lunes, 6 de junio de 2016





 
 


    


La Reunión Secreta


 

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A lo largo del día los aviones privados fueron aterrizando sobre la pista del pequeño aeropuerto. Como cada cuatro años, la Reunión Secreta iba a celebrarse el 29 de febrero, esta vez en una remota isla del pacífico alejada por completo de la civilización. Desde aquel lugar recóndito e inaccesible lo único que podía divisarse en miles de kilómetros a la redonda era el horizonte azulado del mar. Sin duda aquel paraje exótico de la Polinesia resultaba ser un sitio perfecto donde pasar desapercibidos ante el resto del mundo.
Cuatro años antes la reunión se había celebrado tras los muros inaccesibles de un castillo medieval frente al lago Ness en Escocia; pero en esta ocasión la convocatoria requería de una clandestinidad todavía si cabe más absoluta. Era el año 2000 y estaba comenzando el tercer milenio. Aquella fecha simbólica resultaba propicia para decidir las nuevas medidas que regirían los designios de la humanidad durante las próximas décadas.
Las personalidades más poderosas del mundo iban a reunirse allí: sociedades secretas, logias masónicas, magnates de multinacionales y banqueros acaudalados. Todos los años se celebraba una asamblea ordinaria donde se hacía balance de la situación mundial y de los beneficios obtenidos; pero la reunión que se convocaba el día 29 de febrero de los años bisiestos sin duda era la más trascendente. En esa velada los miembros sentaban las bases de las directrices a seguir durante las décadas siguientes. Ésta era la primera reunión del tercer milenio y por eso resultaba de vital importancia. El ser humano estaba iniciando una nueva etapa en su evolución y las máximas autoridades del orden mundial eran conscientes de ello. No iban a permitir bajo ningún concepto dejar en manos del libre albedrío todo el poder que habían acumulado durante siglos.

 

 

 

 

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Aquella tarde la paradisíaca isla rodeada de aguas color turquesa y de playas de fina arena se vio repleta de aviones privados que perturbaban el sosiego habitual del lugar. A tan sólo unos kilómetros de la pista de aterrizaje, se hallaba la mansión señorial donde esa misma noche se llevaría a cabo la Reunión Secreta. Una estrecha y sinuosa carretera rodeada de frondosas palmeras conducía hasta el palacete. Diversos controles de guardas armados hacían imposible cualquier infiltración ajena en la finca. Un circuito cerrado de televisión operativo desde el interior del edificio vigilaba cada palmo de la zona. Para mayor seguridad, la edificación estaba rodeada por un estanque plagado de tiburones, lo cual convertía la mansión en un lugar inexpugnable ante cualquier intento de asedio.
La arquitectura de la fachada principal era espectacular. Ocho columnas de dimensiones colosales sostenían el pórtico que imitaba la estructura del Partenón. Dos esfinges de jaspe recubiertas de oro custodiaban la entrada del edificio. La puerta de caoba estaba tallada con diversos motivos apocalípticos de pasajes bíblicos. El interior se hallaba literalmente cubierto de mármol de Carrara. Esculturas grecorromanas de inigualable belleza daban prestancia a cada rincón de la residencia señorial. Lámparas colgantes repletas de cristales tallados adornaban todas las estancias. El vestíbulo conducía a una escalinata en forma de espiral que en su primer rellano tomaba dos direcciones. La escalera izquierda subía hasta los dormitorios de los huéspedes y al mirador de la terraza que estaba situado en la azotea. Desde allí se podía divisar una magnífica vista del Océano Pacífico. La escalera que giraba a la derecha conducía a la Gran Sala Subterránea donde aquella misma noche se iba a celebrar la Reunión Secreta. Durante el recorrido hacia la Gran Sala, falsos pasadizos desviaban del camino correcto a todo aquel que no conociera el verdadero trazado a seguir. Solamente el equipo de seguridad dominaba a la perfección cada recoveco del pasaje subterráneo. Aquel diseño laberíntico proporcionaba una sensación absoluta de aislamiento.
Una  puerta blindada de veinte centímetros de grosor daba paso a la Gran Sala Subterránea que estaba acorazada con placas de plomo, preparada contra el más vehemente de los seísmos y contra un hipotético ataque nuclear. La estancia, con una capacidad para quinientas personas, se hallaba rodeada en su parte inferior por un enorme acuario que comunicaba con el estanque, haciendo de las paredes de vidrio azulado un auténtico decorado viviente. Los tiburones deambulaban a sus anchas por el acuario circular, ajenos a todo lo que existía en el interior de aquella recóndita sala. Varias filas de butacas forradas de terciopelo se orientaban en dirección a un altar que se elevaba por encima del resto en mitad del recinto. Sobre el tabernáculo, un obelisco negro de un metro de altura presidía la sala. Ese símbolo de poder representaba a todas las Sociedades Secretas convocadas. Aquel lugar inexpugnable era como una especie de catedral subterránea oculta bajo el corazón de la isla. Nada en el planeta podía ser capaz de perturbar lo que esa velada se celebraría allí y que cambiaría el rumbo de la humanidad.

 

 

 

 

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A pesar de la remota ubicación de la isla, alejada de cualquier punto habitado en miles de kilómetros a la redonda, la organización no había escatimado en medidas de seguridad alrededor del evento secreto. Decenas de guardaespaldas con walkie talkies permanecían apostados en diversos puntos estratégicos de la costa, mientras el resto de los vigilantes registraban el interior de los aviones y los equipajes de los asistentes con extrema minuciosidad. Todo estaba calculado al milímetro, procurando que no se dejara pasar por alto el menor de los detalles.
Sin embargo, Steve Hammill, periodista de investigación y audaz reportero, había logrado infiltrarse en la isla como miembro de seguridad bajo el nombre de Peter Hacket falsificando su documentación. Steve Hammill era un periodista británico que había estado en numerosos conflictos a lo largo y ancho del mundo. Llevaba lustros presenciando las situaciones más extremas que un corresponsal pudiera soportar: torturas, decapitaciones, atentados, fusilamientos… Vivir bajo la amenaza de los tiroteos o las bombas resultaba cotidiano para Steve. Esa situación de riesgo continuo era como una droga que llevaba en las venas. Desde niño le atraía el reto de permanecer siempre al límite. Formaba parte de su naturaleza. Le gustaba poner su vida al filo de la muerte en constantes desafíos. Había ejercido de corresponsal en el desierto de Kuwait durante la guerra del Golfo en primera línea de fuego; había realizado reportajes fotográficos en Sarajevo exponiendo su vida por las calles bajo el punto de mira de los francotiradores; se había entrevistado con los más peligrosos sicarios de la droga en Ciudad Juárez arriesgando literalmente su pellejo; había convivido durante semanas en Palestina con mártires que pretendían inmolarse en cruentos atentados terroristas; había llegado a contactar con grupos de talibanes atravesando los terrenos montañosos más inaccesibles de Afganistán… Ahora aquella aventura en una isla perdida del pacífico suponía un nuevo desafío para él. No le arredraba el hecho de saber que muchos compañeros de profesión habían desaparecido sin dejar rastro cuando quisieron infiltrarse en lobbies que controlan los negocios más importantes del mundo.
 Tiempo atrás varias conexiones le habían proporcionado la información sobre el lugar y la fecha exacta de la Reunión Secreta. Steve Hammill trazó concienzudamente el plan a seguir. Durante varios meses estuvo matriculado en una academia para aprender las aptitudes de vigilante hasta que pudo obtener el título. Más tarde, mediante una serie de sobornos, consiguió plaza de agente en la empresa encargada de la seguridad en la isla. Hasta ese momento cada detalle planeado había salido a pedir de boca. Uno tras otro, Steve Hammill había logrado alcanzar sus objetivos. No obstante, la intuición le decía que aquella era la misión más peligrosa que iba a llevar a cabo en toda su vida. Sin embargo, su ambición como periodista estaba por encima de cualquier temor. A Steve le gustaba implicarse hasta las últimas consecuencias viviendo los acontecimientos al pie del cañón. Si había algo que detestaba, era pasarse las horas muertas en un hotel preparando crónicas que no suponían riesgo alguno. Le atraía más ver con sus propios ojos lo que estaba sucediendo… Steve Hammill llevaba años intentando alcanzar una gran exclusiva mundial. Esta vez por fin parecía que iba a realizarse su gran sueño de conseguirlo.
El momento decisivo para realizar su plan con éxito llegaría cuando tuviese que acceder a la Gran Sala sin levantar sospechas. Steve, como vigilante, tenía acceso al guardarropa donde se hallaba el vestuario que los convocados iban a utilizar en la Reunión Secreta. En horas nocturnas había hurtado varias prendas de los asistentes que escondía en el dormitorio bajo el somier. Su intención era abandonar el puesto de vigilancia, quitarse el uniforme de guarda, acceder a la sala subterránea y asistir al evento como uno más de los convocados. Iría provisto de una pequeña grabadora que ocultaría bajo la túnica durante toda la asamblea.
El ambiente en torno a las reuniones secretas siempre estaba cargado de un matiz ceremonioso. Los asistentes debían ir cubiertos por una túnica y una  máscara de carnaval. El Tribunal Supremo de la Asamblea, compuesto por cien miembros, llevaba túnicas de color púrpura y máscaras plateadas. El resto de asistentes, los cuales componían la mayor parte del aforo, vestían túnicas negras y máscaras azules. El Gran Maestro era el único que llevaba una túnica de color rojo escarlata y una máscara dorada.
Nada más instalarse en sus aposentos, a todos los miembros se les entregaban dos contraseñas en un sobre lacrado que no debían abrir hasta una hora antes de la reunión. Tras ser leídas y memorizadas por los convocados, tenían que destruirlas de inmediato arrojando al fuego de la chimenea el sobre con la información en su interior. Una de las contraseñas era de entrada a la Gran Sala Subterránea y la otra de emergencia ante un posible contratiempo durante la ceremonia. El equipo de vigilancia tenía acceso a la contraseña de entrada, que en esta ocasión iba a ser Tamerlán. Pero la contraseña de emergencia era de alto secreto y estaba rigurosamente vetada a la seguridad. Otra de las normas inquebrantables era que los guardas no podían acceder a la Gran Sala durante el evento, dado que la información allí vertida resultaba ser de una trascendencia decisiva para el resto de la humanidad. A pesar de ello, la vigilancia controlaba todo lo que acontecía mediante el circuito cerrado de televisión. Por medio de las imágenes sin sonido, estaban al tanto de cualquier suceso anómalo que pudiera producirse en la sala acorazada. 
La Reunión Secreta debía comenzar a las 21 horas. La principal dificultad que se le presentaba a Steve era que para entrar en la sala tenía el tiempo sincronizado al milímetro: en cuestión de minutos debería abandonar su puesto sin ser visto, dirigirse al dormitorio, cambiarse de ropa, salir con la túnica y la máscara e introducirse en la reunión tras haber pasado el control de la contraseña. Durante el tiempo que durase la asamblea, su puesto quedaría abandonado hasta que regresara. Ciertamente no era un lugar comprometido. Su misión consistía en vigilar la terraza del mirador. En aquel lugar apartado todo permanecía tranquilo al no haber concurrencia alguna. Eso le ofrecía un plus de clandestinidad. Lo realmente  crucial para Steve era regresar allí antes del cambio de turno. El reportero se arriesgaba a que la Reunión Secreta pudiera prolongarse, que no le diera tiempo a volver a su puesto y que sus jefes lo encontrasen desierto. Una vez iniciada la asamblea, nadie podía abandonar la Gran Sala bajo ningún concepto. De producirse aquella circunstancia adversa, Steve sabía que todo habría terminado para él.

 

 

 

 

