá sea tierra, y esa tierra se convierta en planta animal o ser humano. Sí, puedo amar una piedra, Govinda; así como a un árbol y hasta a un pedazo de corteza.

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Siddhartha vio negociar a muchos mercaderes, vio príncipes que iban de cacería, gente enlutada que lloraba a sus muertos, prostitutas que se ofrecían, médicos que curaban, sacerdotes que fijaban el día de la siembra, amantes que se amaban... Todo mentía, todo era hediondo, todo rezumaba engaño y simulaba tener sentido.

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Silencioso, Siddhartha solía permanecer bajo el calor vertical del sol, ardiendo de sed y de dolor, hasta que ya no sentía dolor ni sed.
Reflexionaba hondamente como sumergiéndose en aguas muy profundas hasta tocar fondo, en el lugar donde reposan las causas últimas. Desentrañar esas causas era, según él, la verdadera forma de pensar. Sólo así las sensaciones se convierten en conocimientos y, en vez de 
diluirse, adquieren contenido y empiezan a irradiar lo que hay en ellas.

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Al tomar conciencia de su soledad, sintió que algo semejante a un pájaro o una liebre se le helaba en el pecho.
Y en ese mismo instante en que el mundo que lo rodeaba pareció desvanecerse y él se quedó solo como una estrella en el firmamento, en aquel momento de frialdad y desánimo se irguió un Siddhartha más sólido y fuerte, más posesionado que nunca de su propio Yo.



LAS ENSEÑANZAS DE DON JUAN
CARLOS CASTANEDA


Don Juan usó por separado y en distintas ocasiones, tres plantas alucinógenas: peyote, toloache y un hongo mexicano. Desde antes de su contacto con europeos, los indios americanos conocían las propiedades alucinógenas de estas tres plantas. A causa de sus propiedades, han sido muy usadas por placer, para curar, en la brujería y para alcanzar un estado de éxtasis. La importancia de las plantas consistía para don Juan, en su capacidad de producir etapas de percepción peculiar en el ser humano. Los llamaba estados de realidad no ordinaria, en el sentido de realidad inusitada contrapuesta a la realidad ordinaria de la vida cotidiana.


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En nuestras conversaciones don Juan usaba a menudo la palabra hombre de conocimiento.
—Un hombre de conocimiento es alguien que ha seguido de verdad las penurias de aprender —decía.
—¿Puede cualquiera ser un hombre de conocimiento?—No, no cualquiera. Uno se hace un hombre de conocimiento por un instante muy corto.
—¿Qué tengo que hacer para llegar a ese punto, don Juan?
—Tienes que ser un hombre fuerte, y tu vida tiene que ser verdadera.
—¿Qué es una vida verdadera?
—Una vida que se vive con la certeza nítida de estar viviéndola.









SOBRE EL AMOR Y LA SOLEDAD
KRISHNAMURTI


Nadie puede vivir sin relación. Uno podrá retirarse a las montañas, convertirse en monje, marcharse completamente solo al desierto; pero está relacionado. No puede escapar de ese hecho en absoluto. No puede existir en aislamiento.

Su mente podrá pensar que existe en el aislamiento pero, aun en ese aislamiento, uno está relacionado. La vida es relación. No podemos sobrevivir si hemos construido un muro alrededor de nosotros.

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La comparación nos impide mirar plenamente. Yo te miro a ti, que eres una persona agradable, pero digo: "conozco a una persona mucho mejor" o "conozco a una persona más estúpida."


Cuando hago esto no te estoy mirando a ti. Para mirarte de verdad no debo compararte con otra persona.

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Digamos que poseo a alguien como esposa o como marido. ¿Comprenden lo que significa poseer? Uno posee su abrigo. Si alguien nos lo sustrajera, nos sentiríamos enojados, porque considera su abrigo como de su propiedad. Posee eso y se siente enriquecido gracias a la posesión.


La posesión crea una barrera respecto al amor. Si yo me siento dueño de alguien, si lo poseo, ¿es eso amor? Poseo a una persona como poseo un automóvil, porque en la posesión me siento rico. Este adueñarse de alguien, este depender, es lo que llamamos amor. Pero si lo examinan verán que, tras de ello, la mente se siente satisfecha en el hecho de la posesión.

Cuando poseo a una persona, cuando considero a esa persona como "mía", ¿hay amor? Obviamente no. Tan pronto mi mente crea un cerco alrededor de esa persona no hay amor. Cuando hay abnegación, olvido de nosotros mismos, entonces es posible el amor.








EL MUNDO DE SOFÍA
JOSTEIN GAARDER
Sofía Amundsen volvía a casa después del instituto. La primera parte del camino la había hecho en compañía de Jorunn. Habían hablado de robots. Jorunn opinaba que el cerebro humano era como un sofisticado ordenador. Sofía no estaba de acuerdo. Un ser humano tenía que ser algo más que una máquina.

Se habían despedido junto al hipermercado. Sofía vivía al final de una urbanización y su camino al instituto era casi el doble que el de Jorunn. Era como si su casa se encontrara en el fin del mundo, pues más allá de su jardín no existía ninguna casa más. 

Allí comenzaba el espeso bosque. 

Sofía miró el buzón al abrir la verja de su jardín. Solía haber un montón de cartas de propaganda, además de unos sobres grandes para su madre. Tenía la costumbre de dejarlo todo en un montón sobre la mesa de la cocina, antes de subir a su habitación para hacer los deberes. Esa tarde sólo había una pequeña carta en el buzón, y era para Sofía. "Sofía Amundsen", ponía en el pequeño sobre. "Camino del trébol nº 3". Eso era todo; no ponía quién la enviaba. Ni siquiera tenía sello.

En cuanto hubo cerrado la puerta de la verja, Sofía abrió el sobre. Lo único que encontró fue una notita, tan pequeña como el sobre que la contenía. En la notita ponía: ¿Quién eres?

No ponía nada más. No traía saludos ni remitente; sólo esas dos palabras escritas a mano con dos grandes interrogaciones. Volvió a mirar el sobre. Sí la carta era 
para ella. ¿Pero quién la había dejado en el buzón?


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Sofía dio por sentado que la persona que había escrito las cartas anónimas volvería a 
ponerse en contacto con ella. Mientras tanto, optó por no decir nada a nadie sobre este asunto.

En el instituto le resultaba difícil concentrarse en lo que decía el profesor; le parecía que sólo hablaba de cosas sin importancia. ¿Por qué no hablaba de lo que es el ser humano, o de lo que es el mundo y de cuál fue su origen? Tuvo una sensación que jamás había tenido antes: en el instituto y en todas partes la gente se interesaba sólo por cosas superficiales. Para ella había unas cuestiones mucho más grandes, cuyo estudio era mucho más importante que las asignaturas corrientes del colegio.

¿Conocía alguien las respuestas a preguntas de ese tipo? A Sofía, al menos, le parecía más interesante pensar en
ellas, que estudiarse de memoria los verbos irregulares.