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Tras el largo viaje de los asistentes desde todos los puntos del planeta, a cada miembro se le sirvió un refrigerio en sus aposentos. El resto de la tarde lo emplearon en  prepararse con solemnidad para la Reunión Secreta. A las 20:45 de la noche, los guardas llamaron una por una a todas las habitaciones privadas en el ala izquierda del palacete. Había llegado la hora. Steve Hammill se hallaba en su puesto de la terraza. Cada turno de vigilancia duraba seis horas. Steve había comenzado por la tarde y el relevo llegaría justo a medianoche. Calculó que le daría tiempo de volver antes de que concluyera la reunión. Aprovechando aquel trasiego preceremonial, Steve bajó de la terraza procurando no encontrarse con ningún compañero. Pero antes de llegar a su dormitorio, se topó de frente con el sargento Moore, que había sido designado como responsable del ala izquierda de la mansión. El sargento Moore tiempo atrás fue un marine norteamericano expulsado del ejército estadounidense por agredir a un superior. Era un tipo rudo que no se andaba con remilgos a la hora de dar órdenes a sus subordinados.
—¡Peter, qué haces aquí! —espetó Moore con voz enérgica.
Necesitaba ir un momento al servicio...
—¡No lo vuelvas a hacer! —dijo el sargento reprendiéndole—. Si necesitas abandonar tu puesto, comunícate antes con el walkie para que te releven. ¡Venga, date prisa!
No se preocupe —respondió Steve en tono conciliador —Tardaré poco en volver.
El sargento Moore estaba tan pendiente del control de la planta que decidió no perder más tiempo en disputas. Sabía que el puesto de Steve era de bajo riesgo. Cualquier intruso para llegar hasta allí debería pasar por varios filtros de control en los aledaños de la finca y eso era prácticamente imposible.
Un golpe de adrenalina recorrió el cuerpo del reportero. Sin duda aquel contratiempo le iba a retrasar en su cometido. Para evitar cualquier sospecha, era imprescindible llegar a la entrada de la Gran Sala mezclado con el resto de asistentes antes del inicio de la reunión. El primer factor de clandestinidad absoluta había fallado. Ese encuentro con el sargento Moore no entraba en sus cálculos. Aquella adversidad podía costarle cara… Ahora tendría que esperar allí varios minutos hasta que todo volviese a la normalidad.
 Al salir del servicio Steve no se dirigió de nuevo a su puesto. Caminaba con sigilo por el pasillo de la planta intentando localizar la presencia del sargento. Al escuchar su voz en la lejanía, Steve aceleró el paso metiéndose rápidamente en su habitación. Presuroso, se cambió de ropa y salió de nuevo ya vestido con la túnica negra y la máscara azul. Ante su estupor, nada más torcer la esquina, Steve volvió a toparse con el responsable. Sus piernas se quedaron paralizadas. El corazón le bombeaba a toda velocidad. El sargento Moore se acercó hasta él mirándole con gesto de extrañeza. Aquello no le cuadraba… Todos los miembros de la reunión ya estaban en fila junto a la entrada de la Gran Sala Subterránea. Y lo más sospechoso: aquel sector de la planta estaba reservado a las habitaciones del servicio doméstico y a los vigilantes. En un acto reflejo instintivo, Steve simuló una cojera justo antes de bajar la escalinata. El sargento Moore le increpó con voz autoritaria.
—¡Alto, deténgase!
 La sangre de Steve se heló bajo la túnica. Sabía que era necesario actuar con naturalidad y sin perder la calma. Tenía a su favor el anonimato de la máscara y su amplio conocimiento de idiomas. Steve se dirigió al vigilante en alemán.
 —No entiendo lo que me dice respondió el sargento Moore contrariado.
 Steve comenzó a hablar en inglés impostando la voz. Para él no era difícil hacerlo. Durante años había trabajado en televisión como actor de doblaje. Su dominio de cualquier registro en el tono era impecable. Steve Hammill se disculpó diciendo que se había perdido. Al instante el sargento Moore le indicó el camino. Steve suspiró levemente tras la máscara azul…
Simulando la cojera, se dirigió en dirección al ala derecha que lleva a la Gran Sala Subterránea. Eran las 20:55 horas. Ya había entrado el resto de los convocados. En la puerta de acceso, un par de guardas con gafas oscuras custodiaban la zona. Su corazón se aceleró. Uno de ellos le dio el alto pidiéndole la contraseña.
Tamerlán —respondió Steve con voz firme, aunque sus piernas temblaban bajo la túnica.
El guarda le hizo un gesto para que pasara. Por fin Steve Hammill entró en la Gran Sala... A pesar de haber estado allí en numerosas ocasiones, le impresionó ver las butacas repletas de individuos enmascarados y los tiburones merodeando por el acuario circular. Steve se ubicó en la fila trasera donde todos los asientos estaban vacíos. Al fin pudo respirar tranquilo… El ambiente en la sala acorazada era sobrecogedor: todos los enmascarados ocupaban su lugar solemnemente. En las dos primeras filas se hallaba el Tribunal Supremo de la Asamblea con sus túnicas de color púrpura y sus máscaras plateadas. La Gran Sala Subterránea estaba rodeada por velas encendidas dando al entorno un matiz fantasmagórico. El acuario tenía su propia iluminación con luces indirectas de tonos azulados que reflejaban las siluetas de los escualos. Sobre el altar, dos cirios de color anaranjado custodiaban el imponente obelisco negro. De pronto, alguien hizo sonar un gong que retumbó en la bóveda acorazada. Aquel sonido penetrante anunciaba el inicio de la Reunión Secreta. Los asistentes dejaron de hablar ipso facto. El murmullo dio paso a un silencio sepulcral. Segundos después, el Maestro de Ceremonias apareció por una entrada secreta ubicada tras el altar. Lo único que se escuchaba era el eco de su calzado sobre el suelo de la Gran Sala. Su porte imponía un tremendo respeto. Se trataba de un individuo corpulento y de gran estatura. Sus movimientos resultaban parsimoniosos pero a la vez firmes.
El Gran Maestro subió al estrado vestido con una larga túnica de color rojo escarlata, apoyado en un báculo con piedras preciosas incrustadas. En el dedo anular de la mano derecha lucía un grueso anillo con una esmeralda. Su máscara dorada destacaba sobre el resto frente al altar. Los ojos del Arcano brillaban por los orificios. El Gran Maestro miró a su izquierda y un sirviente le trajo una tetera oriental en una bandeja plateada. El sirviente vertió el té sobre un vaso de Murano y se retiró haciendo una reverencia. El Arcano introdujo un fino tubo de marfil por la abertura de la máscara y tras dar un ligero sorbo revisó varios papeles que estaban prendidos en un atril junto al obelisco negro. Aquel monolito sobre el estrado presidía el evento firme e inalterable entre los dos cirios, simbolizando la prestancia y el poder de los allí reunidos. Los enmascarados aguardaban expectantes el comienzo de la Reunión Secreta. En la última fila, Steve Hammill contemplaba todo maravillado. Sin duda aquel iba a ser el momento cumbre de toda su carrera como periodista… Steve introdujo la mano por una abertura de la túnica y accionó la grabadora. Tras dirigir una mirada penetrante en rededor, el Gran Maestro apoyó el báculo en el suelo y comenzó a hablar con voz grave y solemne:
—Como todos los aquí reunidos sabéis, nuestras Sociedades Secretas fueron creadas en el anterior milenio para dirigir el destino de la humanidad. Un año más nos reunimos de nuevo, en esta ocasión por primera vez durante el siglo XXI, circunstancia que nos ofrece una nueva perspectiva a la hora de planificar los métodos de programación que vamos a utilizar para regir a todas las civilizaciones del mundo. Nosotros somos la élite, a la cual nos ha sido encomendada crear un nuevo orden mundial. Dirigimos el engranaje del globo terráqueo apartando de la máquina a las piezas defectuosas. Ostentamos el poder, no sólo como herramienta para lograr nuestros fines, sino como un fin en sí mismo. Somos el gobierno real del mundo en la sombra.
El Gran Maestro hizo una leve pausa. Era un hombre que debía rondar los setenta años, pero su voz resultaba poderosa y elocuente. A pesar de llevar la máscara, denotaba arrogancia con sus ademanes bruscos y resueltos. Enfatizaba las frases subiendo el tono y alzando el báculo en dirección a la cúpula acorazada. Steve Hammill se mostraba excitado ante lo que estaba presenciando. Por fortuna para él, en ningún momento podía delatarle su rostro. Con su mano derecha sostenía el microcassette bajo la túnica. En los bolsillos interiores llevaba dos cintas de repuesto para hacerse con el discurso de la reunión al completo. Había dejado un resquicio imperceptible en su ropaje para captar mejor el sonido en la grabadora. El Gran Maestro, de pie tras el altar, prosiguió su discurso con autoridad:
Hasta ahora hemos utilizado todo tipo de estrategias para dominar a la masa, basándonos siempre en la mano férrea y en los métodos expeditivos. Desde el siglo pasado hemos monopolizado los carburantes y todo tipo de energías industriales, claves para mantener el control de la economía y elevar de esa forma nuestros ingresos. De igual manera, hemos privatizado los suministros esenciales para tener subyugada a la población. Hemos sobornado a los políticos de todos los rincones del planeta, presionándoles para que favorezcan nuestros intereses. Hemos elegido a los presidentes más importantes del mundo durante décadas. Hemos diseñado el plan de transición en países con dictaduras que no nos interesaban. Hemos eliminado a futuros gobernantes de naciones en vías de desarrollo que pretendían hacerse con la energía nuclear. Hemos propiciado golpes de estado en los lugares vitales de cada continente, para tener así el control absoluto de las riquezas. Hemos provocado guerras geoestratégicas para fraccionar a los países más conflictivos y a su vez obtener importantes beneficios con la venta de armamento. Hemos controlado y seguimos controlando a las potencias emergentes vigilando cada uno de sus pasos, tanto a nivel económico como en su producción bélica. Hemos manipulado la economía mundial activando crisis perfectamente calculadas, que han llevado a la banca rota a países a los cuales más tarde rescatamos imponiéndoles unos intereses que les mantendrán esclavizados de por vida. Hemos obtenido ingentes ingresos con el tráfico de drogas a gran escala. A su vez, hemos favorecido la difusión de los estupefacientes extendiéndolos por toda la civilización occidental para desviar a la juventud de la lucha revolucionaria y aplacar el ánimo beligerante de los sediciosos. Hemos liquidado sin reparos a cualquier elemento subversivo que se antepusiera a nuestros proyectos económicos capitalistas. Hemos hecho uso indiscriminado de la cultura del miedo distorsionando la realidad y maximizando todo lo que repercuta en el beneficio de nuestros intereses. Hemos seleccionado de manera adecuada la información que se divulga en todos los medios de comunicación del mundo, tanto prensa como radio y televisión. Hemos patrocinado todo tipo de espectáculos deportivos para entretener al vulgo y de esa forma desviar su atención de los problemas que realmente le afectan y que bajo un caldo de cultivo desestabilizante podrían llevar a la insurgencia de la clase obrera. Hemos condicionado la educación para que solamente las capas más selectas de la sociedad puedan acceder a puestos de relevancia y dominio, haciendo de la ignorancia un arma del poder contra el resto de la población. Hemos inculcado a la clase media de la civilización occidental que la clave de la felicidad reside en el consumo masivo de productos. Hemos monopolizado todos los medicamentos de venta al público para ingresar en nuestras arcas importantes beneficios y para utilizarlos según nos convengan las circunstancias. Del mismo modo, hemos controlado los productos farmacéuticos para que no puedan tener acceso a ellos el grueso de la población tercermundista evitando así la superpoblación del planeta. Hemos exterminado de manera clandestina a un importante extracto de la masa con virus creados en laboratorios, como ya hicimos en los años ochenta propagando varios tipos de contagios mortíferos que hoy en día continúan minando la población desechable. Hemos alterado la atmósfera provocando cambios climatológicos por medio de sistemas vanguardistas. Hemos fumigado con aviones clandestinos a poblaciones enteras rociando sustancias abductoras… En definitiva, hemos utilizado todo lo que estaba a nuestro alcance para seguir manteniendo inalterable en el mundo nuestra pirámide de autoridad sobre la civilización.
El Gran Maestro revisó varias de las hojas, de nuevo dio un sorbo al té y segundos después continuó hablando:
De manera regular daremos un golpe de efecto poniendo frente al poder de los países más influyentes a títeres políticamente correctos que den sensación de apertura y progresismo. Cabe la posibilidad de que con el tiempo hagamos presidente de la mayor potencia mundial a un hombre de raza negra. Incluso en un futuro más lejano pondremos a una mujer al frente de dicho cargo. Eso se hará en el momento adecuado para aplacar los ánimos de los demócratas y rebajar la tensión en el mundo occidental. Ya sabéis que desde hace lustros venimos intercalando un hombre duro con otro más tolerante al frente de los Estados Unidos. Esa estrategia pendular es la que nos ha permitido desde siempre mantener un equilibrio estable para nuestros intereses económicos.
Hubo unos instantes de silencio. No se escuchaba ni el vuelo de una mosca en el interior de la Gran Sala. El servicio de seguridad revisaba las imágenes desde el circuito cerrado de televisión en el interior del palacete. Todo parecía estar en calma… El Gran Maestro prosiguió su discurso aferrando su báculo con la mano derecha:
Tras haber neutralizado el peligro comunista en el pasado milenio, crearemos un nuevo enemigo imaginario para justificar todas nuestras acciones policiales y preventivas en el mundo. Desestabilizaremos de nuevo oriente medio; pero esta vez no por cuestiones políticas, sino con la religión como pretexto para nuestra presencia geoestratégica de manera permanente. Incitaremos a la Yihad a todos los países musulmanes, lo que nos dará carta blanca para actuar donde y cuando queramos. De esa forma nuestra producción de armamento se incrementará y podremos controlar los recursos energéticos allá donde nos interese. Cualquier excusa nos servirá para invadir toda nación que en un momento puntual se nos antoje. Fingiremos haber detectado armas químicas o hechos similares si las circunstancias lo requieren. Facilitaremos objetivos a los terroristas para que atenten en las ciudades más representativas del mundo, provocando masacres de proporciones nunca imaginadas. Ningún país de occidente quedará exento de la amenaza yihadista; ni siquiera la nación más poderosa del planeta. Los servicios secretos mirarán hacia otro lado mientras los radicales fanáticos apuntan hacia el corazón de la Gran Manzana. Después el mundo ya nunca será el mismo y nosotros tendremos enfrente al demonio que justifique nuestros actos… En el nuevo milenio habrá muchos mártires que derramarán su sangre; pero es el precio que debemos pagar si queremos llevar a cabo nuestras actuaciones geoestratégicas.
Hubo un murmullo soterrado que se fue extendiendo entre los asistentes. A Steve Hammill le parecía estar asistiendo a una representación teatral o a una escena de ciencia ficción. No podía concebir que se permitiese perpetrar un ataque terrorista en el ombligo del mundo; pero las palabras del Gran Maestro habían sido tan explícitas como rotundas. Instantes después, golpeó el suelo tres veces con el báculo para acallar los cuchicheos y prosiguió su discurso:
Todo esto lo hacemos por el bien de la humanidad. Napoleón dijo que no le importaba arrastrar a millones de soldados a la muerte en aras de sus propósitos. A nosotros tampoco nos afecta el sufrimiento de la población mundial, pues la base de todo reside en conservar la esencia del ser humano en su versión más excelsa. Las epidemias y las hambrunas no son sino una selección natural que permite sobrevivir a los más fuertes. Con un planeta superpoblado, la Tierra se colapsaría llevándonos a una inmolación global tras el desplome de los recursos naturales. Por eso el dominio del planeta debe tener una estrategia preconcebida minuciosamente… Desde hace lustros hemos adaptado el conocimiento y la programación mental de la sociedad. Cualquier revolución ideológica debe ser fagocitada por el sistema establecido de forma expeditiva. El mayor peligro es que cada persona como individuo tome conciencia de que está siendo manipulado. La revolución psíquica nos debe alarmar más que ninguna otra forma material de sublevación ante el poder. Nos conviene permanecer alerta para en todo momento mantener dividida a cualquier fuerza emergente. Pensaremos siempre en términos de poder sin inclinarnos hacia tendencias políticas poco pragmáticas. Articularemos a los distintos grupos sociales ordenando a la masa. No nos interesan las opiniones de los gobernantes en los congresos de los organismos internacionales. No nos gustan las florituras verbales ni lavar la imagen de cara a la galería. El cinismo y la hipocresía tan sólo es asunto de los políticos. Nosotros estamos hechos de otra pasta. Las Sociedades Secretas vamos al fondo de la cuestión retocando el engranaje interno de cada país según nos convenga. Respecto a la economía, ya tenemos trazado un plan para el inicio de este milenio: estamos diseñando una crisis global sin precedentes. Activaremos grandes maniobras de desestabilización económica haciendo entrar en crisis durante años al mundo entero. Mantendremos sometidas a muchas naciones mediante la presión bursátil. Compraremos literalmente su soberanía como estados, ahogándoles en la precariedad de su deuda hasta arrastrarles a la ruina más absoluta.

 

 

 

 

5

El Gran Maestro hizo una pausa valorativa. Los miembros de la Reunión Secreta le escuchaban expectantes bajo un lúgubre silencio. Sobre el altar, los cirios refulgían entrelazando sus efluvios de humo en el aire. Junto a ellos, el obelisco negro resultaba intimidante. Era una silueta amenazadora que escrutaba todo a su alrededor. Steve Hammill dio gracias a la máscara que le ocultaba el rostro pues su excitación iba en aumento ante lo que estaba escuchando. Aquella experiencia le parecía como un sueño alucinante, pero sin duda era una realidad palpable. Se hallaba inmerso en el ojo del huracán rodeado de los máximos dirigentes del planeta… Por unos instantes lamentó no haber introducido también una máquina fotográfica, aun sabiendo del riesgo que ese hecho podía suponer. Lo cierto es que una sola instantánea del evento habría tenido un valor incalculable. Esa imagen habría dado la vuelta al mundo ante el asombro de propios y extraños.
 De nuevo la voz del Maestro surgió solemne y rotunda tras su máscara dorada:
Todos estos métodos podrían calificarse como de reprochables e indolentes, pero nuestro lema es que el fin siempre justifica los medios por encima de cualquier clase de solidaridad o sentimentalismo estéril. Al final la propia  raza humana agradecerá la selección que estamos llevando a cabo. Cuando un campo de cultivo es perjudicado por las malas hierbas, la única solución es arrancarlas en aras de una buena cosecha. La superpoblación del mundo es uno de los problemas más graves ante el cual nos enfrentamos en este nuevo milenio. Llegado el momento, si fuera necesario exterminar a gran parte de los habitantes del tercer mundo lo haremos sin que nos tiemble el pulso. Disponemos de virus suficientes para realizar en un futuro dicha operación; pero de momento necesitamos los servicios de la masa para nuestros intereses y un contingente humano que permanezca en todo momento a nuestra disposición.
El Gran Maestro bebió un ligero sorbo de té. Después apoyó el báculo junto al obelisco, abrió una carpeta que tenía sobre el altar y sosteniendo una hoja amarillenta continuó el discurso:
Tiempo atrás nuestros científicos ya han demostrado que es genéticamente posible crear una sub-raza humana que nos sirva sin cuestionarse en su cerebro que actúa sometida por un ser superior. Ya está en nuestras manos poder modificar o clonar embriones. Ahora ya es posible crear a la carta seres humanos cuya única misión sea servir de por vida a su amo. También se puede transmutar su código genético para crearle una adicción innata por el servilismo; e incluso yendo todavía más lejos, hacerle feliz viviendo únicamente de esa manera. Insertando un chip en los cerebros de los recién nacidos, podríamos conseguir que vivieran una realidad virtual adecuada a nuestros intereses... Durante el siglo XXI los avances científicos sin duda cambiarán la faz de la Tierra. Nuestras Sociedades Secretas tienen que estar a la vanguardia de la revolución científica. De momento nadie puede concebir los futuros avances de la ciencia que ya están en poder de nuestros físicos; pero dentro de unos años sucederán cosas que en la actualidad pasarían como pura ciencia ficción... Los Arcanos hemos puesto todas nuestras esperanzas en la criónica. Ahora nos toman por iluminados. Piensan que es imposible mantener un cuerpo congelado y en un futuro hacerlo regresar a la vida. Resulta inconcebible para su mente supina… Pero el homo erectus jamás habría imaginado en su cráneo limitado un artilugio como un mechero que pudiera encender fuego, y cualquier alquimista de la Edad Media habría pensado que un mando a distancia era obra del diablo… Ya estamos trabajando con nanorobots quirúrgicos que restauren los tejidos y las células dañadas por los efectos de la congelación. El paso hacia la inmortalidad del ser humano cada vez está más cerca, aunque sólo estará al alcance de una clase privilegiada.
De pronto, el Gran Maestro alzó la vista sosteniendo la mirada con firmeza sobre los congregados mientras su túnica roja se ensanchaba majestuosa tras el altar.
Todos nuestros métodos para la dominación de la masa siguen resultando insuficientes. Sin embargo, a las puertas de nuevo milenio hay otra manera de dirigir al mundo que se está abriendo paso y que resulta mucho más sencilla…
         El Arcano extendió los brazos con grandilocuencia apoyando las manos junto al obelisco. En las dos primeras filas, los miembros del Tribunal Supremo esperaban escuchar su respuesta mirándole tras sus máscaras plateadas con total expectación. Steve Hammill apuntó el extremo de la grabadora en dirección al altar:
Dentro de poco las nuevas tecnologías nos ofrecerán la oportunidad de regir el mundo de forma totalmente aséptica y clandestina. En cuestión de años, dirigiremos las tendencias de la humanidad sentados desde un cómodo sillón frente a la pantalla de un ordenador. Mediante la red de Internet, les impondremos nuestra verdad de manera sutil haciendo que caigan atrapados como moscas en la miel. Será una dictadura subliminal para la masa. Decidiremos siempre desde arriba el rumbo a seguir por el vulgo mientras ellos permanecerán abducidos en una democracia virtual. Les transformaremos en autómatas sin que se den cuenta. No habrá ni un solo rincón del mundo que escape a la influencia de nuestros designios. Les despojaremos de toda referencia ética o moral, haciéndoles única y exclusivamente esclavos de las nuevas tecnologías.
Hubo un murmullo de asombro en la Gran Sala.
Confiad en el Tribunal Supremo. El inofensivo router del ordenador es la verdadera entrada que escudriña la intimidad de cada persona. No hay cerrojos ni cortinas que puedan oponerse a él… Todo será como un juego de niños. Las redes sociales darán voz a legiones de idiotas a los que mantendremos entretenidos frente a las pantallas de sus ordenadores día tras día. En caso de que algunos pretendan crear alarma social aludiendo a nuestro poder, no supondrá problema alguno. Saben que existimos, pero jamás sabrán dónde encontrarnos… Somos un club selecto rodeado siempre por la oscuridad y las brumas ante el mundo.

 

 

 

 

6

Steve Hammill escuchaba el discurso de aquel siniestro líder completamente fascinado. En numerosas ocasiones había oído hablar de aquellas reuniones clandestinas.  Ahora él se hallaba en una de ellas como testigo... Aquel evento secreto resultaba ser una exclusiva sin precedentes. Aprovechando una pausa momentánea, el periodista dio la vuelta a la cinta del microcassette con disimulo. De nuevo el Arcano golpeó el báculo contra el suelo reclamando silencio. Steve al instante pulsó el botón para seguir grabando el discurso del Gran Maestro:
Durante varios años llevamos experimentando nuestros métodos de abducción tecnológica en Japón. El fenómeno de los hikikomori prueba de manera irrefutable que mediante el influjo de Internet se puede someter a la población del mundo hasta el punto de hacer que las nuevas generaciones se aíslen en sus dormitorios, convencidos de que todo lo que necesitan para vivir está dentro de su propio ordenador y que lo que se encuentra más allá del umbral de su puerta es una realidad sustituible que no les interesa. Nuestros encargados de marketing ya están diseñando lo que la civilización occidental va a necesitar en el futuro. Será una esclavitud disfrazada de comodidad. Crearemos una nueva droga que no tiene que ver nada con sustancias, pero que enganchará a la juventud hasta hacerla caer subyugada a nuestros pies… Después trasvasaremos la influencia de Internet a la telefonía. Llegará un momento en que sentirán temor y ansiedad de no llevar el teléfono encima, de no tener cobertura o de quedarse sin batería. Convertiremos el teléfono móvil en una prótesis de la cual no podrán prescindir ni un solo instante. Arrastrarán su dependencia cibernética llevando el teléfono a todas partes. Ésa será su cadena y su condena... Más adelante procuraremos hacerlo extensible al resto de la población. De tal manera, convertiremos a los transeúntes de cualquier calle y de cualquier ciudad en autómatas que no verán más allá de sus pequeñas pantallas, bloqueando así el resto de su cerebro para impedir que lleven a cabo cualquier tipo de iniciativa propia. Esto ahora en el año 2000 nos parece inconcebible, pero en menos de una década será una realidad que predominará en la civilización occidental. Mantendremos a la gente idiotizada sin que lo sospechen ni por un solo instante…
Nadie en la sala podía dar crédito a todos aquellos vaticinios, pero el Gran Maestro espoleaba sus argumentos con vehemencia mientras alzaba el báculo:
Ningún adolescente podrá escapar al magnetismo de tener al mundo en sus manos a través de una pantalla, aunque sólo sea de manera virtual. Las nuevas generaciones no desearán disfrutar de la vida en su dimensión real. Tan sólo les interesará lo que puedan experimentar a través del monitor. Y precisamente ahí reside nuestro poder. Su nuevo Dios no se llamará ni Jesús, ni Buda, ni Alá, ni Yaveh. Su nuevo Dios se llamará Internet. Será un Dios que los tendrá sometidos sin piedad, apoderándose de su tiempo, de su intimidad, de su iniciativa, de sus ideas y de su percepción real de la vida. Desde hace milenios en todas las civilizaciones del mundo el poder establecido ha controlado a la masa mediante la religión. El invento de un ser superior ficticio ha sido uno de los mayores negocios creados por las élites para dominar a los estratos inferiores de las capas sociales. Pero hoy en día no basta sólo con abducir las mentes de la población. Es necesario indagar uno por uno en sus vidas para tener un absoluto control de los movimientos de cada individuo. En las culturas antiguas nadie cuestionaba la existencia de Dios, y los que osaban hacerlo, eran tomados como herejes. En la sociedad actual nadie se cuestiona la omnipotencia de las nuevas tecnologías. Para los que nazcan a partir de ahora en el siglo XXI, Internet existe desde siempre... Las generaciones futuras jamás sospecharán que la propia web será la red que atrapará su voluntad desde que nacen hasta el final de sus días. Les mantendremos enchufados de por vida. La pantalla de un monitor será su único Dios. Ellos pensarán que miran de afuera hacia adentro, sin sospechar que de dentro hacia fuera somos nosotros quienes les observamos…
Nadie en el patio de butacas movía ni un solo músculo. Los congregados escuchaban ensimismados las sentencias elocuentes de aquel hombre con un poderoso influjo en sus frases lapidarias.
—Con el tiempo todo este proyecto tecnológico se hará extensible al resto de la población mundial incluyendo a los países subdesarrollados. En cuestión de pocos años mantendremos a la masa total del planeta bajo nuestro absoluto control. Todavía no sabemos dónde se encuentra el límite, si es que lo hay… Dentro de poco sabremos todo sobre ellos. Países enteros estarán bajo nuestra observación permanente. Grabaremos todos sus movimientos anulando por completo su privacidad. Un individuo sin intimidad es como hombre desnudo caminando por mitad de la acera… Su ordenador y su teléfono móvil se convertirán en una trampa mortal para muchos. Localizaremos cualquier persona en el mundo por medio de la tarjeta de su teléfono. Podremos intervenir su móvil mediante el código interno incluso estando apagado. Rastrearemos hasta al individuo más huidizo. Sabremos su posición a cada paso que dé con la información proporcionada por sus teléfonos móviles. Los tendremos identificados en todo momento para que no se puedan esconder ni el lugar más protegido del mundo. Interceptaremos cualquier tipo de información de cualquier persona en cualquier lugar del planeta… Dentro de unos años la capacidad de nuestro software estará en condiciones de poder monitorizar el flujo de datos de un país entero. Utilizaremos dispositivos que examinarán todas las comunicaciones. Los datos de los teléfonos y los ordenadores de todos los usuarios serán vigilados desde salas de control sin que se den cuenta. Seremos como un espía invisible que se infiltrará en sus sistemas para saber todo lo que necesitamos de ellos… Podremos escuchar sus conversaciones, leer sus correos electrónicos, sus mensajes escritos y todos sus movimientos en Internet. Almacenaremos centenares de miles de informes. Sin saberlo, ahora mismo muchas personas nadan plácidamente en un río repleto de cocodrilos... En el futuro estarán tan vigilados que podremos controlarlos mientras duermen infiltrándonos en sus sueños…
A medida que el Gran Maestro desarrollaba su discurso los oídos le zumbaban ante la perplejidad de lo que estaba escuchando. Steve deseaba con todas sus fuerzas que todo lo allí revelado se grabase de manera fiel en el microcassette.
El objetivo principal es que la persona no se dé cuenta de que está siendo manipulada —sentenció el Gran Maestro­—. Antiguamente el analfabetismo era un arma vital para el poder establecido. Sin embargo en el futuro la táctica a seguir irá en dirección contraria… Saturaremos a la masa sucia de información, de manera que crean que están pensando por ellos mismos. La sobreinformación ira retroalimentando su cerebro hasta hacerles creer que son libres. Sin que se den cuenta manipularemos todo de forma sutil dando un giro de 180 grados hasta que la sobreinformación se convierta en anti-información que les reseteará su disco duro mental, moldeando sus ideas, sus valores y su perspectiva a medida que van adquiriendo la información infiltrada de forma subliminal. En medio de la confusión, terminarán por agarrarse como a un clavo ardiendo a esa verdad que les ofrecemos sin que sospechen ni por un momento que están rodeados de espejismos. Será como un método de pesca infalible en el cual los peces se dirigen de manera irremisible a través de un embudo por el cual cuando quieran darse cuenta ya no habrá vuelta atrás… Aplicaremos en sus mentes todo lo que hemos diseñado de forma minuciosa. Les iremos imbuyendo en nuestros intereses creados rodeando su voluntad poco a poco como si fueran capas de cebolla. A este sistema alienante lo hemos denominado educastración. Será una guerra psicológica de baja intensidad muy fácil de aplicar en todos los extractos de la sociedad. Modelaremos a nuestro antojo todo lo necesario hasta convertir en sumiso al inconsciente colectivo de la población. El objetivo es que la masa sucia se rinda sin combatir. Ése es el punto de partida en la ingeniería social que vamos a diseñar para el arranque del nuevo milenio. El lema es hacerles desear lo que no necesitan, creándoles dependencia de cualquier cosa por superflua que resulte. La masa siempre termina comportándose como gorriones a los que se les echa migas de pan…
El gran Maestro hizo una pausa revisando tras su máscara dorada los papeles escritos a mano en viejos pergaminos. Luego continuó hablando alto y con firmeza:
La educastración tendrá que aplicarse de manera constante. La metodología psicológica será permanente, apoyándonos en los medios de comunicación. Estableceremos lo que nuestros anteriores maestros llamaban dictadura sin lágrimas. Les dirigiremos a un consumo permanente del que jamás podrán prescindir. Crearemos modas continuas que de manera soterrada siempre implicarán una ideología. Les abocaremos a lo que en términos de ingeniería social se llama obsolescencia programada: los aparatos tecnológicos están destinados a morir en un breve espacio de tiempo. De forma escalonada iremos sacando al mercado productos que ya existen desde mucho antes, pero que dosificaremos ofreciéndolos poco a poco. Así irán desechando los ordenadores y los teléfonos móviles sustituyéndolos por nuevos modelos. Este sistema propiciará que no se detenga la maquinaria productiva, camuflando de manera sutil su condición de esclavos consumistas. Sin duda no se trata de algo nuevo. A principios del siglo XX las primeras bombillas eléctricas fabricadas tenían una duración casi imperecedera; sin embargo hoy en día su caducidad está dispuesta en una serie de horas calculadas de forma deliberada…
El Gran Maestro cada vez se mostraba más encendido en sus palabras. Repasó alguno de los pergaminos y continuó su discurso pletórico de energía elevando su brazo derecho:
Las tecno-adicciones serán nuestra principal arma en el nuevo milenio. Crearemos dependencias tecnológicas superfluas que constituirán la base fundamental de nuestra programación social. Haremos que sea un elemento de la vida de cada individuo tan imprescindible como respirar el aire… Cuando los conquistadores arribaron en el Nuevo Mundo, deslumbraron a los indígenas mediante baratijas regaladas a cambio de piezas de oro. Nosotros ofreceremos al vulgo juguetes electrónicos a cambio de su voluntad. Les convenceremos de que la clave de la felicidad reside en sus pantallas digitales. La masa nunca podrá aspirar a ser feliz, pero conseguiremos que crea que es feliz mediante las nuevas tecnologías. Ahí entramos en juego nosotros para conducirles hacia ese espejismo de bienestar manipulado. La principal función del capitalismo es crear ansiedad consumista en la masa. En un futuro no muy lejano les haremos caminar ensimismados por las calles, inmersos en sus teléfonos móviles como si fueran autómatas teledirigidos. También les retendremos durante horas sentados frente a su ordenador. Creerán que navegan libres, pero estarán atados con cadenas a sus asientos. Pensarán que se están comunicando, pero en realidad se hallarán solos frente a un frío monitor…  Les mantendremos en un estado de permanente zombificación y de soledad hiperconectada. La base de nuestra programación social reside en eximir totalmente al individuo de ideas propias. Les daremos a elegir entre una serie de opciones preconcebidas. El engaño consiste en que ellos nunca podrán diseñar sus propias opciones. Siempre les vendrán dadas. Será una garantía de tener a la masa en todo momento bajo control… Si metes a una rana en una olla y la calientas a fuego lento, la rana no se da cuenta de que se va calentando y terminará muriendo sin saberlo. De la misma forma, la esclavitud de las nuevas tecnologías se irá instalando en sus vidas hasta subyugarlos por completo, sin que se den cuenta de cómo han llegado hasta donde están...
Steve no daba crédito ante la perversidad de aquel proyecto manipulador perfectamente calculado desde las más altas esferas. Su preocupación por todos aquellos vaticinios de control absoluto le alarmaban; pero también se aferraba a la esperanza de que las profecías tecnológicas del Gran Maestro tan sólo fueran fruto de su mente jactanciosa y delirante. Imaginó durante unos segundos a la gente caminando absorta  por las calles abducida con sus teléfonos móviles… Aquello le pareció del todo imposible. Nadie con un mínimo de inteligencia podría dejarse manipular de esa manera.

        

 

 

 

7
 
Steve Hammill sacó la microcinta con sigilo e introdujo otra en la grabadora. El tiempo para su relevo se iba agotando, pero estaba tan abstraído que no reparó en ello. La vigilancia controlaba el discurso por el circuito cerrado de televisión en actitud sumamente relajada. Lo único que alteraba la quietud de la Gran Sala eran los ademanes despóticos del Arcano encendido ante sus propias sentencias, y los movimientos sinuosos de los tiburones en el acuario circular. Alzando el báculo con gesto de prepotencia, el Gran Maestro continuó su discurso profético: 
En los factores económicos se asientan las raíces del poder y constituyen el eje fundamental de nuestras Sociedades Secretas. Cada época tiene una estrategia diferente a seguir y nosotros siempre debemos estar un paso por delante anticipándonos a las tendencias o simplemente propiciándolas. En el tercer milenio haremos creer a las gentes que Internet es lo único que necesitan para ser felices, convirtiéndolos en toxicómanos de las nuevas tecnologías. Dependerán de ellas hasta tal punto, que sufrirán auténticas crisis de ansiedad si les falta un solo día la droga de la comunicación virtual. Hace tan sólo unos años nadie podía imaginar que todo el mundo dependiese de de un artilugio tan superfluo como un teléfono móvil. Y esto tan sólo es el principio… Ahora nos encontramos en el año 2000, pero os aseguro una vez más sin temor a equivocarme, que llegará un momento en el cual la mayoría de la población mundial claudicará hipnotizada por ese pequeño aparato. Haremos del teléfono su tótem al que adorar. Concentraremos en su interior todo lo que sea menester para esclavizar su voluntad. Poco a poco les iremos inculcando lo que no necesitan para que en el futuro les sea del todo imprescindible. Sin duda ésa es la clave: hacerles desear lo que no necesitan. Pondremos frente a sus narices zanahorias tecnológicas que los mantenga dócilmente distraídos... Será un sometimiento constante pero de baja intensidad. Les daremos libertad virtual, a cambio de absoluto control. Les provocaremos un continuo estado de ansiedad consumista, de manera que lo que hoy les parezca novedoso a nivel tecnológico, en un espacio de tiempo calculado que ellos ignoran, les parecerá algo obsoleto y les mantendrá en una continua búsqueda de algo nuevo que les haga permanecer alienados y sumisos frente al mercado que les impondremos. En la actualidad la gente se conecta a Internet de manera eventual; pero en el futuro Internet estará conectado las veinticuatro horas del día en las vidas de las personas. No daremos tregua. Alienaremos sus cerebros de forma constante sin dejar el mínimo resquicio a la autodeterminación personal. Todo el mundo estará automatizado dentro de su aparente libertad tecnológica. Idiotizaremos a la masa para siempre. Ya nunca más podrá haber marcha atrás…
El Gran Maestro continuó arengando a los asistentes durante más de dos horas con una oratoria elocuente y categórica. Después se retiró por la puerta secreta y hubo pequeño descanso en el cual los miembros comentaban entre ellos las impresiones acerca del discurso. Al cabo de quince minutos, el Arcano regresó a la sala subterránea y se procedió a un turno de preguntas como era habitual en todas las reuniones. Se solicitaba intervenir alzando el brazo y, una vez concedido, poniéndose en pie ante todos los asistentes. Después de algunas preguntas, un miembro del sector bancario situado en las primeras filas se cuestionaba cómo iba a ser posible ese estricto sometimiento sin que la gente pusiera objeciones. El Gran Maestro le respondió de manera clarividente y rotunda, dirigiendo la punta de su báculo hacia él:
—¿Os acordáis cuando los banqueros impusisteis  a los clientes el invento de los cargos por mantenimiento de cuenta? Hasta ese momento nadie en su sano juicio podía pensar que además de daros su dinero, también les cobréis por ello…  ¿No es cosa de locos?  Sin duda es una tomadura de pelo hecha realidad. ¡Tenéis su dinero y encima os pagan por ello! Los banqueros sois auténticos prestidigitadores del sentido común, capaces de ordenar a los clientes que os besen los pies para después darles una patada en la boca y que encima os lo agradezcan. Hacéis de lo inaudito algo común e irreprochable… Bien, ahí tenéis el mejor ejemplo que podía haberos puesto. Estoy convencido de que funcionará. La masa es dúctil si se sabe emplear con ella los métodos de control adecuados. Lo importante es mantenerles en la ignorancia y en el espejismo perpetuo de su felicidad virtual. El consumo compulsivo es una de nuestras mejores bazas para la dominación del vulgo.
Después de varias cuestiones más, Steve Hammill tuvo la tentación de alzar el brazo y hacer una pregunta. Sabía que ese gesto supondría dejar automáticamente de pasar desapercibido; pero aquella oportunidad que se le presentaba como periodista de investigación era demasiado tentadora… Armado de valor, Steve levantó la mano. Tras unos segundos, el Gran Maestro dirigió su mirada hacia él dándole permiso para plantear una cuestión. El reportero se levantó lentamente. Con un nudo en la garganta, preguntó desde la última fila acerca de los rebeldes y la estrategia a seguir contra ellos. Steve sostenía su microcassette bajo la túnica con la tecla en on para grabar cada palabra. El Arcano le respondió sin dudarlo con autoridad y vehemencia:
Nuestra misión es fagocitar a todas las mentes y no dar opción a que los rebeldes entorpezcan nuestros designios. No obstante, los que se rebelen contra los avances tecnológicos también serán marginados por la masa. Los propios corderos acabarán rodeando a los lobos solitarios, haciéndoles huir a la soledad de las montañas… No habrá fisura alguna. El ser humano es gregario por naturaleza. Todo aquel que se rebele ante los hábitos adquiridos por la plebe, terminará siendo marginado. La masa sucia hará el trabajo ante los outsiders sin que nosotros tengamos que molestarnos en mover ni un solo dedo. Incluso los que en un principio se muestren más reticentes a introducirse en los nuevos hábitos informáticos, terminarán doblegados aceptando la evidencia de los arrolladores avances tecnológicos. En cualquier caso, los disidentes no supondrán peligro alguno para el sistema. Serán ellos mismos los que se encontrarán ante esta disyuntiva: o se introducen dentro del programa creado, o se quedarán fuera aislados del resto, relegados a un ostracismo antisocial irreversible. La propia masa sucia les dará de lado estigmatizándolos como inadaptados. Pero tan sólo serán unos pocos. Al resto de la humanidad la abduciremos sin problemas. No hay nada más necio y estúpido que el vulgo. Por otro lado, nuestros servicios de inteligencia nunca dejan nada al azar. En caso de que fallase el primer supuesto, siempre estaríamos a tiempo de aplicar a los rebeldes el Plan B, que usted como miembro de las Sociedades Secretas conocerá muy bien…
Steve no se esperaba que el Arcano se dirigiese a él de forma tan directa. De pronto, la grabadora resbaló de su mano cayendo al suelo. Por suerte quedó bajo la túnica junto al pie.
Se le ha caído un objeto… —susurró el Gran Maestro con voz siniestra.
El reportero se agachó contrariado para recoger la grabadora. Luego se sentó en la butaca haciendo una reverencia de cortesía, Desde el circuito cerrado de televisión el equipo de seguridad observó toda la escena.