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Uno de los viejos filósofos griegos que vivió hace más de
 dos mil años, pensaba que la filosofía surgió debido al asombro de los seres humanos. Al ser humano le parece tan extraño existir, que las preguntas filosóficas surgen por sí mismas. 

Es como cuando contemplamos juegos de magia: no entendemos cómo puede haber ocurrido lo que hemos visto. Y entonces nos preguntamos justamente eso: ¿cómo ha podido convertir el prestidigitador un pañuelo blanco en un conejo vivo? A muchas personas el mundo les parece tan inconcebible como cuando el prestidigitador saca un conejo de ese sombrero de copa que hace un momento estaba completamente vacío. En cuanto al conejo, entendemos que el prestidigitador tiene que habernos engañado. Lo que nos gustaría desvelar es cómo ha conseguido engañarnos. Tratándose del mundo, todo es un poco diferente. Sabemos que el mundo no es trampa ni engaño, pues nosotros mismos andamos por la Tierra formando parte de él. En realidad, somos el conejo blanco que se saca del sombrero de copa. La diferencia entre nosotros y el conejo blanco, es simplemente que el conejo no tiene sensación de participar en un juego de magia. Nosotros somos distintos. Pensamos que participamos en algo misterioso y nos gustaría desvelar ese misterio.

En cuanto al conejo blanco, quizás convenga compararlo con el universo entero. Los que vivimos aquí somos unos bichos minúsculos que estamos muy dentro de la piel del conejo. Pero los filósofos intentan subirse por encima de uno de esos finos pelillos para mirar a los ojos del prestidigitador. 

Lo único que necesitamos para ser buenos filósofos es tener la capacidad de asombro.







EL MONO DESNUDO
DESMOND MORRIS













En una jaula de cierto parque zoológico hay un rótulo en el que dice: "Este animal es nuevo para la ciencia". Dentro de la jaula se encuentra una pequeña ardilla. Tiene los pies negros y procede de África. Ninguna ardilla había sido hallada anteriormente en aquel continente. ¿Qué hay en su modo de vida que ha hecho de ella un ejemplar único? ¿En qué se diferencia de las otras 366 especies de ardillas ya conocidas y estudiadas? En algún punto de la evolución de la familia de las ardillas, los antepasados de este animal debieron de separarse del resto y establecerse como raza independiente.
Hay 193 especies de simios y monos. 192 de ellas están cubiertas de pelo. La excepción la constituye un mono desnudo que se ha puesto a sí mismo el nombre de Homo Sapiens. Esta rara y floreciente especie pasa una gran parte de su tiempo estudiando sus más altas motivaciones, y una cantidad de tiempo igual ignorando concienzudamente las fundamentales.

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El mono de los bosques, convertido sucesivamente en 
mono a ras de tierra, en mono cazador y en mono sedentario, se ha transformado en mono cultural. El progreso le condujo en sólo medio millón de años, desde el encendido de una fogata hasta la construcción de naves espaciales.
Es un historia emocionante, pero el mono desnudo corre el peligro de quedar deslumbrado por ella y olvidar que, debajo de su pulida superficie, sigue teniendo mucho de primate... Incluso el mono espacial tiene que orinar.



INTRODUCCIÓN AL PSICOANÁLISIS
SIGMUND FREUD















Hemos investigado, en primer lugar, las condiciones en las cuales se produce la equivocación oral. Sin duda, el lapsus presenta un sentido propio. La equivocación oral está considerada como un acto psíquico completo, con su fin propio, y como una manifestación de contenido y significación peculiares. 
Cualquiera de nosotros que tenga ya tras de sí una experiencia larga de la vida, puede decir que sin duda se hubiera ahorrado muchas desilusiones y dolorosas sorpresas, si hubiera tenido el valor y la decisión de interpretar los pequeños actos fallidos que se producen en las relaciones entre los hombres, como signos premonitorios de intenciones que no le son reveladas. 
Pero la mayoría de las veces no nos atrevemos a llevar a cabo tal interpretación, pues tememos caer en la superstición pasando por encima de la ciencia.






EL LIBRO DEL DESASOSIEGO
FERNANDO PESSOA








He nacido en un tiempo en que la mayoría de los jóvenes habían perdido la creencia en Dios. Pertenezco a esa especie de hombres que están siempre al margen de lo que pertenecen. He considerado que Dios, siendo improbable, podría existir, pudiendo pues, ser adorado; pero que la humanidad, siendo una mera idea biológica, y no significando otra cosa que la especie animal humana, no era más digna de adoración que cualquier otra especie animal. 
No sabiendo lo que es la vida religiosa porque no se tiene fe con la razón, nos queda como motivo de tener alma, la contemplación estética de la vida.


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Hay momentos en que todo cansa, hasta lo que nos descansaría. Lo que nos cansa porque nos cansa; lo que nos descansaría, porque la idea de obtenerlo nos cansa. Hay abatimientos del alma por debajo de toda la angustia y de todo el dolor.
Vivir me parece un error metafísico de la materia, un descuido imperdonable de la inacción.


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Le he pedido tan poco a la vida, y ese mismo poco la vida me lo ha negado. Un haz de parte del sol, un poco de sosiego con un pizca de pan, no pesarme mucho el conocer que existo y no exigir nada de los demás, ni exigir ellos nada de mí.
Escribo, triste, en mi cuarto tranquilo; solo como siempre he estado, solo como siempre estaré.


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Ya lo he visto todo, hasta lo que nunca he visto, y lo que nunca veré. Y asomado al antepecho, sobre el volumen variado de la ciudad entera, sólo un pensamiento me llena el alma: el deseo íntimo de morir, de acabar, de no ver más luz sobre ninguna ciudad, de no pensar, de no sentir, de dejar atrás como un papel de envolver, el curso del sol y de los días; de quitarme, como un traje pesado al borde del lecho, el esfuerzo involuntario de ser.






SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR
MIGUEL DE UNAMUNO


"Venceréis, pero no convenceréis"











Yo empecé entonces a temer por mi pobre hermano. Desde que se nos murió don Manuel no cabía decir que viviese. Visitaba a diario su tumba y se pasaba las horas muertas contemplando el lago. Sentía morriña de la paz verdadera.
— No mires tanto el lago —le decía yo.
— No hermana, no temas. Es otro el lago que me llama; es otra la montaña. No puedo vivir sin él.
—¿Y el contento de vivir, Lázaro, el contento de vivir?
— Eso para otros pecadores, no para nosotros que le hemos visto la cara a Dios.
— ¿Qué, te preparas para ir a ver a don Manuel?
— No, hermana, no. Ahora aquí en casa, entre nosotros solos, toda la verdad, por amarga que sea, amarga como el mar a que van a parar las aguas de este dulce lago, toda la verdad para ti, que estás abroquelada contra ella...
— ¡No, Lázaro, ésa no es la verdad!
— La mía, sí.
— La tuya; pero y la de...
—También la de él.
—¡Ahora no, Lázaro, ahora no! Ahora cree otra vez, ahora cree...
— Mira, Ángela: una de las veces en que al decirme don Manuel que hay cosas que aunque se las diga uno a sí mismo debe callárselas a los demás, le repliqué que me decía eso por decírselas a él, esas mismas, así mismo, acabó confesándome que creía que más de uno de los más grandes santos, acaso el mayor, había muerto sin creer en la otra vida.
—¿Es posible?
—¡Y tan posible! Y ahora hermana, cuida que no sospechen siquiera aquí, en el pueblo, nuestro secreto...
—¿Sospecharlo? —le dije—. Si intentase, por locura, explicárselo, no lo entenderían.