 

 

 

 

8
 
La reunión se estaba prolongando más de lo previsto pero Steve Hammill se hallaba tan abstraído que no reparó en ello. En esos momentos su única preocupación era que el sonido registrado en las cintas tuviera la mayor calidad posible para después regresar a Londres con el material grabado y publicar la exclusiva advirtiendo a la población mundial de lo que estaban maquinando las Sociedades Secretas. Steve era consciente de que tarde o temprano debería cambiar de nombre y desaparecer para siempre en algún lugar recóndito del mundo. Aquella exclusiva ultra secreta sin duda causaría un impacto tremendo en la prensa occidental… Sí, estaba decidido a pagar aquel alto precio. No le importaba arrastrar el sacrificio de ser fugitivo durante toda la vida. Con el dinero obtenido mediante las cintas podría retirarse para el resto de sus días viviendo de las rentas. Pero aparte de su afán por ser reconocido como un periodista de élite, a Steve le preocupaba el siniestro plan que las Sociedades Secretas estaban diseñando... Imaginó un mundo abducido por el espejismo de las nuevas tecnologías y se estremeció. En su mente pudo vislumbrar miles de personas caminando por las calles como autómatas, incomunicados en su comunicación virtual. Imaginó los transportes públicos llenos de individuos con la vista puesta en sus teléfonos móviles ignorando todo a su alrededor. Aquellas imágenes futuras le parecieron el preludio de una sociedad totalmente deshumanizada. Era un panorama desolador… Steve se negaba a admitir que el hombre pudiera llegar a ser tan estúpido; que fuera capaz de ignorar lo que tenía frente a él, hipnotizado por un artilugio compuesto de fríos circuitos electrónicos. Sin duda se trataba de una esclavitud disfrazada de comodidad, tal y como había previsto aquel siniestro hombre enmascarado.
Quedaba poco tiempo y las cosas empezaron a complicarse. El sargento Moore decidió hacer una ronda general por todos los puestos de vigilancia del ala izquierda. En último lugar subió a la terraza del mirador. Ante su incredulidad, comprobó que Steve Hammill no estaba allí. El guarda conocido por todos como Peter Hacket había dejado desierto su puesto de manera reincidente. Esta vez el sargento no se lo iba a perdonar... Moore bajó al servicio corriendo a toda velocidad, pero tras revisar todas las puertas de los aseos no le encontró. Rápidamente se dirigió al ala izquierda y con la llave maestra entró en la habitación de Steve. Tampoco estaba allí, aunque encontró su uniforme tirado sobre la cama. Ya no le quedaba la menor duda: Peter Hacket era un agente infiltrado en misión de espionaje, enviado hasta allí por algún enemigo de las Sociedades Secretas… El sargento ordenó su búsqueda por todas las estancias y luego subió al centro de pantallas. Desde aquella sala monitorizada revisaron una por una las cámaras del circuito cerrado, tanto interiores como exteriores, Entonces uno de los vigilantes observó algo anómalo: en la sala subterránea donde se estaba celebrando la reunión había una persona de más. Los guardas hicieron el recuento de forma minuciosa y detectaron un intruso sin identificar entre en los asistentes. El jefe de seguridad accionó la alarma, dando orden de bloquear la entrada a la Gran Sala. Era preciso interrumpir la reunión en aquel mismo instante para prevenir cualquier riesgo. Uno de los guardas que custodiaba la puerta blindada se acercó hasta el Gran Maestro y le dijo algo al oído. El Arcano se irguió mirando hacia las asistentes con ademán inquisidor.
—Parece ser que tenemos un espía en la sala…
Un murmullo de asombro se dejó oír entre las butacas. Algunos de los convocados se levantaron mirando alrededor. Un escalofrío helador recorrió el cuerpo de Steve. Su corazón se aceleró. En ese instante una patrulla de guardas entró bifurcándose en dos hileras para rodear el recinto acorazado. Tras tomar posiciones en el interior, el Gran Maestro habló de nuevo:
—Procedamos a la verificación de la contraseña de emergencia —dijo sosteniendo el báculo con firmeza—. Vayan subiendo de uno en uno al estrado.
Hubo un silencio sepulcral. Se podía cortar el aire en la sala. La noticia de que uno de los enmascarados allí presentes era un espía, produjo una sensación plúmbea en el refugio subterráneo. Un traidor se hallaba entre los miembros y eso sin duda  se iba a pagar caro... La contraseña de emergencia jamás había sido utilizada en todos los años que desde el siglo XX llevaban reuniéndose las Sociedades Secretas. La palabra clave para aquel 29 de febrero del año 2000 era Akenatón.
Mientras los guardas permanecían apostados con sus ametralladoras rodeando el inmenso acuario de tiburones, uno a uno todos los miembros fueron pasando en fila frente al Gran Maestro. Subían la pequeña escalinata y junto al obelisco negro susurraban al oído del Arcano la palabra clave. Una vez revelada la contraseña, retornaban a su asiento correspondiente. Los primeros en pasar fueron los miembros del Tribunal Supremo que estaban en las primeras filas con sus túnicas de color púrpura y sus máscaras plateadas. Después las filas intermedias se acercaron hasta el altar en escrupuloso orden. Una vez pasado el segundo filtro, solamente quedaban las butacas traseras. Desde el circuito cerrado de televisión, el sargento Moore estaba pendiente del enmascarado que se extravió antes del inicio de la asamblea. Era el mismo que desde la última fila había planteado una pregunta al Gran Maestro... Cuando se levantó para seguir la fila de los miembros que quedaban por revelar la contraseña, algo llamó la atención del sargento: aquel hombre que bajó las escalinatas con una evidente cojera, caminaba con toda naturalidad en dirección al altar. Moore se comunicó mediante el walkie con el responsable de la sala subterránea para que todos los vigilantes estuvieran alerta de cualquier movimiento en falso. Dieron orden de mantener las armas cargadas y actuar de forma expeditiva si fuera necesario. Al llegar su turno, Steve Hammill agachó la cabeza mientras permanecía de pie.
—Y bien —dijo el Gran Maestro—. Es usted el último de los asistentes en revelar la contraseña… ¿Sería tan amable de decirla en alto para todos los aquí reunidos?
Dos de los guardas que estaban vigilantes junto al altar apuntaron las ametralladoras sobre su cuerpo. Un sudor frío recorrió la espalda de Steve bajo su túnica negra. Segundos después, el Arcano hizo un gesto para que le registraran. Al instante hallaron la grabadora y las microcintas. Los guardas le quitaron la máscara azul. Cuando por la pantalla del circuito cerrado Moore vio aquel rostro, no podía salir de su asombro… Los guardas le obligaron a ponerse de rodillas con los brazos en cruz. Steve Hammill permanecía estático fijando la mirada sobre las botas negras del Arcano.
—Llevadlo al Cuarto Especial —ordenó el Gran Maestro con tono imperturbable—. Allí se le indicará la estrategia a seguir por las Sociedades Secretas contra los rebeldes. Que le apliquen el Plan B.
El Arcano bajó del estrado caminando con aire solemne. Se detuvo un instante y miró por última vez a los convocados a través de su máscara dorada. Apoyado en su báculo de piedras preciosas, abandonó la sala  acompañado de dos sirvientes que le seguían tras su túnica escarlata. El sonido retumbante de un gong dio por concluida la Reunión Secreta.

 

 

 

 

9

El espía fue trasladado de inmediato a la estancia conocida por todos los vigilantes como Cuarto Especial. Estaba ubicada en unos de los pasadizos que conducían a la sala subterránea, tras una puerta camuflada que comunicaba directamente con el  acuario. Era un espacio húmedo y lóbrego de unos diez metros cuadrados, habilitado con una enorme máquina trituradora de cadáveres para alimentar a los tiburones. Mediante un sistema de succión acoplado a un tubo de acero, el detritus pasaba directamente de la maquina al recinto acuático. Las paredes de hormigón estaban cubiertas de argollas oxidadas donde se ataban con cadenas a los presos allí trasladados. Eventualmente aquel habitáculo se usaba como lugar de interrogatorio ante cualquier sospecha de rebelión por parte de disidentes o insurrectos que pudieran suponer algún peligro para los planes de las Sociedades Secretas. Se les sometía a lo que entre ellos era conocido como Plan B: un método de purgación psíquica completamente infalible. El sargento Moore, herido en su orgullo por el hecho de haber sido burlado, se ofreció voluntario para llevar a cabo dicho procedimiento. La declaración del inculpado se basaba en la aplicación del Plan B sobre su cuerpo con métodos sistemáticos de tortura, mientras permanecía colgando de las argollas a un palmo del suelo. A veces los reos eran abandonados en aquel lugar salobre hasta que fallecían de agotamiento. Si sobrevivía al brutal martirio, el reo era introducido vivo en la máquina trituradora pulverizando hasta el último de sus huesos. Si no se hallaba culpable pero tampoco se podía demostrar su inocencia, de igual modo era arrojado a la máquina trituradora como medida de precaución.
Regularmente un buque de mercancías de la organización fondeaba en la isla para desembarcar a un contingente de presos capturados en todos los lugares del planeta. Cientos de cabecillas rebeldes que habían desaparecido fueron trasladados hasta allí para ser desmenuzados sin dejar rastro alguno de su existencia… Aquel microcassette y las cintas con la grabación de la Reunión Secreta sentenciaron a Steve Hammill. Él mismo sabía que no tenía escapatoria posible. Su intuición como reportero le hizo comprender que había llegado su hora. Pero en el fondo no le importaba demasiado. Después de presenciar durante años todos los horrores de los cuales era capaz el ser humano, tenía el suficiente coraje como para despreciar la vida trascendiendo más allá de su instinto de supervivencia. Su único lamento era no haber podido sacar a la luz la estrategia empleada por aquellas sociedades sibilinas que dirigían el mundo de forma indolente y calculada. Steve Hammill sabía que muchos de los proyectos urdidos esa noche se llevarían a cabo sin que nadie pudiese impedirlo. Aquellos enmascarados que dirigían todo desde las brumas eran hombres carentes de escrúpulos que miraban la existencia desde un plano meramente estadístico siempre basado en cifras para sus beneficios personales.
Colgando por los brazos de las argollas mugrientas, en el último hálito de vida Steve recordó la metáfora que el Gran Maestro relató durante la Reunión Secreta: «Si metes a una rana en una olla y la calientas a fuego lento, la rana no se da cuenta de que se va calentando y terminará muriendo sin saberlo. De la misma forma, la esclavitud de las nuevas tecnologías se irá instalando en sus vidas hasta subyugarlos por completo, sin que se den cuenta de cómo han llegado hasta donde están...» Ésa era la táctica que a partir de entonces emplearían las Sociedades Secretas: ir habituando a la población a un sometimiento gradual mediante el espejismo de las nuevas tecnologías.

 

 

 

 

10
 
Amaneció un bello día en la isla. El crepúsculo se fue disipando a medida que el sol anaranjado surgía por el horizonte del mar. Uno tras otro, los aviones despegaron partiendo hacia diferentes destinos en todo el planeta. Al cabo de algunas horas, aterrizaron junto a lujosas residencias privadas con jardines y verdes campos de golf de varias hectáreas. Hasta la siguiente Reunión Secreta, los hombres enmascarados se dedicarían a blanquear sus enormes fortunas con diversas obras filantrópicas, para de esa forma lavar sus conciencias y despejar cualquier tipo de sospecha sobre su honorable reputación.
Aquella mañana los tiburones del acuario subterráneo estaban inquietos dando vueltas en círculo una y otra vez frente a la trampilla que comunicada con el tubo del Cuarto Especial. Hambrientos y excitados por el olfato, su instinto de escualos les hacía presentir que recibirían una ración extra de comida, Sin saberlo, iban a devorar el vestigio de la última esperanza que hubiera podido mostrar al mundo el sometimiento vil y soterrado de aquellos poderosos magnates. Steve Hammill pasó a formar parte de la lista de desaparecidos que habían terminado sus últimas horas bajo las aguas del océano.
El personal encargado del mantenimiento abandonó aquel remoto lugar en el último avión. Al anochecer, la paradisíaca isla del Pacífico se quedó totalmente vacía. En el resto del planeta, la humanidad se hallaba inmersa en sus tareas cotidianas como una jornada cualquiera, ignorando los nuevos designios que desde la noche anterior se cernían sobre ella para los próximos lustros.

 
 
 
FIN

 
Oscar Nóbregas, Madrid 2015

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 Oscar Nóbregas
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 







LA LEYENDA DE LA CALZADA ROMANA


I


.......Os aconsejo que en las noches claras de luna llena, no os aventuréis jamás a caminar por la Calzada Romana, que sube desde las Dehesas hasta el puerto de la Fuenfría. Dicen que el fantasma de un alma en pena deambula entre las losas con sed de venganza…


.......En tiempos del Imperio Romano, durante la construcción de la calzada que cruza la sierra de Guadarrama, miles de esclavos celtíberos trabajaban extenuados para engrandecer con su sudor el poderío del César. Largas jornadas de trabajos forzados agotaban a los cautivos hasta dejarlos al límite de sus fuerzas.
.......Un valiente guerrero celtíbero llamado Bagarok cayó en manos de las tropas romanas durante el asedio a los bosques, donde una minoría resistía heroicamente al invasor. Bagarok era temido entre los romanos. Éstos le odiaban por las muchas bajas que había causado a sus legiones, dirigiendo toda suerte de emboscadas y escaramuzas.
.......Tras capturar al guerrero rebelde, una sola palabra quedó grabada a fuego en la espada de Bruto, el decurión romano. Esa palabra no era otra que escarmiento.



II

.......Con las heridas aún sin cicatrizar, Bagarok pasó a formar parte de la cadena que arrastraba penosamente los bloques de piedra hasta las laderas de la montaña, para construir la gran Calzada Romana que atravesaba el centro de la Península Ibérica. Los esclavos celtíberos eran obligados a trabajar sin descanso, apenas alimentados durante toda la jornada por un puñado de frutos secos, miel y leche agria. Sin duda, aquella era una exigua ración de comida para un hombre que todavía se hallaba convaleciente.
.......Bagarok había vendido cara su derrota. Hasta el último instante se defendió espada en mano, luchando contra un sinfín de soldados que lo acorralaron entre los peñascos de la cima más alta. A pesar de su destreza, le fue imposible hacer frente a tal número de hombres, que al caer la tarde lo apresaron sin posibilidad alguna de resistencia. Cuando Bagarok descendía encadenado por la ladera de la montaña en dirección al campamento romano, todo su cuerpo brillaba cubierto de sangre.
.......Una calurosa mañana en plenos trabajos forzados, las piernas de Bagarok comenzaron a flaquear hasta hacerle caer de bruces en el suelo. A fuerza de latigazos pudo levantarse; pero al momento volvió a dar con sus huesos en la tierra… Una vez más se levantaba, y de nuevo se caía… El látigo laceraba sin piedad la espalda magullada del celtíbero una y otra vez; una vez más… y otra… y otra… y otra…
.......Bagarok cayó desplomado sin conocimiento.