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Quedé más que desolada, pero en mi pueblo y con mi pueblo. Y ahora, al haber perdido a mi san Manuel, al padre de mi alma, y a mi Lázaro, mi hermano aún más que carnal, espiritual, ahora me doy cuenta de que he envejecido. Pero ¿es que los he perdido?, ¿es que he envejecido?¡Hay que vivir! ¡Y él me enseñó a vivir, él nos enseñó a vivir, a sentir la vida, a sumergirnos en el alma de la montaña, en el alma del lago, en el alma de la aldea; a perdernos en ellas para quedar en ellas. Él me enseñó con su vida a perderme en la vida del pueblo de mi aldea, y no sentía yo más pasar las horas, y los días y los años, que no sentía pasar el agua del lago. Me parecía como si mi vida hubiese de ser siempre igual. No me sentía envejecer. No vivía yo ya en mí, sino que vivía en mi pueblo y mi pueblo vivía en mí.





LA COLMENA
CAMILO JOSÉ CELA











Doña Rosa va y viene por entre las mesas del café, tropezando a los clientes con su tremendo trasero. Doña Rosa dice con frecuencia leñe y nos ha merengao. Para doña Rosa el mundo es su café, y alrededor de su café, todo lo demás. Hay quien dice que a doña Rosa le brillan los ojillos cuando viene la primavera y las muchachas empiezan a andar de manga corta. Yo creo que todo eso son habladurías: doña Rosa no hubiera soltado jamás un duro por nada de este mundo; ni con primavera ni sin ella. A doña Rosa lo que le gusta es arrastrar sus arrobas sin más ni más, por entre las mesas.





DON QUIJOTE DE LA MANCHA
MIGUEL DE CERVANTES









Media noche era por filo, poco más o menos, cuando don Quijote y Sancho dejaron el monte y entraron en el Toboso. Estaba el pueblo en un sosegado silencio, porque todos sus vecinos dormían a pierna tendida, como suele decirse. Era la noche entreclara, puesto que quisiera Sancho que fuera del todo oscura, por hallar en su oscuridad disculpa de su sandez. No se oía en todo el lugar sino ladridos de perros, que atronaban los oídos de don Quijote y turbaban el corazón de Sancho. De cuando en cuando rebuznaba un jumento, gruñían puercos, maullaban gatos, cuyas voces, de diferente sonidos, se aumentaban con el silencio de la noche, todo lo cual tuvo el enamorado caballero a mal agüero; pero, con todo eso, dijo a Sancho:
—Sancho hijo, guía al palacio de Dulcinea; quizá podrá ser que la hallemos despierta.
—¿A qué palacio tengo que guiar, cuerpo de sol, que en el que yo vi a su grandeza no era sino casa muy pequeña?
—Debía de estar retirada entonces —respondió don Quijote— en algún apartamiento de su alcázar, solazándose a solas con sus doncellas, como es uso y costumbre de las altas señoras y princesas.
—Señor —dijo Sancho—, ya que vuesa merced quiere, a pesar mío, que sea alcázar la casa de Dulcinea, ¿es hora ésta, por ventura, de hallar la puerta abierta? Y ¿será bien que demos aldabazos para que nos oigan y nos abran, metiendo en alboroto y rumos toda la gente? ¿Vamos por dicha a llamar a la casa de nuestras mancebas, como hacen los abarraganados, que llegan, y llaman, y entran a cualquier hora, por tarde que sea?
—Hallemos primero el alcázar —replicó don Quijote—; que entonces yo te diré lo que será bien que hagamos. Y advierte, Sancho, que yo veo poco, o que aquel bulto grande que desde aquí se descubre, debe ser el palacio de Dulcinea.
—Quizá sea así —respondió Sancho—, aunque yo lo veré con los ojos y lo tocaré con las manos, y así lo creeré yo como creer que ahora es de día... 
Guió don Quijote, y habiendo andado como doscientos pasos, dio con el bulto y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia del pueblo. Y dijo:
—Con la iglesia hemos topado, Sancho.
—Ya lo veo —respondió el escudero—. Y plega a Dios que no demos con nuestra sepultura; que no es buena señal andar por los cementerios a tales horas.


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Así como don Quijote se emboscó en la floresta junto al Toboso, mandó a Sancho volver a la ciudad, y que no volviese a su presencia sin haber primero hablado de su parte a su señora, pidiéndola fuese servida de dejarse ver por su cautivo caballero, y se dignase a echarle su bendición, para que pudiese esperar por ella felicísimos sucesos de todos sus acometimientos y dificultosas empresas. 
Encargóse Sancho de hacerlo así como se le mandaba.
—Anda hijo —le animó don Quijote—, y no te turbes cuando te vieres ante la luz del sol de hermosura que vas a buscar. ¡Dichoso tú sobre todos los escuderos del mundo! Ten memoria, y no se te pase della cómo te recibe: si muda las colores el tiempo que la estuvieres dando mi embajada; si se desasosiega y turba oyendo mi nombre; si no cabe de contenta en la almohada... Si está en pie, mírala si se pone ahora sobre el uno, ahora sobre el otro pie; si te repite la respuesta que te diere dos o tres veces; si la muda de blanda en áspera, de aceda en amorosa; si levanta la mano al cabello para componerle, aunque no esté desordenado. Finalmente, hijo, mira todas sus acciones y movimientos; porque si tú me los relatares como ellos fueron, sacará yo lo que ella tiene escondido en lo secreto de su corazón acerca de lo que al fecho de mis amores toca; que has de saber, Sancho, si no lo sabes, que entre los amantes, las acciones y movimientos exteriores que muestran, cuando de sus amores se trata, son certísimos correos que traen las nuevas de lo que allá en el interior del alma pasa.








HAMLET
SHAKESPEARE
















¡Ser, o no ser, ésa es la cuestión!
¿Qué debe más dignamente optar el alma noble: sufrir de la fortuna impía el porfiador rigor, o rebelarse contra un mar de desdichas y afrontándolo desaparecer con ellas? Morir, dormir, no despertar más nunca, poder decir todo acabó; en un sueño sepultar para siempre los dolores del corazón, los mil quebrantos que heredó nuestra carne.
¡Quién no ansiara concluir así!
Morir... quedar dormidos.... Dormir... ¡tal vez soñar!
¡Ay! Allí hay algo que nos detiene... Cuando del mundo no percibamos ni un rumor, ¡qué sueños vendrán en ese sueño de la muerte! Eso es, eso es lo que hace el infortunio planta de larga vida.
¿Quién querría sufrir del tiempo el implacable azote, del fuerte la injusticia, del soberbio el áspero desdén, las amarguras del amor despreciado, las demoras de la ley, del empleado la insolencia, la hostilidad que los mezquinos juran al mérito pacífico, pudiendo de tanto mal librarse él mismo, alzando una punta de acero? ¿Quién querría seguir cargando en la cansada vida su fardo abrumador?...
Pero hay espanto ¡allá del otro lado de la tumba! La muerte, aquel país que todavía está por descubrirse, país de cuya lóbrega frontera ningún viajero regresó, perturba la voluntad, y a todos nos decide a soportar los males que sabemos más bien que ir a buscar lo que ignoramos.
Así, ¡oh conciencia!, de nosotros todos haces unos cobardes, y la ardiente resolución original decae al pálido mirar del pensamiento. Así también enérgicas empresas, de trascendencia inmensa, a esa mirada torcieron rumbo, y sin acción murieron.









LA DIVINA COMEDIA
DANTE ALIGHIERI












Hallábame a la mitad de la carrera de nuestra vida, cuando me vi en medio de una oscura selva, fuera de todo camino recto. 
¡Ah! ¡Cuán penoso es referir lo horrible e intransitable de aquella cerrada selva, y recordar el pavor que puso en mi pensamiento! No es de seguro mucho más penoso el recuerdo de la muerte. Más para hablar del consuelo que allí encontré, diré las demás cosas que me acaecieron. No sé fijamente cómo entre en aquel sitio: tan trastornado me tenía el sueño cuando abandoné la senda que me guiaba. Mas viéndome después al pie de una colina en el punto donde terminaba el valle que tanta angustia había infundido en mi corazón, miré a lo alto y vi su cima dorada. 
Y como aquel que saliendo anhelante fuera del piélago al llegar a la playa, se vuelve hacia las olas peligrosas y las contempla, así mi espíritu, azorado aún, retrocedió para ver aquel lugar de donde no salió jamás alma viviente.

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Ahuyentó el profundo sueño que embargaba mi mente, un fuerte trueno, con lo que desperté sobresaltado como hombre que vuelve por fuerza en sí; y levantándome, moviendo tranquilamente la vista en torno, miré con atención para reconocer el sitio en que me hallaba. No pude dudar que estaba a la orilla del doloroso valle del abismo, donde resuena el rumor de lamentos sempiternos. Tan lóbrego, profundo y sempiterno era, que por más que intenté penetrar en el fondo con la vista, no conseguí distinguir objeto alguno.
—Descendamos ahora allá abajo, al mundo de las tinieblas —empezó a decirme Virgilio, cuyo semblante estaba desencajado— yo iré delante: tú seguirás mis pasos.
Pero advirtiendo su palidez, le dije:
—Y ¿cómo he de ir, cuando tú mismo, que sueles infundirme aliento, está atemorizado?
—La angustia —me respondió— de los que yacen en ese abismo, es la que pinta en mi rostro una compasión que tú has atribuido a temor. Sigamos marchando, que el camino es largo, y hemos de darnos prisa. Y se introdujo, y me hizo entrar en el primer círculo que rodeaba la infernal mansión... Allí, según lo que podía yo percibir, no eran lamentos los que se oían, sino suspiros que conmovían aquellas eternas bóvedas, y que exhalaban en su pena, no en su tormento, una multitud de mujeres y varones.







MOBY DICK
HERMAN MELVILLE












Llamadme Ismael, si no os importa. Hace ya varios años, no sabría exactamente cuántos, en ocasión de hallarme con el bolsillo vacío y sin nada en tierra que consiguiera interesarme, tuve la ocurrencia de hacerme a la mar. Se me antojó como el mejor modo de combatir mi aburrimiento y de purificar en cierto modo mi alma. Ocurre en mí, que, de vez en cuando, me veo atacado por extraños ramalazos de melancolía. En tales casos, nada más bueno y saludable, a mi manera de ver, que tomar una resolución de tipo heroico. En lo que a mí se refiere, mi atracción por el agua salada viene de lejos, de siempre, es decir, por instinto; y por esa endiablada sed de aventuras que me ha impedido siempre arraigar en alguna parte. ¡Y cómo disfruto cuando me veo en lo alto de las jarcias, contemplando el rebullir de las olas bajo mis pies, o viendo perderse a lo lejos las masas de cemento de las ciudades agitadas! 
A pesar de todo no dejo de pensar por qué, después de haber oxigenado mis pulmones durante tantos años a través de todos los mares, se me coló en la cabeza la idea de hacerme de nuevo a la mar, tras la inquietante y peligrosa espuma de una gran ballena.









LA ISLA DEL TESORO
R.L. STEVENSON














Soy Jim, y el magistrado Trelawney, el doctor Livesey y algunos otros amigos míos, me han encargado que describa minuciosamente todo cuanto sucedió en la Isla del Tesoro, desde el principio hasta el fin, sin dejar en el tintero otra cosa que la situación geográfica de la isla, y esto porque todavía quedan riquezas que forman parte del botín rescatado. 
Comienzo pues, mi relato, remontándome a aquellos tiempos, ya lejanos, en que mi padre era dueño de la hostería de El Almirante Benbow, y un viejo lobo de mar, de rostro moreno y curtido por la intemperie, cruzado por la siniestra cicatriz que en él dejara un terrible sablazo, entró como huésped de nuestra casa. Como si fuese ayer, recuerdo perfectamente la llegada de aquel hombre, que se presentó en la hostería renqueando y seguido de una carretilla en la que transportaba un pesado cofre marinero. La embreada coleta caíale sobre la espalda, rozando su vieja casaca azul llena de manchas. Todavía me parece que le estoy viendo escudriñar la ensenada cercana silbando entre dientes. Y de pronto, mientras se acercaba a la posada, entonar aquella extraña y antigua canción marinera que más tarde le oiría tararear muchas veces:

Quince hombres van en El Cofre del Muerto.
¡Ja, ja, ja!
¡Y un gran frasco de ron!


Al llegar a la hostería, golpeó con fuerza la puerta valiéndose de un bastón largo y delgado como un espeche artillero; y cuando acudió mi padre le pidió, con tono destemplado, que le sirviera un vaso de ron.









VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA
JULIO VERNE














Durante algunos días, pendientes espantosamente verticales nos llevaron a gran profundidad, a través de las paredes de granito. Algunas jornadas ganábamos legua y media y hasta dos leguas hacia el centro. Había descensos peligrosos, siéndonos de gran utilidad la destreza de Hans y su sangre fría. El impasible islandés se sacrificaba con indiferencia, y gracias a él salvamos más de un mal paso, del cual no hubiéramos sabido salir nosotros solos. Su mutismo aumentaba cada día, y aun creo que nos lo inoculaba. Los objetos exteriores ejercen una acción real sobre el cerebro. Quien se encierra tras cuatro paredes, acaba por perder la facultad de asociar las ideas y las palabras. ¡Cuántos prisioneros se han vuelto locos por falta del ejercicio de las facultades mentales!


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Durante las dos semanas que sucedieron a nuestra última conversación, no se produjo ningún incidente digno de ser relatado. No encuentro en mi memoria más que un solo acontecimiento de gravedad suma, del que me sería difícil olvidar hasta lo más insignificante:
El 7 de agosto, nuestros sucesivos descensos nos habían llevado a 30 leguas de profundidad; es decir, que teníamos sobre nuestras cabezas 30 leguas de rocas, de océano, de continentes y de ciudades. Debíamos estar entonces a 300 leguas de Islandia. Aquella jornada el túnel seguía un plano poco inclinado. Yo iba delante, llevando uno de los aparatos de Ruhmkorff, y con él examinaba las capas de granito. De repente, volviéndome, advertí que estaba solo... Retrocedí, anduve por espacio de un cuarto de hora. Miré y no vi a nadie; llamé y no tuve respuesta... Mi voz se perdió entre los cavernosos ecos... Empecé a inquietarme. Un estremecimiento recorrió todo mi cuerpo.













ASÍ HABLÓ ZARATUSTRA
FRIEDRICH NIETZSCHE







Si yo quisiera sacudir este árbol con mis manos, no podría. Pero el viento, que nosotros no vemos, lo maltrata y lo dobla hacia donde quiere. 
Manos invisibles son las que peor nos doblan y maltratan.

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¡Ved pues, a esos superfluos! Enfermos están siempre, vomitan su bilis y lo llaman periódico. Se devoran unos a otros y ni siquiera pueden digerirse. 
¡Ved pues, a esos superfluos! Adquieren riquezas, y con ello se vuelven más pobres. Quieren poder y, en primer lugar, mucho dinero.
¡Vedlos trepar, esos ágiles monos! Trepan unos por encima de otros, y así se arrastran al fango y a la profundidad. 
Todos quieren llegar al trono: su demencia consiste en creer que la felicidad se asienta en él. Con frecuencia es el fango el que se asienta en el trono, y también a menudo el trono se asienta en el fango.

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El placer de ser rebaño es más antiguo que el placer de ser un yo; y mientras la "buena conciencia" se llame rebaño, nos harán creer que la mala conciencia dice: yo.

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Dios es un pensamiento que vuelve torcido todo lo derecho, y que hace voltearse todo lo que está de pie.















LA NÁUSEA
JEAN-PAUL SARTRE












Los cafés eran hasta ahora mi último refugio porque están llenos de gente y bien iluminados. Ni siquiera me quedará este recurso. Cuando me vea acosado en mi cuarto, no sabré dónde ir.
Sentía la impresión de que un lento torbellino encendido me rodeaba, me llevaba. Un torbellino de bruma, de luces, en el humo, en los espejos, en las banquetas que brillaban en el fondo. Me había detenido en la puerta, no sabía ni entrar; y de repente se produjo un remolino, pasó una sombra por el techo y me sentí empujado hacia adelante. Flotaba, me aturdían las brumas luminosas que me penetraban por todas partes a la vez. Madeleine vino flotando a quitarme el abrigo, y observé que se había estirado el pelo y que llevaba pendientes: no la reconocí. Madeleine sonreía.
—¿Qué toma usted, señor Antoine? Entonces me dio la Náusea: me dejé caer en el asiento. Ni siquiera sabía dónde estaba; veía girar los colores lentamente a mi alrededor; tenía ganas de vomitar. Desde ese instante la Náusea no me ha abandonado, me posee.

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Cuando tenía veinte años, me emborrachaba y enseguida explicaba que yo era un tipo del género de Descartes. Sabía muy bien que me hinchaba de heroísmo, pero me dejaba llevar, eso me gustaba. Al día siguiente sentía tanto asco como si me hubiera despertado en una cama vomitada. No vomito cuando estoy borracho, pero sería preferible. Ayer ni siquiera tenía la excusa de la embriaguez. Me exalté como un imbécil. Necesito limpiarme con pensamientos abstractos, transparentes como el agua.
Decididamente ese sentimiento de aventura no procede de los acontecimientos: ya tenemos la prueba. Más bien es la manera de encadenarse los instantes. Creo que esto es lo que pasa: de pronto uno siente que el tiempo transcurre, que cada instante conduce a otro, éste a otro y así sucesivamente; que cada instante se aniquila, que no vale la pena retenerlo. Y entonces atribuimos esta propiedad a los acontecimientos que se presentan en los instantes; lo que pertenece a la forma, lo referimos al contenido. En suma, se habla mucho del famoso transcurso del tiempo, pero nadie lo ve. Vemos una mujer, pensamos que será vieja, pero no la vemos envejecer. 















LA PESTE
ALBERT CAMUS







La mañana del 16 de abril el doctor Bernard Rieux, al salir de su habitación, tropezó con una rata muerta en medio del rellano de la escalera. En el primer momento no hizo más que apartar hacia un lado el animal y bajar sin preocuparse. Pero cuando llegó a la calle, se le ocurrió la idea de que aquella rata no debía quedar allí y volvió sobre sus pasos para advertir al portero. 
Aquella misma tarde Bernard Rieux estaba en el pasillo del inmueble buscando las llaves antes de subir al piso, cuando vio surgir del fondo oscuro del corredor una rata de gran tamaño con el pelaje mojado, que andaba torpemente. El animal se detuvo, pareció buscar el equilibrio, echó a correr hacia el doctor, se detuvo otra vez, dio una vuelta sobre sí mismo lanzando un pequeño grito y cayó al fin, echando sangre por el hocico entreabierto.


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Un montón de enfermos dispersos acababa de morir inesperadamente de la peste.
El doctor Rieux procuraba reunir en su memoria todo lo que sabía sobre esta enfermedad. Ciertas cifras flotaban en su recuerdo y se decía que la treintena de grandes pestes que la historia ha conocido, había causado cerca de cien millones de muertos. Pero, ¿qué son cien millones de muertos? Cuando se ha hecho la guerra, apenas sabe ya nadie lo que es un muerto; y además un hombre muerto solamente tiene peso cuando lo ha visto uno muerto. Cien millones de cadáveres sembrados a través de la historia, no son más que humo en la imaginación.