III

.......Esa misma noche en plena luna llena, Bruto, el decurión sanguinario, ordenó una muerte perversa para el valiente guerrero: entre cuatro soldados cogieron a Bagarok y le ataron los pies con una soga amarrada a un bloque de piedra colocado en el puente de la Calzada Romana… Poco a poco, entre risotadas y burlas crueles, fueron añadiendo bloque tras bloque alrededor de su cuerpo iluminado por las antorchas. De esa cruel manera, Bagarok quedó inmovilizado hasta el pecho.
.......Bajo la luz de la luna, completamente ebrios, los legionarios regaban la cara del prisionero con vino que vertían de sus odres. Bagarok se agarraba a las piernas de los soldados, en un intento desesperado por defenderse de aquella humillación; pero todo esfuerzo fue en vano… Tan sólo era capaz de clavar las uñas en los tobillos de sus torturadores, que le pisaban las manos y le daban patadas en los costados.
.......Aquella terrible noche, la luna brillaba en lo más alto del firmamento, recortando las sombras escarpadas de los picos en el horizonte. A medida que ingerían más vino, su crueldad aumentaba de manera despiadada: le escupían, le lanzaban piedras y le fustigaban con ramas de acebo… Sus enemigos danzaban alrededor de su prisión alzando las antorchas, jactándose de haber capturado al más valiente y montaraz de los guerreros celtíberos.
.......Cuando la luna se ocultó por fin tras las montañas, un soldado desenvainó su daga, marcando en su frente las iniciales del Imperio Romano: S.P.Q.R.
.......Parecía imposible que pudiera haber mayor tormento para Bagarok; pero lo hubo… Al final de la noche, entre risas histriónicas y gritos de terror, los sicarios de Bruto cubrieron por completo el cuerpo del guerrero con bloques de piedra. Tras despuntar el alba expiró por fin, en la prisión más horrible que jamás haya podido padecer un ser inocente, cuyo único delito era luchar por la libertad de su pueblo… Bagarok había sido inmolado en nombre del Imperio Romano.
.......Con las primeras lluvias del otoño, un árbol comenzó a brotar sobre el puente de la Calzada, justo entre las grietas donde fue sepultado el cuerpo del celtíbero.


IV


.......Pasaron muchos siglos sin que se volviese a saber nada de dicha historia, hasta que en la Edad Media comenzaron a extenderse los rumores de que los caminantes que intentaban cruzar la montaña por la Calzada en las noches claras de luna llena, desaparecían sin dejar rastro alguno… A menudo se hallaron cuerpos sin vida, todos ellos con la misma peculiaridad: alrededor de los tobillos tenían magulladuras de uñas clavadas con saña por una criatura de la noche, que al acecho desde las grietas de la Calzada se agarraba a su víctima hasta derribarla, para luego estrangularla sin piedad.
.......Hay quien pernoctando en los alrededores del puente romano, ha escuchado susurros fantasmagóricos que salían entre las ramas de aquel enorme pino incrustado sobre las losas… Los ancianos del lugar aseguran que ese árbol tiene agarradas sus raíces en los brazos de un antiguo guerrero celtíbero.
.......Dice la leyenda que durante las tormentas nocturnas se forman riadas de sangre sobre las losas de la Calzada… Pero de lo que no cabe la menor duda, es de que todo aquel incauto que cruza el puente de la Calzada en noches de luna llena, desaparece sepultado bajo la tierra… Por eso, jamás se te ocurra merodear en luna creciente por el bosque de las Dehesas, si no quieres verte inmerso en un viaje sin retorno a las profundidades de la Calzada Romana……




FIN




Oscar Nóbregas, Madrid 2008










Oscar Nóbregas













 
LA HABITACIÓN DEL ESPEJO



1



        Llevaba años sin entrar allí.
        El mero hecho de pensar que alguna vez tendría que atravesar el umbral de esa puerta le producía escalofríos... La última ocasión que tuvo el valor de hacerlo fue con la máscara ocultando su verdadero rostro; pero Rael sabía que antes o después debería enfrentarse al espejo.
        Siempre mantuvo la habitación sellada con un par de cerrojos, y cada noche revisaba las llaves en el cajón de la mesilla para asegurarse de que no faltaba ninguna.
        Los niños muchas veces habían querido entrar en aquella estancia, aunque él se negaba en rotundo a dejarlos ni tan siquiera vislumbrar lo que se ocultaba en ella... Rael sospechaba que el paso del tiempo habría vuelto aquel lugar cada vez más tenebroso. Imaginaba el espejo rodeado de candelabros, con mugrientas telarañas que se cruzaban de lado a lado. Sobre la cómoda, una vieja Biblia polvorienta con las tapas raídas era testigo mudo de las noches silenciosas. Durante lustros permaneció abierta en el Antiguo Testamento, por el capítulo donde Abraham ofrece su propio hijo a Yahvé como sacrificio.
        En realidad era lo único que existía allí dentro, pues la habitación quedó desalojada muchos años antes tras la muerte del abuelo paterno, día en el que el difunto estuvo de cuerpo presente durante toda aquella lúgubre velada. Ahora la alcoba se mostraba fría y húmeda bajo la oscuridad...





 

2

        Como cada mañana, Rael cogió el sombrero de la percha y se puso el rostro. Nada más salir a la calle comenzaba una peculiar danza de saludos y buenas maneras. Su reputación en el barrio era intachable. Los domingos acudía a la parroquia para asistir a misa como el más cumplidor de los beatos. Durante el oficio religioso, a menudo se ofrecía voluntario para leer algún fragmento de las epístolas, destacando sobre los demás en la oratoria por su brillante elocuencia. El vecindario le consideraba una persona afable y simpática a raudales. Se decía de él que era el marido y el padre perfecto, digno de la mejor familia. Siempre que salía de paseo por el bulevar de la avenida, Rael alzaba el sombrero saludando con gentileza y donaire. No existía dama que a su paso tuviera que enfrentarse con una puerta cerrada; allí siempre oportuno estaba él, haciendo alarde de caballerosidad y palabras perfumadas.
        Pero la realidad era bien distinta. Cuando Rael volvía a casa, colgaba el rostro junto al sombrero y todos se echaban a temblar... Con la misma mano que abría la puerta a las damas, noche tras noche maltrataba a su esposa. También atemorizaba a sus hijos amenazándoles con dejarlos en la calle pidiendo limosna y durmiendo bajo un puente del río que cruzaba los arrabales. A veces Rael observaba de cerca a Anna, y si descubría una arruga nueva sobre su piel se lo recriminaba con todo el desprecio del mundo. No podía soportar el hecho de ver en su cuerpo los pliegues propios de la vejez... Tiempo atrás, Anna fue famosa en el lugar por su belleza. Desde la juventud, a su paso los hombres se giraban exclamando alguna galantería. Pero el transcurso de los años había ajado sus facciones. De aquella mujer lozana, sólo quedaban las fotos y el recuerdo. Muchas tardes plomizas Anna se ahogaba en su soledad, contemplando esas imágenes en las cuales se mostraba radiante. Acariciaba el papel y cerraba los ojos volando hacia el pasado, cuando su belleza provocaba la admiración de cualquier hombre... Ahora tan sólo era un estorbo para su marido. Rael se mostraba incapaz de mirar en el interior de su esposa y valorar las virtudes espirituales que ella irradiaba; virtudes que no se podían tocar, pero inigualables en otro tipo de belleza.
        Lo cierto es que Rael no soportaba la decadencia de su físico, pues en ella veía reflejada la amargura de un ser superfluo que jamás quiso alimentar su espíritu... Con el paso de los años, Rael comprendió que aquella vida de fachada se desmoronaba por momentos. Aun así, para él seguían siendo más importantes las relaciones con extraños, que las de sus propios familiares; por ello cultivaba su hipocresía con denuedo y perseverancia. Todas las mañanas, tras el desayuno, Rael ensayaba los gestos más corteses y las palabras más precisas para ganarse al público: «¡Buenos días, don Cosme! ¡Que tenga una jornada agradable!» «¡Saludos a su marido, doña Matilde! ¡Pase usted una buena tarde!» 
La sonrisa de Rael era mecánica, se diría que como accionada por un resorte. Tan sólo quien se fijase bien podía descubrir que estaba completamente hueca... Aquella sonrisa histriónica resultaba incapaz de encender el brillo en sus ojos, puesto que no salía del alma. Era un mero recurso; un reclamo para ganarse la simpatía de las gentes, y, ciertamente, lo conseguía. Don Rael saludaba efusivo a los vecinos, que jamás pudieron sospechar lo que sucedía en su casa de puertas para adentro. La auténtica realidad es que era un mentiroso compulsivo. Engañaba, intrigaba e incluso calumniaba, manipulando a su alrededor todo lo que fuera necesario con tal de acrecentar su reputación. Ése era su único tesoro: vivir inmerso en la mentira de su propia imagen para ocultar así su verdadera naturaleza, que era del todo mezquina y abyecta.




 
3

        Nada más entrar en el recibidor, Rael colgaba el sombrero junto al rostro. Entonces es cuando mostraba su verdadera cara, oculta hacia el resto del mundo, pero terrible para todos los que debían padecer aquel despotismo. A su mujer le gritaba con desprecio por la más mínima circunstancia. Si el guiso no estaba sazonado a su gusto, volcaba la olla esparciendo la comida por el suelo. Después le ordenaba recogerlo con el cazo, para servirlo en su plato y en el de los niños. Rael disfrutaba observando cómo a duras penas engullían cabizbajos bocado tras bocado. Aquello era una muestra de sumisión placentera, que le regocijaba en lo más profundo de su maldad... Las duchas de agua fría, los pellizcos retorcidos o la correa del cinturón eran algunos de los métodos que utilizaba para llevar a sus vástagos por el buen camino. «¡No papá, eso no!», suplicaban los niños, sobrecogidos cuando su padre les imponía algún tipo de escarmiento. «¡Así aprenderéis!», rugía iracundo con las venas del cuello hinchadas y el rostro congestionado. A menudo les encerraba durante horas en el desván, obligándoles a leer pasajes de la Biblia en donde Dios castigaba sin piedad a los hombres por haberles desobedecido. Solía decir a sus hijos que el castigo severo ante el pecado era la única forma de enderezar a cualquier hombre para guiarlo hacia la salvación... Rael siempre les ponía de ejemplo el pasaje de Abraham como muestra de lealtad y rectitud, al igual que su padre se lo puso a él y su abuelo a su padre. Aquella costumbre se había transferido en la familia generación tras generación. Según el Antiguo Testamento, la omnipotencia divina prevalecía ante cualquier causa de sufrimiento humano, por cruel e injusto que pareciese a los ojos del hombre.
        Cierta noche que Rael llegó a casa, los hijos, temerosos ante cualquier castigo arbitrario que pudiera imponerles, no salieron a recibirle. Sus zapatillas faltaban junto al sillón y la cena aún no estaba puesta sobre la mesa. Furioso, dio una patada en la puerta del dormitorio de los niños haciendo un agujero sobre la madera que permaneció allí durante toda su infancia. De esa forma, quiso recordarles siempre lo que pasó aquel día... Entre muchas otras mezquindades, Rael escondía el chocolate a sus hijos bajo llave, dándoles una mísera onza a cada uno por el día de su cumpleaños. Para entonces, el chocolate ya estaba rancio; pero ellos lo tragaban con desgana, evitando así la cólera de su padre, el cual los humillaba de forma constante para debilitarlos en su ánimo... Uno de sus juegos favoritos era hacerles rabiar con enredos sibilinos. Enfrentaba a sus hijos mediante calumnias entrecruzadas y se regodeaba viendo el efecto que los comentarios provocaban entre ellos. Pero el acto más repugnante del que fue capaz, sucedió cuando su tercer hijo murió ahogado en el río. Rael decidió enterrarlo en una tumba sin nombre por ahorrarse el dinero. Ni tan siquiera constaba una inscripción con letras de plomo sobre su pequeña lápida... Aun así, solía decirles a todos que no merecían un padre como él; un padre que se había ganado la mejor reputación posible en el barrio.
        Sin embargo, Anna conocía bien las inclinaciones disolutas de su marido. Muchas veces después de cenar, Rael salía sigilosamente de casa, con el sombrero calado y las solapas de la gabardina levantadas... Amparado en el manto de la noche, frecuentaba prostíbulos de los arrabales y alternaba por los lugares más sórdidos, donde solía apostar grandes sumas de dinero en partidas clandestinas de cartas. Cuando perdía en alguna apuesta temeraria, regresaba a casa borracho y maldiciendo a su familia.
        Rael jamás tuvo una muestra de afecto con sus hijos. Ninguno de ellos sabía lo que era recibir cariño paterno. De no ser por el amor de su madre, habrían crecido sumidos en la desolación. Él pensaba que toda su simpatía debía estar reservada a la gente de la calle, al vecino de enfrente, al sacerdote de la parroquia, al frutero del mercado, al dueño de la barbería, al quiosquero de los periódicos, al jardinero del parque, al concejal del ayuntamiento, al camarero de la taberna o incluso a los forasteros. Y Rael conseguía siempre sus propósitos. Nadie fue capaz de adivinar el submundo que se vivía entre las paredes de aquella casa...

 

 
4

        Año tras año, la belleza de Anna iba marchitándose bajo el desprecio de Rael. A la par que sus fotos, su felicidad se fue amarilleando de manera paulatina. Invadida por la tristeza, recordaba todas las humillaciones que padeció durante los embarazos. Rael no podía aceptar el hecho de que su piel, antaño tersa y suave como el terciopelo, se fuera cubriendo de estrías a medida que paría a sus hijos. Muchas tardes lluviosas Anna lloraba cuando le venían a la mente todas esas infidelidades, mientras los pequeños iban creciendo en su vientre. Rael le echaba en cara que ya no era tan atractiva y que se había descuidado con la crianza de los retoños. «¡Mira tus pechos!», le gritaba. «¡Están flácidos de tanto amamantar!»
        Cada noche, como de costumbre, Rael abandonaba el lecho conyugal para satisfacer con el cuerpo de otras mujeres su lascivia desenfrenada. Un embarazo tras otro, Anna tuvo que padecer aquella cruel vejación, mientras los hijos iban creciendo entre muestras de desprecio. Para él seguía siendo más importante un saludo efusivo a cualquier vecino, que una simple caricia hacia alguno de ellos... Rael tan sólo se alimentaba de lo superficial, ignorando que la verdadera felicidad tiene sus raíces en los sentimientos más profundos.



 
 
5

       Como todo campo que no es labrado, resulta imposible cosechar fruto alguno de la nada, y menos de un ser querido. Con el paso del tiempo, uno tras otro los hijos fueron abandonando la casa, hasta que sólo quedó el más pequeño de ellos. Oliver tuvo que cargar con toda la frustración de un padre que no sabía asumir con naturalidad su vejez ni la de su mujer. Necesitaba alguien sobre quien vomitar sus remordimientos y utilizó a Oliver como cabeza de turco. Muchas veces le humillaba haciéndole sentir culpable de haber nacido... Oliver a menudo padeció castigos desmedidos por parte de su padre. Rael llegó a encerrarle durante días enteros solo en el desván, con la Biblia como única compañía para que expiara mediante ella sus pecados... En numerosas ocasiones, el puente sobre el río en los arrabales pasó a ser su segundo hogar. Ni en lo más crudo del invierno, Rael tenía piedad de su último hijo. Copiosas nevadas acompañaron a Oliver bajo el puente, donde sólo se guarecía con una vieja manta roída. Anna solía darle un mendrugo de pan y un pedazo de queso a escondidas, para que al menos tuviera algo que echarse a la boca mientras durara el castigo.
        El embarazo de Oliver fue angustioso para Anna. Durante los nueve meses de gestación, Rael se mostró más cruel que nunca. Antes de nacer, Oliver ya sufrió la brutalidad de un padre despiadado... Rael volvía siempre borracho a casa en plena madrugada, incluso a veces despuntando el alba. Al llegar, insultaba a Anna y la despreciaba, jactándose de que había yacido durante toda la noche con mujeres más jóvenes que ella.
        En el transcurso de su infancia, Oliver vivió el infierno y la angustia del maltrato psicológico, unido al estupor de ver a un padre que se transformaba al salir de casa cada mañana, colocándose el rostro bajo el sombrero.



 
 
6

        Llegó un momento en el que la hipocresía de Rael rebasó los límites. Consciente de su culpabilidad y comido por el remordimiento, en vez de enmendar las malas acciones pidiendo perdón a sus hijos empezó a justificarse con los vecinos de la poca atención que éstos tenían hacia su persona. Al salir de casa, siempre que podía se lamentaba diciendo que todos le habían abandonado... Solía quejarse de que solamente los veía una vez al año en Nochebuena. Rael apretaba el sombrero contra su pecho y terminaba llorando sobre el hombro de algún vecino incauto. El verdugo asumía el papel de mártir, vertiendo la carga de sus pecados en las espaldas de los demás... Día tras día fue manipulando la verdad de manera sutil y maquiavélica, hasta poner en contra de sus hijos a todo el vecindario. Para lagente del barrio era imposible que Rael pudiese mentir y nadie se planteó en ningún momento dudar de su palabra. Todos, incluido el jardinero, el párroco, el barbero, el concejal, el frutero, don Cosme y doña Matilde, lamentaban que unos hijos tan ingratos hubieran desamparado a un padre bondadoso y ejemplar. La reputación de Rael brillaba lustrosa e impecable, a pesar de sus métodos fingidos. De esa forma sibilina continuó afilando las garras bajo su piel de cordero... Poco a poco sus difamaciones fueron calando en la opinión del vecindario y la gente comenzó a retirar el saludo a Anna. A su paso, cuchicheaban palabras de desprecio hacia ella y sus hijos: «¡Qué poca vergüenza! ¡No hay derecho lo que están haciendo con un hombre tan bueno!», murmuraba don Cosme mirándola de reojo. «¡Ay, Dios mío! ¡Qué injusta es la vida!», se lamentaba doña Matilde haciéndose cruces sobre la frente.
        Aquello era más de lo que un alma afligida podía soportar. Anna cayó sumida en una depresión que la hundió en los más profundos abismos de la melancolía. Pasaba las horas muertas en la cama, sumida en la tristeza y abandonada por completo. Ya ni siquiera sacaba las fotos de su juventud para contemplarlas. Aquellas imágenes del pasado fueron amohinándose en un cajón oscuro del armario... Una fría mañana de diciembre, Anna murió de pena. Nada más fallecer, varias lágrimas resbalaron por sus mejillas. Hasta el último hálito, la pobre mujer padeció el terrible sufrimiento que produce el desconsuelo... Con el alma partida, Oliver le dio un beso en la frente, colocó una rosa roja entre sus manos, recogió las fotos de su madre y abandonó para siempre aquel infierno. Antes de partir, dejó una nota en el forro del sombrero, que decía así:
        «El que es capaz de matar al amor, algún día pagará por ello.»


 

7
 
        Las luces de los árboles iluminaban varias calles de l centro de la ciudad. Los niños correteaban en el parque jugando con sus regalos, mientras lucían gorros encarnados con borlas blancas. Se podían escuchar alegres villancicos saliendo por las ventanas de todos los hogares. Las chimeneas humeantes delataban suculentos guisos que preparaban las madres, ayudadas siempre por los sabios consejos de la abuela... Todo era paz y sosiego. Parecía como si los duendes hubiesen esparcido un manto de bienestar sobre los tejados de las casas.
        Aquella Nochebuena Rael cenó solo. Los gritos de júbilo y las risas de los niños se colaban entre las rendijas del ventanal, haciendo su soledad insufrible. Se tapaba los oídos apretando los dientes, mientras maldecía la suerte que le había deparado el destino. Comido por la rabia, bajó las persianas procurando amortiguar los destellos de felicidad que provenían de afuera... Tampoco ningún vecino se acordó aquella noche de él. Todos estaban demasiado ocupados entre regalos y visitas familiares, como para acordarse del ciudadano más ejemplar que habitaba en el barrio.
        La cena permanecía servida junto con los cubiertos de plata y la vajilla de porcelana, a la espera de ser utilizados por unos hijos que ya nunca regresarían a casa. Sentado en un extremo de la mesa observaba las sillas vacías, recordando uno por uno los rostros de esos hijos a los que había maltratado. Dos horas más tarde, la comida aún estaba sobre el mantel ribeteado en oro sin que Rael hubiera podido probar bocado.
        Era ya medianoche, cuando el carillón de pared comenzó a dar las campanadas. Entonces lloró desconsolado tapándose el rostro entre sus manos, mientras gritaba: «¡Por qué me habéis hecho esto, si siempre fui un buen padre!» De pronto, el cielo comenzó a encapotarse. Decenas de nubes negras se agolparon sobre un firmamento que durante toda la noche había permanecido estrellado. El sonido de los truenos se escuchaba retumbante en la lejanía. Infinidad de relámpagos alumbraban el horizonte, salpicando el cielo con fugaces destellos que cegaban la vista. Una tormenta amenazaba con descargar de forma inminente sobre la ciudad.

 



 8
 
        Rael permanecía sentado en la silla como un autómata, contemplando el guiso de cordero en la fuente de metal repujado. Miraba pensativo dejando la vista perdida, ajeno a la borrasca que se cernía sobre la urbe. Pequeñas gotas de lluvia comenzaron a resbalar por las ventanas, como preludio de la tempestad que se avecinaba.
        Sus ojos hundidos contemplaban incrédulos aquellos asientos vacíos... En pleno delirio, creyó ver los espectros de sus hijos flotando inertes sobre las sillas. Con los labios temblorosos, Rael les preguntó por qué le habían abandonado. Uno tras otro, fueron recordándole todas las crueldades que había cometido con ellos y con su madre. A medida que las palabras de los hijos desbordaban su conciencia, la lluvia, que en un principio caía tenue, empezó a arreciar con fuerza. Las gotas de agua se precipitaban en tromba, haciendo invisible la calle desde el interior. Apenas se podía vislumbrar la luz mortecina de las farolas en medio de la intemperie.
        Rael escuchaba todos los reproches, negando una y otra vez con la cabeza. De pronto, la imagen de un niño pequeño surgió frente él. Aquella criatura indefensa alzaba los brazos rogando consuelo desde el sepulcro. Tan sólo le pedía a su padre unas humildes letras de plomo sobre la lápida bajo la cual yacía... El resto de los hermanos reprendieron a Rael por tan mísera mezquindad. Le injuriaban ofendidos, mientras él se tapaba su rostro completamente humillado. Fuera de sí, empezó a jadear con la respiración cada vez más profunda y entrecortada... Ahogado en su propio aliento, farfulló presa de la histeria: 
«No, eso no es verdad, lo juro!» El niño salió gateando del sepulcro, hasta asirse con las manitas al pantalón de su padre... Le miraba desde el suelo con los ojos llorosos esperando una respuesta... Entonces varios truenos descomunales hicieron retumbar las paredes del salón... El cuerpo de Rael se agarrotó... Le era imposible articular los miembros... Las manos semirrígidas se aferraban con fuerza a la silla... Apretándose contra el respaldo, cierta sensación de vértigo le recorrió desde el pecho hasta el cuello... A partir de ese instante, una tremenda granizada comenzó a golpear el ventanal. Poco a poco las bolas de granizo fueron aumentaron de volumen alcanzando el tamaño de nueces heladas. Mientras aquellos perdigones de hielo hacían añicos varios cristales, los espectros proyectaban sobre la mente de Rael terribles escenas del pasado donde aparecía maltratando a su familia: gritos, insultos, amenazas, vejaciones... golpearon su conciencia con tanto ímpetu como lo hacía el granizo contra el ventanal.
        Descargas eléctricas caían sin cesar sobre los pararrayos, mientras Rael aguantaba el suplicio de contemplar las mezquindades que había cometido durante años. Llegó un momento en el cual no pudo soportar todo el peso de sus pecados... Haciendo un esfuerzo sublime, consiguió levantarse de la silla. Golpeando los puños contra la mesa, espetó iracundo: «¡¡Basta ya!! ¡¡Bastaaa!!» De repente, los cubiertos comenzaron a tintinear en una danza macabra... La vajilla vibraba tambaleándose ante sus ojos atónitos... Justo cuando los espectros desaparecieron, un tremendo haz de luz proveniente del exterior invadió el salón. Tras varios segundos en los que el silencio inundó la estancia, una brutal descarga se precipitó desde el cielo sobre el tejado. Rael perdió el equilibrio cayendo al suelo. Atemorizado, permaneció boca abajo protegiendo su cabeza entre los brazos...



 

 
9

        Cuando por fin amainó la tempestad, Rael se puso en pie con cautela. Aquel tremendo rayo había dejado sin luz toda la casa... Andando muy despacio. dirigió sus pasos vacilantes hacia el mirador. Asomándose al ventanal resquebrajado, comprobó que el resto del barrio también estaba a oscuras. Una extraña calma tensa podía percibirse en el ambiente... Rael caminó a tientas hasta la cocina, con la intención de buscar alguna vela que le permitiese iluminar el comedor. Tras encender una gruesa cerilla de las que utilizaba para el fogón, rebuscó entre los estantes durante un buen rato. Tijeras, coladores, abrelatas, morteros, sacacorchos... Toda clase de artilugios domésticos se le enredaban entre los dedos ante su desesperación. Después de una búsqueda infructuosa, recordó que en la habitación del espejo estaban aquellos viejos candelabros, que hasta la muerte de los abuelos siempre fueron utilizados en Nochebuena.
        Durante varios segundos se quedó dubitativo. Nadie había entrado en ese cuarto desde hacía lustros y atravesar el umbral de aquella puerta le daba pánico... Rael pensó que no sería prudente entrar allí desprovisto de su rostro. Salió a tientas de la cocina y fue palpando el pasillo en dirección al recibidor. Sin embargo, una fuerza invisible comenzó a arrastrarle hacia la alcoba. Era como si unos brazos musculosos accionaran sus movimientos, de los cuales ya no era dueño.
        Aquella fuerza incorpórea le dirigía empujándole en dirección opuesta a la entrada de la casa. Rael quiso oponer resistencia clavando las uñas en la pared y tensando las piernas contra el suelo; pero por más que intentaba aferrarse, todo su esfuerzo era en vano. Articulado como una marioneta, avanzó hasta su dormitorio y cogió las llaves que había en el cajón de la mesilla. Permaneció unos instantes sentado sobre la colcha, con la esperanza de que aquel extraño fenómeno cesara. Sacó el pañuelo del bolsillo y se enjugó el sudor de la frente. Con las manos temblorosas examinó el manojo de llaves, comprobando que el robín las cubría totalmente por la falta de uso. Rael respiró hondo varias veces lamentándose. Abrir los cerrojos que durante tantos años había sellado aquella lúgubre habitación se le antojaba como si fuera una especie de sacrilegio; pero sobre todo sentía pavor de entrar allí indefenso sin su máscara... De pronto, volvió a sentir la energía empujándole fuera de allí. Apretando los dientes, una vez más intentó rebelarse mientras se agarraba con todas sus fuerzas al somier de la cama... De nada le sirvió aquella endeble oposición. Una voz de ultratumba le llamaba desde el fondo de la alcoba arrastrando hacia adentro su voluntad
.


 


 
10
 
        Maltrecho y a regañadientes, Rael se encaminó con cautela en dirección al cuarto maldito... Durante unos momentos aquella energía insondable pareció darle un respiro. La tentación de darse la vuelta y salir corriendo se cruzó por su cabeza; pero en el fondo era consciente de que no iba a servir de nada... A pesar de no sentirse empujado, sabía que al más mínimo movimiento en dirección opuesta, la fuerza invisible volvería a acometerle de nuevo. Apoyando las manos en la balaustrada de madera que llevaba hasta el segundo piso, subió los escalones que conducían a la habitación del espejo... Una vez más, los truenos comenzaron a escucharse con una potencia descomunal, haciendo retumbar todos los tabiques... La madera desgastada crujía bajo sus botas negras con un sonido lastimero... En lo más íntimo de su ser, tuvo el pálpito de que cada peldaño le estaba acercando a su destino... Entonces le vino a la mente la imagen de su esposa. Justo a la entrada de la puerta, Rael se arrodilló avergonzado pidiendo mil veces perdón mientras sollozaba. Pero aquellas lágrimas no brotaban de su corazón, sino que eran fruto de su cobardía.
        Agarrado al último destello de esperanza, pensó que entrando a oscuras su imagen no se reflejaría en el espejo. Por fin se incorporó a duras penas, y encendiendo una de las cerillas que había guardado en el chaquetón iluminó la puerta. Con gesto irresoluto, introdujo una primera llave en la cerradura haciéndola girar. Sin embargo, el cerrojo de la segunda estaba muy oxidado y no había forma de abrirlo. La vieja llave chirriaba quejumbrosa como si la hubieran despertado de un profundo letargo. Tras varios movimientos bruscos, al fin liberó la puerta del pestillo... Con la respiración entrecortada, empujó aquel viejo portón de madera roída y pudo entrar en la alcoba.





 
11

        Una oscuridad absoluta reinaba tras el umbral de la puerta. Rael permaneció frente a la entrada, dibujando en su memoria las escenas que acontecieron el último día que estuvo allí dentro. Recordó el cadáver rígido del abuelo yaciendo sobre el vetusto catre de nogal. Por unos instantes, tuvo la sensación de que el cuerpo del difunto aún permanecía en el aposento... Pero tan sólo eran elucubraciones de su mente. La luz de un relámpago iluminó de forma momentánea el cuarto oscuro y pudo comprobar que todo era producto de su imaginación. A pesar de seguir teniendo un aspecto tenebroso, allí ya no estaba aquel obsoleto camastro.En el interior solamente permanecía el antiguo espejo rodeado de candelabros. Aquella cornucopia había ido pasando de generación en generación, perdiéndose su origen en la noche de los tiempos... Sobre la cómoda, también pudo observar la antigua Biblia de tapas raídas, la cual, sin duda, continuaría abierta por el capítulo donde Abraham ofrecía a su hijo en sacrificio; pasaje releído en infinidad de ocasiones por su abuelo, como ejemplo magnánimo de la voluntad divina.
         La intensidad de los relámpagos fue en crescendo, de tal manera que en breves intervalos la estancia quedaba iluminada. Haciendo acopio de valor, Rael por fin entró en la habitación. Introdujo primero un pie, manteniendo el otro bajo el umbral, mientras sus manos temblorosas se agarraban al marco de la puerta. Después hizo lo propio con el segundo pie, viéndose ya por completo dentro de la alcoba.
        Aunque todo permanecía en calma, sentía una presión que se desplomaba del techo contra su cuerpo. Quiso avanzar, pero se dio cuenta de que sus movimientos eran plúmbeos. Cada paso suponía un esfuerzo añadido... Por un momento se detuvo y observó todo de lado a lado. Cuando los relámpagos iluminaban la habitación, sus retinas captaban algunos detalles de aquel tétrico lugar: un sinfín de mugrientas telarañas se habían apoderado de los rincones... A lo largo de la traviesa que sujetaba las cortinas polvorientas, una hilera de pupilas refulgentes brillaba en la oscuridad... Colgados boca abajo, media docena de murciélagos expelían un hedor nauseabundo... Tras el retumbe de los truenos, revoloteaban por toda la habitación emitiendo siseos agudos... De pronto, la lluvia arreció una vez más mezclada con enormes bolas de granizo. El agua entraba por la vieja ventana que permanecía medio abierta, dando golpes bruscos debido a las ráfagas de viento.
        A pesar de aquel ambiente tan desapacible, empezó a sentirse más tranquilo. Aquella fuerza que en un principio le aplastaba desde el techo, se disipó. Ya podía desplazarse a tientas por el cuarto sin dificultad alguna. Rael suspiró hondo... Caminando con precaución decidió sentarse en el suelo, apoyando su espalda sobre la pared junto a la cómoda. Jamás hasta esa noche había sentido en sus carnes una soledad tan desgarradora. Ofuscado en la falacia de su propio engaño, no lograba comprender el hecho de haber sido abandonado por unos hijos a los cuales, según él, nunca les había faltado nada. Ahora se encontraba derrumbado en aquella húmeda y tétrica estancia ignorado por todos...
        Rael permaneció sentado durante varios minutos, con la vista fijada en los haces de luz producidos por los relámpagos, que de manera intermitente cegaban sus ojos aturdidos. Encima de la cómoda destacaba la vieja Biblia familiar, custodiada entre los dos candelabros dorados de seis brazos. De golpe le vinieron a la mente aquellas lecturas matinales de su abuelo, ensalzando los castigos de Dios para todo aquel que se saliera del recto camino. 
«¡Ojo por ojo, diente por diente!», exclamaba iracundo ante el asombro de sus nietos que le escuchaban perplejos... Entonces recordó que el libro sagrado solía quedarse abierto de manera intencionada por el pasaje en el cual Abraham entrega su hijo en sacrificio como muestra de lealtad a Dios. Tentado por la curiosidad, quiso comprobar si aquel capítulo del Antiguo Testamento permanecía aún inalterable sobre la cómoda. Lentamente se incorporó del suelo, y a tientas rebuscó en el chaquetón una de las cerillas que había guardado cuando estuvo en la cocina.
        La llama del fósforo humeante iluminó la habitación... Con el brazo extendido, fue girándose para ver con detalle todo alrededor. De pronto, se le heló la sangre. A su derecha había notado el movimiento de un bulto oscuro... Rael permaneció inmóvil durante unos instantes. Mirando de solayo, vio una silueta que le observaba desde la penumbra... Su mano temblaba mientras la cerilla se consumía junto a los dedos. Sopló con fueraza para no quemarse, y de nuevo un manto negro lo cubrió todo. Tan sólo las pupilas refulgentes de los murciélagos destacaban en la oscuridad... Colgados bajo la traviesa de las cortinas, presenciaban impasibles todo a su alrededor. Cuando el aire soplaba con más fuerza, el hedor nauseabundo resaltaba con mayor intensidad. Rael permanecía sin mover un solo músculo junto a la pared del armario, soportando esa fétida pestilencia que se infiltraba hasta sus pulmones.
        La pertinaz lluvia caía sin cesar encharcando el suelo junto a la ventana, mientras él aguardaba expectante a que la luz de algún relámpago iluminase al espectro. Comenzó a tiritar de frío, empapado por las gotas que salpicaban tras olas ráfagas de viento. Aquella espera se hacía eterna para Rael... De pronto varios truenos precedidos de rayos se desplomaron sobre la casa. Los murciélagos revolotearon histéricos golpeando contra su cara, atemorizados por el estruendo de la tormenta. Por fin un resplandor le hizo ver con claridad que alguien permanecía inmóvil bajo la penumbra. Sin duda aquel ente le vigilaba, rodeado de un mutismo que empezó a crisparle los nervios. Una vez más sacó otra cerilla del chaquetón y avanzó varios pasos. Estaba decidido a desenmascarar a quienquiera que fuese. Rasgó el fósforo, y la habitación volvió a iluminarse... A pesar de que extendió el brazo, se dio cuenta de que no tenía suficiente valor para mirar hacia adelante. Con la mano temblorosa, cogió un candelabro de la cómoda y encendió varias velas. Ahora todo a su alrededor relucía con nitidez. Rael alzó el candelabro y poco a poco fue subiendo la cabeza. En un arrebato de coraje, clavó su mirada sobre el rostro fantasmagórico... De pronto su corazón se aceleró. Sentía las pulsaciones rebotando contra el pecho a punto de estallar. Observó que los rasgos eran tremendamente repulsivos. Aquella faz angulosa parecía la efigie de una momia que durante siglos había reposado oculta bajo un sarcófago.