EL LOBO ESTEPARIO
HERMANN HESSE









Contiene este libro las anotaciones que nos quedan de aquel hombre, al que, con una expresión que él mismo usaba muchas veces, llamábamos el lobo estepario. No es gran cosa lo que sé de él; me han quedado desconocidos su pasado y su origen. El lobo estepario era un hombre de unos cincuenta años, que hace algunos fue a casa de mi tía buscando una habitación. Volvió a los pocos días con dos baúles y un cajón grande de libros, y habitó nuestra casa nueve o diez meses. Vivía tranquilamente y para sí. Era muy insociable, en una medida no observada por mí en nadie hasta entonces. Reconocía él mismo este aislamiento como su propia predestinación. 

Ya he consignado algunos detalles del aspecto exterior del lobo estepario. A primera vista, daba, desde luego, la impresión de un hombre superior, nada vulgar y de extraordinario talento. Su rostro, lleno de espiritualidad, reflejaban una vida excesivamente agitada, enormemente delicada y sensible. Poseía en asuntos del espíritu aquella serena objetividad, aquella segura reflexividad y sabiduría que sólo tienen las personas verdaderamente espirituales, a las que falta toda ambición y nunca desean brillar ni convencer a los demás, ni siquiera tener razón.














1984
GEORGE ORWELL












Su pluma se había deslizado voluptuosamente sobre el suave papel, imprimiendo en claras y grandes mayúsculas lo siguiente:

ABAJO EL GRAN HERMANO
ABAJO EL GRAN HERMANO
ABAJO EL GRAN HERMANO

Una vez y otra, hasta llenar media página. No pudo evitar un escalofrío de pánico. Por un instante estuvo tentado de romper las páginas ya escritas y abandonar su propósito. Sin embargo no lo hizo, porque sabía que era inútil. El hecho de escribirlo o no, era completamente igual. La Policía del Pensamiento lo descubriría de todas maneras. Winston había cometido el crimental (crimen mental) como lo llamaban. El crimental no podía ocultarse durante mucho tiempo. En ocasiones, se podía llegar a tenerlo oculto durante años enteros, pero antes o después te descubrían. 
Las detenciones ocurrían invariablemente por la noche. Te despertabas sobresaltado, porque una mano te sacudía el hombro, una linterna te enfocaba los ojos y un círculo de sombríos rostros aparecía en torno al lecho. En la mayoría de los casos no había proceso alguno ni se daba cuenta oficialmente de la detención. La gente desaparecía sencillamente y siempre durante la noche. El nombre del individuo en cuestión se esfumaba de los registros; se borraba de todas partes cualquier referencia a lo que hubiera hecho, y su paso por la vida quedaba totalmente anulado como si jamás hubiera existido. Para esto se empleaba la palabra vaporizado.

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—Los proles no son seres humanos —dijo Syme—. Hacia el 2050, quizá antes, habrá desaparecido todo conocimiento efectivo del viejo idioma. Toda literatura del pasado quedará destruida: Chaucer, Shakespeare, Milton, Byron... serán transformados en algo muy diferente y convertidos en lo contrario de lo que eran. Incluso la literatura del Partido cambiará; hasta los slogans serán otros. ¿Cómo vas a tener un slogan así: "la libertad es la esclavitud" cuando el concepto de libertad no exista? Todo el clima del pensamiento será distinto. En realidad, no habrá pensamiento en el sentido en que ahora lo entendemos. La ortodoxia significará no pensar, no necesitar el pensamiento. 
De pronto Winston tuvo la profunda convicción de que uno de aquellos días vaporizarían a Syme. Es demasiado inteligente. Lo ve todo con demasiada claridad. A la Policía del Pensamiento no le gusta la gente así.

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En el pasillo sonaron las pesadas botas. La puerta de acero se abrió con estrépito. O´Brien entró en la celda. Detrás de él venían el oficial con cara de cera y los guardias de negros uniformes.
—Levántate —dijo O´Brien—. Ven aquí. Winston se acercó a él. O´Brien lo cogió por los hombros con sus enormes manazas y lo miró fijamente:
—Has pensado engañarme —le dijo—. Ha sido una tontería por tu parte. Ponte más derecho y mírame a la cara. Después de unos minutos de silencio, prosiguió en tono más suave:
—Estás mejorando. Intelectualmente estás ya casi bien del todo. Sólo fallas en lo emocional. Dime, Winston, y recuerda que no puedes mentirme; sabes muy bien que descubro todas las mentiras. Dime: ¿cuáles son los verdaderos sentimientos que te inspira el Gran Hermano?
— Lo odio.
—¿Lo odias? Bien. Entonces ha llegado el momento de aplicarte el último medio. Tienes que amar al Gran Hermano. No basta con que le obedezcas; tienes que amarlo. Empujó delicadamente a Winston hacia los guardias.
— Habitación 101 —dijo. 
En cada etapa de su encarcelamiento había sabido Winston, dónde se hallaba, aproximadamente, en el gran edificio de ventanas. Las celdas donde los guardias lo habían golpeado estaban bajo el nivel del suelo. La habitación donde O´Brien lo había interrogado estaba cerca del techo. Este lugar de ahora estaba a muchos metros bajo tierra.
Era mayor que casi todas las celdas donde había estado. Winston había sido atado una silla tan fuerte, que no se podía mover en absoluto; ni siquiera podía mover la cabeza que le tenía sujeta por detrás de una especie de almohadilla que le obligaba a mirar de frente. Se quedó solo un momento. Luego se abrió la ventana y entró O´Brien.
—Me preguntaste una vez qué había en la habitación 101. Todos lo saben... La habitación 101 es lo peor del mundo.








CIEN AÑOS DE SOLEDAD
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ










Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.
El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó de ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. 
"Las cosas tienen vida propia —pregonaba el gitano con áspero acento—, todo es cuestión de despertarles el ánima." José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y aún más allá del milagro y la magia, pensó que era posible servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra. Melquíades, que era un hombre honrado, le previno: "Para eso no sirve." 
Pero José Arcadio Buendía no creía en aquel tiempo en la honradez de los gitanos, así que cambió su mulo y una partida de chivos por los dos lingotes imantados. Úrsula Iguarán, su mujer, que contaba con aquellos animales para ensanchar el desmedrado patrimonio doméstico, no consiguió disuadirlo. "Muy pronto ha de sobrarnos oro para empedrar la casa", replicó su marido. 
Durante varios meses se empeñó en demostrar el acierto de sus conjeturas. Exploró palmo a palmo la región, inclusive el fondo del río, arrastrando los dos lingotes de hierro y recitando en voz alta el conjuro de Melquíades. Lo único que logró desenterrar fue una armadura del siglo XV con todas sus partes soldadas por un cascote de óxido, cuyo interior tenía la resonancia hueca de un enorme calabozo lleno de piedras. Cuando José Arcadio Buendía y los cuatro hombres de su expedición lograron desarticular la armadura, encontraron dentro un esqueleto calcificado que llevaba colgado en el cuello un relicario de cobre con un rizo de mujer. 