        Permaneció mirando al individuo, mientras sus dientes castañeteaban entre las mandíbulas. Intuía temeroso que los designios de aquel espectro eran oscuros y malévolos... Rael no sabía si huir de allí o abalanzarse sobre el fantasma en un acto de arrojo. Durante varios segundos estuvo sumido en esa incertidumbre, hasta que observó un detalle turbador que le llamó la atención: aquel sujeto vestía una ropa similar a la suya. También sostenía un candelabro idéntico, aunque a diferencia de él lo blandía con la mano izquierda... Como si estuviese hipnotizado por una extraña fuerza magnética, Rael comenzó a imitar los movimientos del espectro con total fidelidad. Aquella figura demoníaca le obligaba a repetir exactamente cada gesto y cada mueca sin errar ni un solo centímetro. Aturdido y confuso, al final se dio cuenta de que en realidad era el espectro quien le imitaba de forma precisa. Por un instante llegó a pensar que se estaba burlando, pero su expresión no reflejaba ningún gesto chancero, sino más bien todo lo contrario... Entonces algo en aquella mirada le resultó familiar: oculto tras los ojos percibió el vacío infinito de un ser que había adulterado el alma durante toda su existencia. Rael se echó a temblar... Sospechaba tembloroso a quién podía pertenecer aquella imagen repulsiva... Cientos de nubarrones oscuros flotaron amenazantes sobre su conciencia... De pronto un rayo tremendo descargó en el tejado de la casa. Los murciélagos revolotearon de nuevo alrededor de la habitación estremecidos por el impacto. Rael se tambaleó zarandeando el candelabro. Varios goterones de cera derretida cayeron sobre la manga de su chaqueta. «No... No puede ser...», masculló horrorizado al mirar de nuevo la imagen del espectro reflejada en la cornucopia. Dando un grito de terror comenzó a hacer aspavientos, mientras sus ojos desorbitados huían de esa visión. Al girar con brusquedad sobre sí mismo, las llamas del candelabro prendieron varias telarañas que colgaban del techo frente al espejo. El fuego rápidamente se extendio como la pólvora, devorando aquel amasijo de telas enmarañadas. Los murciélagos huyeron despavoridos por la ventana entre chillidos estridentes, mientras un humo espeso inundaba la habitación. Ciego y fuera de sí, Rael daba tumbos de lado a lado como una peonza descontrolada. Al disiparse la humareda, dejó el candelabro sobre la cómoda y volvió a quedarse de nuevo paralizado frente al espejo. Con la respiración entrecortada, observó una vez más aquel espectro maléfico... Un grito de dolor le desgarró la garganta. El reflejo de su verdadero rostro se le hacía insoportable. Sin duda era un rostro diabólico y maligno que rezumaba crueldad por cada uno de los poros. Rael tuvo que ocultar sus ojos crispados bajo las manos temblorosas... De pronto la lluvia arreció con más fuerza entre descargas brutales de rayos y truenos. Un sinfín de imágenes se atropellaron de golpe en su mente. En ellas entremezclaba todas las vejaciones con las que día tras día fue maltratando a su familia... Intentó gritar de nuevo, pero esta vez dio un alarido estéril. Sus ojos se clavaron en aquel semblante y observó frente al espejo su propia descomposición: de las comisuras de los labios empezó a manar un líquido purulento y hediondo...... Su lengua rasposa había adquirido un tono amoratado, alargándose hasta colgarle a la altura del pecho...... Sus ojos vidriosos desprendían de las córneas un humor amarillento que poco a poco le cegaba...... La lengua se balanceaba como un péndulo dislocado, profiriendo frases ininteligibles plagadas de exabruptos...... Una convulsión espontánea reventó los globos oculares que se deshicieron en una agüilla fétida resbalando viscosa por sus mejillas...... Las facciones se derretían dejando entrever los tendones de sus quijadas...... Uno tras otro, los dientes se fueron desprendiendo hasta caer rebotando contra el suelo...... La carne corrompida fue dando paso a una calavera desnuda mientras el pelo se deshilachaba cayendo por su espalda......
        Solamente un apéndice resistió inalterable ante la descomposición: aquella lengua rasposa colgaba entre las mandíbulas del cráneo. Esa lengua que tantas veces había difamado a sus seres queridos.




 

12
 
        Su cuerpo permaneció varias semanas postrado de pie, con las manos sobre la cómoda y el cráneo aplastado contra la Biblia en el pasaje de Abraham. Decenas de gusanos retorcidos entraban y salían por todos los orificios, devorando la carne en estado de putrefacción. Ninguno de los vecinos le echó en falta durante esos días. Era lógico pensar que aquel amable señor compartiera unas fechas tan señaladas en compañía de sus familiares.
        Nadie fue al entierro de Rael. Antes del sepelio, los hijos intentaron identificarle en la morgue, pero ninguno pudo reconocerlo. Aquel espectro comido por larvas que se arrastraban entre las cuencas vacías de los ojos, repugnaba totalmente a la vista. Su cuerpo expelía un olor fétido, capaz de penetrar hasta el tuétano del que lo respirase. El anillo de bodas resultó fundamental para dar un nombre al cadáver. En su interior se podía leer este grabado: «Con amor, siempre fiel Rael fue enterrado sin inscripción alguna en la tumba, junto al sepulcro en el cual yacía su tercer hijo. Tras vender aquel anillo de promesas incumplidas, los hermanos costearon el epígrafe que reflejaba el nombre del niño sobre su pequeña lápida. No hubo ceremonia religiosa, ni tan siquiera un responso por el alma del difunto. El enterrador se limitó a hacer su trabajo, echando paladas de tierra sobre la caja de pino con suma rapidez.
        Poco tiempo después los hermanos pusieron la casa en venta. El desalojo de los bienes se hizo bajo un silencio solemne, en una fría mañana de invierno. Todos los muebles y enseres, hasta los de más valor, fueron arrojados al vertedero. Ninguno quería seguir recordando aquel sórdido lugar por medio de objetos que habían permanecido allí durante lustros. Tan sólo salvaron un crucifijo que la madre guardaba en la mesilla desde el fallecimiento de su hijo.
        La casa quedó desnuda, con las paredes como testigos mudos de lo que cierta vez fue el hogar de una familia. Sin embargo, a todos les pasó desapercibida una prenda que colgaba arrugada sobre el perchero con una sonrisa esperpéntica: el rostro de Rael.




FIN



Oscar Nóbregas, Madrid 2007




 

Oscar Nóbregas







 







 

 




 



 


Oscar Nóbregas


La isla de los Muertos
 
 

 
 
1
 
          Aquella mañana lluviosa me dirigí como un autómata hasta la agencia de viajes huyendo de mi propio destino. Después de encajar el desengaño más grande de toda mi vida, estaba dispuesto a lanzarme en cualquier dirección del mundo con tal de olvidarla... Calado hasta los huesos, me planté frente al mostrador. Las gotas de agua resbalaban por mis cabellos empapando la gabardina. En un arrebato de locura, hice el juramento de elegir el primer país que saliera, cogiendo un folleto al azar.
          Tras cinco años de relación, Natascha me acababa de dejar por otro hombre. A veces las cosas más crueles suceden de la forma más trivial. Un frío mensaje en el contestador finalizó nuestra relación para siempre. Decía que no podía seguir ocultándolo por más tiempo. Volaba esa misma semana en dirección a Nueva York con él... Tardé varios minutos en reaccionar. Permanecí estático sentado en la silla frente al teléfono sin dar crédito a sus palabras. Con el auricular pegado al oído, pulsaba una y otra vez la tecla para volver a escuchar el mensaje. Poco a poco el crepúsculo tras la ventana invadió de tristeza la estancia. Envuelto en la oscuridad, la voz de Natascha cada vez se hacía más hueca. Dejé el teléfono descolgado y me derrumbé en el sofá hundido en la desolación. No podía asimilar lo que me estaba sucediendo. No podía creer que la persona que más había querido en toda mi vida me hubiera dejado de aquella forma tan humillante.
          Herido en lo más profundo, me preguntaba en qué podía haber fallado... Natascha era lo mejor que tenía; mi principal razón para existir. Sí, ella era mi motor; lo que me daba fuerzas para continuar adelante. ¿Cómo iba a seguir creyendo en el mundo después de eso? ¿Cómo iba a tener fe en las personas cuando lo más verdadero de mi existencia se había convertido en una mentira? Aquella noche la realidad se desplomó sobre mí con la misma contundencia que una losa de mármol. Una simple llamada había borrado de un plumazo todas mis ilusiones... Me sentía mutilado en una parte de mi ser. Cuando un amor termina, algo en tu interior se arrastra agonizando sin llegar nunca a morir del todo.
           Aplastado en el sofá, dejé que las horas pasaran como si el tiempo se hubiera detenido en mi vida. Daba vueltas a la cabeza sin poder evitar su imagen apareciendo frente a mí. Infinidad de vivencias junto a ella se agolparon en mi mente. Recordé el día que la conocí en aquel pub cercano a la plaza de Ópera. Natascha apenas llevaba una semana en Madrid. Acababa de llegar de Moscú para un curso temporal de filología hispánica. Su belleza nórdica y su sensualidad me cautivaron por completo. El flechazo fue mutuo y todo surgió de manera natural hasta que decidimos irnos a vivir juntos. Compartimos varios años de ensueño disfrutando del momento. Sin duda aquella resultó ser una de las etapas más felices de mi vida... Es cierto que en los últimos meses se palpaba un distanciamiento que yo atribuía a la rutina de la convivencia; pero nunca imaginé ni por asomo que el motivo pudiera ser otro... Ahora me deja helado el hecho de pensar que Natascha vivió conmigo ocultándolo todo, sonriéndome y haciendo el amor como si no ocurriera nada entre nosotros, cuando la realidad es que su corazón ya se encontraba muy lejos de mí.
          Pasé varias noches en vela dando vueltas sobre la cama añorando su cuerpo a mi lado... No hacía más que mortificarme pensando que era una piltrafa; que Natascha me había dejado porque yo no valía nada... Cuando una persona pierde la autoestima, ¿qué le queda ya? Estuve varios días tirado en el cuarto sin poder reaccionar... Pero me di cuenta de que esa actitud terminaría por consumirme. Se me hacía insoportable la idea de quedarme a vivir en casa rodeado de todos sus recuerdos, así que decidí irme cuanto antes donde el viento me llevara. No quería pasar todas las vacaciones ahogado en la tristeza, mientras ella disfrutaba de un romántico idilio viajando por cualquier lugar del mundo con su nueva pareja.
 
 
 
 
2
 
          Encima de la mesa de información se amontonaban infinidad de folletos de los sitios más dispares. Cerré los ojos, estiré la mano y cogí uno al azar. La imagen de la foto mostraba una bella estampa de los canales de Venecia. Al principio sentí fastidio. Cinco años atrás estuvimos allí en uno de los momentos más dulces de nuestra relación... Pero después de jurarlo, no me iba a traicionar a mí mismo. Iría otra vez a Venecia, aunque tuviese que enfrentarme al fantasma de mis recuerdos con Natascha. Me lo tomaría como un retorno al pasado para enderezar mi camino desde ese punto. Buscaría el lado oscuro de la ciudad, enterrando de manera simbólica los momentos vividos allí.
          Apreté el folleto hasta arrugarlo y me dirigí al mostrador dispuesto a comprar el billete de tren. Por la tarde preparé la mochila tan sólo con lo indispensable. Quería ir lo más ligero posible de equipaje, viajando con la mente abierta a todo lo que se cruzara en mi camino. Cogí algo de lectura para el trayecto y un bloc de notas donde apuntar cualquier cosa que se me ocurriera durante el viaje.
 
 
 
 

3
 
           Al día siguiente llegué a la Estación del Norte a primera hora de la mañana. Subí al vagón y me acomodé en un compartimiento vacío. Entre semana no solía haber demasiados viajeros, lo que hacía el trayecto más relajado y silencioso. Sin duda era lo ideal para mí, pues me sentía especialmente huraño debido a mi estado melancólico.
Estuve la mayor parte del recorrido imbuido en los paisajes y en mis escritos. De vez en cuando sacaba la libreta y apuntaba lo primero que me pasaba por la cabeza, mientras el tren avanzaba con parsimonia en dirección a Italia. Pensando de manera obsesiva en Natascha, escribía retazos de poesías desgarradas que luego rompía en mil pedazos. Multitud de sensaciones contrapuestas desbordaban mis sentimientos frente al papel. Rencor y nostalgia se entremezclaban en mi corazón, sin poder distinguir lo uno de lo otro.
          Después de una breve escala en Milán, llegamos a Venecia en pocas horas. Aquella ciudad seguía teniendo algo especial. Parecía como si se hubiera detenido en siglos pasados... Al toparme de frente con el casco antiguo, los recuerdos se agolparon desbordando mis sentimientos. Tenía un montón de fotos con Natascha por los alrededores: el Puente de Rialto, la Plaza de San Marcos, las góndolas surcando el Gran Canal... En cada esquina de Venecia, la belleza del entorno provocaba que cualquier detalle me calara en lo más hondo... El simple hecho de ver a músicos callejeros tocando una pieza de Vivaldi, o contemplar a actores interpretando pantomimas disfrazados de arlequines, era algo que me emocionaba. Rodeado de toda esa magia, el recuerdo de Natascha planeaba sobre mi mente sin poder evitarlo. Sentado en una escalinata del Palacio Ducal, varias lágrimas recorrieron mi rostro. La cruda realidad era que ella estaba muy lejos de mi vida, rodeada por los brazos de otro hombre... En ese momento comprendí que recorrer las mismas calles de antaño, no haría sino estancarme en el pasado maniatando mi ánimo con la soga de la nostalgia. Me levanté de un brinco huyendo hacia la primera taberna que se cruzara en mi camino. Apoyando los codos sobre la barra sin levantar ni solo instante la cabeza, bebí de forma compulsiva hasta terminar dos botellas de Lambrusco. Al salir de la taberna me arrastré desolado por los callejones más míseros que pude encontrar. Entonces me di cuenta de que esa ciudad, como el amor, tenía su lado oscuro. Venecia no sólo era un lugar idílico de parejas recién enamoradas. También había esquinas mugrientas y malolientes, aguas estancadas, paredes mohosas, casas en ruinas, lúgubres residencias de ancianos... Venecia no sólo reflejaba romanticismo y belleza. También existían allí el dolor y la muerte como en cualquier otro lugar del mundo.
          Caminando sin rumbo fijo por los rincones de los arrabales, todo me daba vueltas debido a los efectos del vino. Haciendo eses completamente borracho, mis pasos vacilantes tropezaban con los adoquines. De nada me había servido alejarme miles de kilómetros para intentar olvidarla. Sentía la angustia del desamor hundiéndome cada vez más en un pozo sin fondo... Apoyado sobre la vieja barandilla de un callejón sin salida, la imagen de Natascha besándose con aquel hombre invadió de súbito mi cabeza. Aquella escena aparecía ante mis ojos alucinados como si pudiera observarles a través de una bola de cristal. Luego la imaginé desnuda gimiendo de placer bajo su cuerpo y comenzaron a entrarme arcadas. Entonces vomité repetidas veces sobre aquel sucio canal.
 