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Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la cólera del huracán bíblico, cuando Aureliano saltó once páginas para no perder el tiempo en hechos demasiado conocidos, y empezó a descifrar el instante que estaba viviendo, descifrándolo a medida que lo vivía, profetizándose a sí mismo en el acto de descifrar la última página de los pergaminos, como si se estuviera viendo en un espejo hablado. 
Entonces dio otro salto para adelantarse a las predicciones y averiguar la fecha y las circunstancias de su muerte. Sin embargo, antes de llegar al verso final, ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabase de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.







EL NOMBRE DE LA ROSA
UMBERTO ECO














Era una hermosa mañana de finales de noviembre. Durante la noche había nevado un poco, pero la fresca capa que cubría el suelo no superaba los tres dedos de espesor. A oscuras, enseguida después de laudes, habíamos oído misa en una aldea del valle. Luego, al despuntar el sol, nos habíamos puesto en camino hacia las montañas.
Mientras trepábamos por la abrupta vereda que serpenteaba alrededor del monte, vi la abadía. No me impresionó la muralla que la rodeaba, similar a otras que había visto en el mundo cristiano; sino la mole de lo que después supe que era el edificio. En algunas partes, mirando desde abajo, la roca parecía prolongarse hacia el cielo, y capaz de infundir temor al viajero que se fuese acercando poco a poco. Por suerte era una diáfana mañana de invierno y no vi la construcción con el aspecto que presenta en los días de tormenta. Sin embargo, me sentí amedrentado y presa de una vaga inquietud. Dios sabe que no eran fantasmas de mi ánimo inexperto, y que interpreté correctamente inequívocos presagios inscritos en la piedra, el día en que los gigantes la modelaran, antes de que la ilusa voluntad de los monjes se atreviese a consagrarla a la custodia de la palabra divina. 
Mientras nuestros mulos subían trabajosamente por los últimos repliegues de la montaña, allí donde el camino principal se ramificaba, mi maestro se detuvo un momento y miró hacia un lado y otro del camino.
—Rica abadía —dijo. 
Al abad le gusta tener buen aspecto en las ocasiones públicas. Acostumbrado a oírle decir las cosas más extrañas, nada le pregunté. También, porque, poco después, escuchamos ruidos y, en un recodo, surgió un grupo agitado de monjes. Al vernos, uno de ellos vino a nuestro encuentro diciendo con gran cortesía:
—Bienvenido, señor. No os asombréis si imagino quién sois, porque nos han avisado de vuestra visita. Yo soy Remigio da Varagine, el cillerero del monasterio. Si sois, como creo, Fray Guillermo de Baskerville, habrá que avisar al abad.
—Os lo agradezco, señor cillerero —respondió cordialmente mi maestro—, y aprecio aún más vuestra cortesía porque para saludarme habéis interrumpido la persecución. Pero no temáis, el caballo ha pasado por aquí y ha tomado el sendero de la derecha.
—¿Cuándo lo habéis visto? —preguntó el cillerero.— ¿Verlo? No lo hemos visto, ¿verdad, Adso? Pero si buscáis a Brunello, el animal sólo puede estar donde yo os he dicho.
—¿Brunello? ¿Cómo sabéis...?
—Es evidente que estáis buscando a Brunello —dijo Guillermo—, el caballo preferido del Abad, el mejor corcel de vuestra cuadra: pelo negro, cinco pies de alzada, cola elegante, cascos pequeños y redondos pero de galope bastante regular... Se ha ido por la derecha, os digo, y, en cualquier caso, apresuraros.
Yo ya había descubierto hace mucho que mi maestro, hombre de elevada virtud en todo y para todo, se concedía el vicio de la vanidad cuando se trataba de demostrar su agudeza.
—Y ahora decidme —pregunté sin poderme contener—. ¿Cómo habéis podido saberlo?
—Mi querido Adso —dijo el maestro—, durante todo el viaje he estado enseñándote a reconocer las huellas por las que el mundo nos habla, como por medio de un gran libro. 
Así era mi maestro. No sólo sabía leer en el gran libro de la naturaleza, sino también en el modo en que los monjes leían los libros de la escritura, y pensaban a través de ellos; dotes éstas que, como veremos, habrían de serle bastante útiles en los días que siguieron. 

















EL HOBBIT
J.R.R. TOLKIEN










En un agujero en el suelo, vivía un hobbit. No un agujero húmedo, sucio, repugnante con restos de gusanos y olor a fango; ni tampoco un agujero seco, desnudo y arenoso, sin nada en que sentarse o que comer. Era un agujero-hobbit, y eso significa comodidad.
Tenía una puerta redonda, perfecta como un ojo de buey, pintada de verde, con una manilla de bronce dorada y brillante justo en el medio. La puerta se abría a un vestíbulo cilíndrico como un túnel; un túnel muy cómodo, sin humos, con paredes revestidas y suelos enlosados y alfombrados, provistos de sillas barnizadas, y montones de perchas para sombreros y abrigos; el hobbit era aficionado a las visitas. 
Por alguna curiosa coincidencia, una mañana de hace un tiempo en la quietud del mundo, cuando había menos ruido y más verdor, y los hobbits eran todavía numerosos y prósperos, Bilbo Bolsón estaba de pie en la puerta del agujero, después del desayuno, fumando una enorme y larga pipa de madera que casi le llegaba a los dedos lanudos de los pies, Gandalf apareció de pronto. ¡Gandalf! Si sólo hubieseis oído un cuarto de lo que yo he oído de él, estaríais preparados para cualquier cuento notable. Aventuras brotaban por dondequiera que pasaba, de la forma más extraordinaria.






DEMIAN
HERMANN HESSE








Vi a mi amigo sentado muy derecho y correcto, como siempre. Sin embargo, tenía un aspecto totalmente diferente al acostumbrado; algo que yo desconocía irradiaba de él y le rodeaba.
Creí que tenía los ojos cerrados, pero luego vi que los mantenía abiertos; estaban fijos, no miraban, no veían. Estaban dirigidos hacia adentro, hacia una remota lejanía. Demian estaba completamente inmóvil y parecía que no respiraba; su rostro, de una palidez uniforme, era como de piedra, y sólo su pelo castaño tenía vida. Sus manos descansaban delante de él, sobre el pupitre, inertes y quietas como objetos, como piedras o frutas; pero no blandamente, sino como firme y segura protección de una intensa y oculta vida.

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Cuando me comparaba con los demás, me sentía unas veces orgulloso y satisfecho de mí mismo pero otras deprimido y humillado. Unas veces me consideraba un genio, otras un loco. No conseguía compartir las alegrías ni la vida de mis compañeros.









RETAZOS DE UN BASTARDO
OSCAR NÓBREGAS


































Cristian decidió salir de la buhardilla. No soportaba por más tiempo el aire espeso que respiraba. Se le ocurrió continuar la lectura de aquellas hojas otro día; pero algo en su conciencia le dictaba que debía llegar al final sin más dilación, aunque en esos momentos estaba atenazado por la angustia y comenzaba a sentir miedo. Sentía miedo de la lechuza disecada, de las figuras de vudú, de los espectros goyescos pintados sobre la pared, del cuadro blanco con manchas rojas que le observaba desde el caballete. Incluso comenzó a tener miedo del propio Víctor. Los presentimientos acerca de una extraña muerte empezaron a hacerse cada vez más palpables. 
De pronto se incorporó bruscamente de la cama, agachó la cabeza y observó el hueco umbrío que había debajo de ella. Por unos instantes sintió pánico al pensar que el cadáver de Víctor pudiese estar allí... Se quedó quieto, con la vista fija en una de las patas de la cama. El miedo se apoderó de su mente con ideas calenturientas. Se imaginó cómo reaccionaria si de allí saliese una mano y le cogiese por el tobillo... De repente sintió crujir algo bajo el somier. Pegó un salto hacia un lado y cayó de espaldas sobre la alfombra persa. Se armó de valor, y con el mechero iluminó la oscuridad que reinaba bajo la cama...... Nada que temer. Allí debajo sólo había un montón de lienzos cubiertos de polvo.
Cristian se dio cuenta de que todas aquellas lecturas estaban consiguiendo provocarle brotes paranoicos. Se levantó de un salto, corrió hasta el lavabo y volvió a lavarse la cara con agua fría. Esta vez le pareció insuficiente. Abrió el grifo a tope y metió la cabeza para mojarse el pelo. Mientras el agua le chorreaba por la nariz y la barbilla se miró al espejo. Acercó el rostro y observó que sus ojeras se habían remarcado desde que estaba dentro de la buhardilla. Empezó a ver en sí mismo rasgos de Víctor; su propia mirada le pareció la de él... Cristian apagó la música melancólica de Albinoni y decidió centrarse en el cometido que le había llevado hasta allí. Le vino la imagen de Eva pidiéndole ayuda mientras se abrazaban y eso le hizo sacar fuerzas de flaqueza. Se sentó en la silla, hincó los codos sobre la mesa y continuó leyendo aquellas hojas que para él ya se habían convertido en una especie de maldición.

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Esa misma noche, tumbados sobre la playa de Frouxeira, observábamos el firmamento estrellado. Cayendo del cielo, empezaron a surgir las eternas preguntas sobre la enigmática existencia del universo. Eran las mismas preguntas que todos nos hemos planteado alguna vez a lo largo de nuestras vidas, aunque las respuestas siempre escapan al entendimiento limitado de la inteligencia humana: antes de la materia, del espacio y del tiempo, ¿qué había?...... ¿Cómo empezó todo?...... ¿Por qué motivo empezó?...... ¿Cuál es el origen?......
Todas estas cuestiones me producían una sensación de vértigo infinito. Pero lo que más me impresionaba no era el hecho de pensar que el universo hubiera surgido por una convulsión fortuita, sino saber que un ente llamado Homo Sapiens, el cual comenzó siendo polvo de estrellas, era capaz de preguntarse el porqué de aquella explosión, cuando sus propias partículas formaron parte de ella.
Intentando contestar estas preguntas, me sentía desbordado por la inmensidad del universo. La magnitud de estos misterios hacía que los conceptos humanos me pareciesen vanos. A menudo cerraba los ojos y veía la Tierra flotando entre galaxias perdida en la infinidad del espacio, diminuta y vulnerable como una mota de polvo... Entonces me preguntaba cómo era posible que en una porción de masa tan insignificante pudiese haber tantos problemas... Lo más desalentador era ser consciente de que en el fondo todo da igual. De la misma forma que una vez surgió vida en la Tierra, en algún momento se desvanecerá para siempre.

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Cristian decidió hacer otra pausa en la lectura y se dirigió a la estantería donde estaban colocadas las cintas de música. Eligió el Réquiem de Mozart y se dispuso a ponerlo en el cassette. De repente escuchó pisadas en la escalera de madera. Detuvo la cinta. Los pasos se acercaban cada vez más a la buhardilla. Sintió que alguien se paraba frente a la puerta. Su corazón se aceleró. Tres golpes secos rompieron el silencio. Cristian permaneció estático sin atreverse a respirar. Le vino a la mente el retazo de Víctor donde escribió que alguien había golpeado tres veces en la puerta de la buhardilla. Por un momento creyó revivir la escena como si él mismo fuera Víctor. Pero esa extraña reencarnación se desvaneció, cuando la persona que estaba allí afuera metió la llave en la cerradura. Quienquiera que fuese iba a encontrarle allí metido, rodeado de aquel lúgubre ambiente.
Forcejearon un buen rato pero no lograban abrir. El corazón se le salía del pecho. Tuvo el presentimiento de que era Víctor el que estaba al otro lado de la puerta. Probablemente no podía entrar porque la cerradura estaba viciada. Cristian pensó que sería un desatino dejarle marcharse. Después de tantas horas allí metido era una necedad permitir que su amigo se diera la vuelta y se fuese sin más. Sin embargo no movió ni un solo dedo. Mientras seguían forcejeando, imaginó la puerta abriéndose y tras ella a Víctor. Se vio fundiéndose con él en un abrazo desbordados por la emoción.
De pronto cesaron de forcejear. Tras unos segundos silenciosos se oyó el ruido de un papel deslizándose bajo el resquicio de la puerta. De nuevo se oyeron pasos. Esta vez bajaban la escalera. Cristian se acercó tembloroso hasta la entrada y comprobó que había un sobre negro en el suelo. Rápidamente lo abrió. Su interior contenía una hoja negra de papel de arroz. Desdobló expectante la hoja y pudo contemplar unos signos dibujados de color rojo intenso. Cristian giró el cuello en dirección al techo: eran exactamente los mismos símbolos cabalísticos que Víctor había pintado... Tragó saliva. No sabía qué hacer con aquel dibujo. Por fin se dirigió hacia el estante y cogió el Libro de Esoterismo, dispuesto a guardar allí aquel tétrico sobre negro. Sentado sobre la cama, Cristian abrió el libro al azar. Se quedó paralizado. Notaba que se le helaba la sangre. Había abierto las hojas por uno de los capítulos que hacían referencia a las cábalas. Allí estaban dibujados los mismos símbolos que se hallaban en el sobre... Creyó enloquecer. Por unos instantes pensó en bajar a toda prisa las escaleras para ver quién había dejado aquel misterioso dibujo, pero una fuerza invisible le impidió salir de la buhardilla... Permaneció tumbado sobre la cama, incapaz de moverse durante unos minutos. Después se levantó con una extraña sensación. A pesar de hallarse excitado, notaba que sus pulsaciones eran lentas... Volvió a dejar el Libro de Esoterismo en el estante. Cristian suspiró hondo, puso la cinta de música en marcha, fue a la cocina, rebuscó entre las infusiones y se preparó una tila bien cargada. Tras una pausa de media hora se encendió el último cigarro y reanudó la lectura.




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