 
 
 
 
4
 
          A la media hora desperté sobresaltado. Me había dormido allí tirado en el suelo como un mísero vagabundo. Todo daba vueltas a mi alrededor y tenía un regusto amargo en la boca. Avergonzado de mí mismo, salí del callejón mirando a los lados. Por fortuna aquel era un rincón solitario... Caminé desorientado durante varios minutos hasta llegar a una plaza. Allí me lavé la cara en una fuente y luego me mojé el pelo. Después entré en un bar y pedí un capuchino bien cargado para despejarme. Nada más salir, decidí pasear en dirección a la costa pensando en que me vendría bien la brisa del mar. Caminé con un talante más apacible hasta que llegué al puerto. Allí me encontré con un pescador de piel curtida que debía rondar los setenta años. Me puse junto a él observando cómo pescaba con su caña de bambú frente al muelle. Gracias a mis conocimientos de italiano, pudimos mantener una conversación fluida. Estuvimos hablando un buen rato sobre el oficio. El hombre decía que ya no se cogían tantas piezas como antaño. Cuando era joven siempre volvía a casa con la cesta repleta de pescado. Una hora después, el sol comenzaba a ocultarse por el horizonte. El mar se tornaba cada vez más plateado a medida que la luz rojiza se disipaba con los últimos rayos. Sentado allí junto al pescador, me fijé en la figura de un pequeño islote cercano a la costa. Una vieja torre desmoronada presidía el lugar, dándole un aspecto misterioso.
          —¿Se puede visitar esa isla? —pregunté por curiosidad.
          El hombre giró la cabeza mirándome con el ceño fruncido, como si hubiera blasfemado al preguntar por aquel sitio.
          —Ese lugar está maldito, muchacho —dijo en tono grave—. Allí nunca se acerca nadie; ni siquiera nosotros. No verás un solo pescador faenando alrededor de Poveglia. Le llaman la Isla de los Muertos... Sus aguas están infectadas de cadáveres que llevan siglos amontonados bajo el lodo. Nadie quiere acercarse a esas costas. Durante la Peste Negra cientos de barcas llevaban a Poveglia los moribundos para dejarlos allí abandonados. Muchos perecieron al intentar salir nadando de la isla. Dicen que algunos de esos espíritus vagan por los alrededores... Allí no vive nadie desde hace mucho tiempo. La torre que ves junto al edificio es de un manicomio que permaneció abierto algunos años. La gente que trabajaba en aquel lugar, tarde o temprano se volvía loca. El director del manicomio experimentaba con los dementes practicándoles horribles trepanaciones en el cráneo. Eso acabó haciéndole perder la cabeza también a él... Al final se suicidó tirándose desde la torre.
          Era tremendo lo que me contó el pescador sobre Poveglia. Frente al lugar más idílico del mundo, el recuerdo del terror permanecía inalterable durante siglos en aquel sitio. Quizá miles de parejas se habían jurado amor eterno contemplando aquella isla rebosante de cadáveres momificados por el lodo... Me pareció una alegoría perfecta de las relaciones amorosas: en la superficie todo resulta idílico, pero debajo siempre hay un trasfondo incierto... Con aquel relato sobre Poveglia, el pescador consiguió aumentar mi intriga.
          —¿Hay alguna manera de llegar hasta allí? —le pregunté.
           El viejo me  miró como si estuviera totalmente loco.
          —Se puede ir en barca; pero no querrá llevarte nadie... a no ser que pagues una buena suma de dinero.
          Recogió sus bártulos de pesca y nos dirigimos hacia la lonja. Allí habló con un tipo de barba cerrada y aspecto siniestro. Una profunda cicatriz cruzaba su frente como si fuera un estigma. El viejo se marchó y me quedé con aquel hombre para cerrar el trato. A pesar del dinero que le ofrecía, me preguntó varias veces si estaba seguro de querer pasar la noche en aquel lugar. Le dije que sí aparentando estar convencido; aunque por dentro sentía verdadero temor... Pero me reconforté pensando que no tenía nada que perder. Todo lo que pudiera lograr evadirme del recuerdo de Natascha me aliviaba el ánimo.
          Durante el trayecto en barca tan sólo cruzamos algunas palabras. Mientras él remaba haciendo soplar una rústica pipa de tabaco, yo iba tomando notas en la libreta de lo que me había sucedido aquella tarde. La quietud de las aguas era algo que imponía un tremendo respeto. Sólo Dios sabía lo que se ocultaba allí debajo... A medida que nos acercábamos a Poveglia, un nudo en la garganta me impedía tragar saliva. Pero ya no había marcha atrás... Aquel extraño hombre me dejó en el embarcadero con mi mochila. Quedamos al día siguiente por la mañana para recogerme en el mismo punto. Instantes después le vi alejarse impasible, mientras el crepúsculo se cernía sobre la ciudad.
 
 
 
 
 
5
 
           Apenas tuve tiempo de recorrer la isla con suficiente luz. A los pocos minutos, ya estaba casi a oscuras. Saqué la linterna del macuto y deambulé por la entrada del edificio. El manicomio se hallaba en un estado totalmente ruinoso. Enseguida pude percibir energías muy negativas bajo aquellos muros. Armándome de valor, penetré en el interior del recinto. Un extraño eco remarcaba el sonido de mis pisadas a lo largo del pasillo. El hecho de permanecer callado en alguna estancia, me ponía los pelos de punta... Era como si se pudiera cortar el aire. Sin duda tuvo que haber mucho sufrimiento entre esas paredes... Sobre la torre del manicomio, se escuchaba el suspiro tenebroso de un búho. Aquel susurro fantasmagórico resultaba escalofriante... Salí de allí acongojado y caminé unos pasos junto al edificio, enfocando con la linterna bajo la oscuridad. El más leve sonido alrededor me ponía en alerta. Mis latidos se disparaban tras el chasquido de cualquier rama... De pronto, el terror me invadió. Tropecé de lleno con una zanja repleta de esqueletos postrados en hilera. Salí corriendo de allí como alma que lleva el diablo. Me alejé lo más rápido que pude con la respiración ahogada, siguiendo a duras penas un sendero pedregoso. Avancé atemorizado durante varios minutos. Cualquier ruido inesperado entre los matorrales me hacía estremecer... Probablemente sólo eran alimañas sorprendidas de mi presencia, pero conseguían asustarme a cada paso que daba. Busqué alumbrando con la linterna un pequeño claro entre los árboles y preparé una fogata recogiendo varias ramas. Por suerte la noche estaba muy clara; tan sólo faltaba un día para que hubiese luna llena... Encendí la hoguera y saqué algo de comer.
          Tras la cena, ya mucho más tranquilo, me tumbé sobre la hierba arropándome con una manta por encima. No lograba conciliar el sueño, así que decidí quedarme boca arriba contemplando las estrellas y la luna. A medianoche pude escuchar en la lejanía las campanadas de la basílica de San Marcos. A partir de entonces todo era silencio, tan sólo interrumpido por el ulular de las rapaces nocturnas. A punto de dormirme, noté sobre la hojarasca pasos lentos que se acercaban en la penumbra. Abrí los ojos y me encontré a un hombre vestido de gris con sombrero de ala ancha calado hasta las cejas. Iba embozado bajo una larga capa negra. En ningún momento se descubrió la cara. Se plantó frente a mí observándome de arriba abajo con los brazos cruzados... En ese instante mi corazón se encogió en un puño. Luego se sentó junto a las brasas y reavivó la hoguera mientras yo permanecía estático. No podía articular palabra. Estaba totalmente bloqueado esperando que sucediera algo... Poco a poco me tranquilicé al comprobar que su actitud era pacífica. Retiré la manta y me puse frente a él hipnotizado por su influjo. Aquella visión enigmática traspasaba cualquier explicación lógica. Era como si hubiese aparecido allí por medio de algún sortilegio, transportado desde tiempos lejanos hasta el presente... Junto a la luz de las llamas, aquel hombre comenzó a hablar del terror de la peste; de rostros desfigurados pidiendo clemencia; de cuerpos corrompidos por los bubones; de lamentos desgarradores surgiendo de las fosas; de cadáveres hacinados sobre inmensas piras de fuego... Su voz grave retumbaba en el suelo como si surgiera de las entrañas de la tierra... Hablaba un italiano antiguo que a veces me costaba entender. Su rostro compungido reflejaba el testimonio del holocausto presenciado siglos atrás. Mientras narraba aquellos sucesos, removía el suelo con un palo haciendo círculos en espiral sobre la arena. Al concluir su discurso, me ofreció algún extraño brebaje de un pequeño frasco. Era un licor agrio y rojizo semejante al vinagre. Tras beber un par de tragos, comenzó a invadirme un sopor muy profundo. En cierto momento que no recuerdo, me quedé dormido.
          Lo que sucedió durante mi sueño es algo que me cuesta describir con palabras. Y digo lo que sucedió, porque fue tan real como si lo hubiera vivido: me veía a mí mismo tumbado junto a la hoguera...... De pronto el suelo cedió bajo mi cuerpo resquebrajándose...... Caí en una zanja profunda sintiendo  todos mis huesos doloridos por el golpe...... Quise incorporarme y salir de allí, pero el fango me impedía trepar...... Arañando las paredes con desesperación, resbalaba en el intento de alcanzar la tierra firme....... Entonces sucedió el horror...... Decenas de cadáveres desfigurados rodearon la zanja...... Uno tras otro se lanzaban aplastándome contra el barro...... Sentí sobre mí la angustia de esos seres moribundos apilándose en montones hasta cubrir por completo la fosa.......
          No sé cuánto tiempo duró aquella terrible pesadilla, pero me dio la sensación de que se prolongó durante toda la noche, desde el mismo instante en que perdí la consciencia por los efectos del brebaje.
 
 
 
 
 
6
 
          Al amanecer desperté sobresaltado. Aturdido y totalmente confuso, busqué al hombre por los alrededores. A pesar de mi empeño por encontrarle, no hallé rastro alguno de aquel individuo. Por unos momentos pensé si lo habría soñado también, pero vi los círculos dibujados en el suelo junto a los rescoldos de la fogata... Recogí mis cosas y caminé en dirección al muelle de la isla, esperando con impaciencia la vuelta del marinero. De regreso a Venecia le conté ansioso todo lo ocurrido. Me dijo que según la leyenda, un individuo de otro tiempo habita aquel lugar... Su nombre era Renato Salieri, un alguacil que permaneció al cargo de los traslados de moribundos a Poveglia durante la Peste Negra. Vivió el horror de cientos de seres humanos llevados hasta allí, como se lleva el ganado al matadero para ser sacrificado. Murió atormentado por la culpa de ser uno de los responsables de aquella espantosa masacre. Él mismo acabó siendo víctima de la peste al final de la epidemia. Nadie se atrevió a volver hasta Poveglia para enterrar su cuerpo. Dicen que el alguacil vaga eternamente por la isla...
 
 
 
 
 
 
7
 
          Aquella misma tarde me instalé en una pensión de las afueras de la ciudad. Gracias al carnet que me acreditaba como investigador de documentos, pude acceder a los archivos de la biblioteca municipal. Durante esos días repasé a fondo la tragedia que se cebó de Venecia durante la Edad Media. En el siglo XV, la Peste Negra recorrió la ciudad arrasando todo a su paso. Aquella zona de humedades y aguas estancadas propició que la enfermedad se expandiera de manera implacable. La situación para las autoridades se hizo insostenible, ante la imposibilidad material de poder enterrar tantos cuerpos putrefactos. Los cadáveres comenzaban a apilarse en las calles a la espera de ser quemados; pero aquello suponía un alto riesgo de contagio para la gente sana. Entonces decidieron trasladar los muertos en barcas hasta Poveglia. A esas alturas de la terrible epidemia, una psicosis calenturienta invadió la población. Todo el que mostrase cualquier síntoma de enfermedad, aunque fuera un simple catarro, era denunciado a la guardia veneciana, que al poco tiempo se presentaba en su casa para llevarlo hasta la isla, condenándolo a una muerte segura. Fue tal la cantidad de moribundos acumulados en Poveglia, que al final eran arrojados a las fosas para quemarlos sin importarles que aún permanecieran con vida... Renato Salieri fue unos de los alguaciles encargados de esa macabra operación.
Una semana después, regresé a España absorbido por aquel horrible pasaje de la historia. Al abrir la puerta de casa y ver su foto en la entrada, fui consciente de que me había olvidado por completo de Natascha... Entonces supe que ya no formaba parte de mi vida. Saqué la foto del marco y la prendí fuego sobre el cenicero en una especie de ritual purificador para liberarme del pasado. Esa misma noche, tras deshacer el equipaje, repasé todas las notas que había ido plasmando durante mi periplo aventurero. Al llegar al final, me quedé petrificado. En la última hoja de la libreta, escrito con tinta de pluma y una letra abigarrada, podía leerse en italiano antiguo: “Buon viaggio, amico”. Firmaba Renato Salieri.
 
 
 
 
FIN
 



 
 
Oscar Nóbregas, Madrid 2013
 
 

 








Oscar Nóbregas



Oscar Nóbregas nació en Madrid.
Desde los años noventa se dedica plenamente al mundo de la literatura. Colabora en diversas revistas literarias, así como en programas radiofónicos dedicados a las letras, tareas que compagina con su afición por la fotografía artística.

Con su novela "Retazos de un Bastardo" -2006- ha conseguido un éxito sin precedentes en los círculos literarios vanguardistas, que le han aupado a una situación de privilegio en el mundo de las letras, por lo arriesgado e innovador de su proyecto. Retazos de un Bastardo es para muchos la obra literaria más original de los últimos años.

Oscar Nóbregas también ha escrito otras dos novelas:
"Efluvios Metafísicos" -2009- (un estudio sobre sexo, droga y rock and roll) y "El Beso de la Esfinge" -2012- (novela erótica ambientada en los años 90).
Tiene en proyecto un cuarto libro: "El Susurro del Cárabo", novela histórica basada en una leyenda rusa del siglo XIX.
En la actualidad se halla inmerso en un ciclo de relatos titulado "Bajo la Sombra del Yinkgo Biloba".




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Fotos de Oscar Nóbregas:


 
Programa Radio Oscar Nóbregas:

El bosque encantado - Oscar Nobregas - Goear



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  Oscar Nóbregas
 
 
 
 

 

 

Entrevista con Oscar Nóbregas

 

Venturas y desventuras de un escritor madrileño...
 

 
Oscar Nóbregas es un ratón de biblioteca del siglo XXI. Aislado en su escritorio o buscando en los archivos de la Biblioteca Nacional, elucubra nuevas ideas y personajes para sus próximo libros.
Nos hemos tomado la licencia de apartarle de su trabajo durante un rato para que nos permita conocerle un poco mejor, a él y a su trabajo.
Oscar, ¿se puede vivir de escribir hoy en día?

Salvo algunos privilegiados, es muy difícil vivir de la literatura; aunque pienso que es mejor que sea así. La creación no debe estar sujeta a una nómina, porque escribir bajo presión a lo único que conduce es a coartar la espontaneidad. Un escritor no puede escribir una novela pensando que con el dinero que obtenga va a pagar las facturas.
 
Te voy a mencionar 3 conceptos; me gustaría que nos contaras en qué medida te afectan, para bien o para mal, en el desarrollo de tu profesión:
Editores

Los editores son un mal necesario para los escritores; un arma de doble filo que se puede volver contra ti. Lo más duro para un escritor es descubrir que los problemas no terminan cuando publica una novela, sino que pueden empezar justo en ese momento... Si tienes buena relación con tu editor, éste puede darte alas y hacer que tu obra crezca; pero si tienes la mala suerte de topar con un editor que no te apoya lo suficiente, puede convertirse en tu principal enemigo; la tumba de tu propia novela. Con un editor abúlico todos tus esfuerzos caen en saco roto. De nada sirve remar con todas tus fuerzas, si el que lleva el timón te deja encallado en la orilla.
 
 
Para muchos editores prevalece el número de ventas por encima de la originalidad o la calidad literaria, y ese punto de vista muchas veces aborta grandes proyectos más cercanos a la vanguardista que a  lo meramente estándar. A fin de cuentas, una editorial no es otra cosa que una empresa… Pero también hay editores arriesgados que aman la literatura por encima de las cifras, aunque por desgracia suelen ser muchos menos.
 
Lo triste para cualquier escritor es echar un vistazo tras los escaparates de las librerías y ver auténticas bazofias presentadas con jactancia como best sellers, cuando lo cierto es que el número de ventas rara vez va en concordancia con la calidad literaria.

Internet

Siempre miro con recelo los avances tecnológicos, pues pienso que muchas veces nos proporcionan "comodidades" que a la larga te acaban creando una dependencia innecesaria, que al final lo único que consigue es esclavizarnos. Pero como todo en la vida, depende del uso que le des a las cosas. En el caso de Internet, no se puede negar que es un instrumento que bien utilizado ofrece infinitas posibilidades al permitir comunicarte con el resto del mundo. Para mí es muy gratificante saber que gracias a los foros literarios de Internet, mi novela ha llegado a manos de lectores en toda Hispanoamérica e incluso al sur de los Estados Unidos. 
 
 
Uno de los peligros de Internet es el hecho de caer en la incomunicación de la comunicación y en la desinformación a base de sobreinformación. Por otro lado, me inquieta el hecho de que Internet ya no sea algo opcional que consultar de vez en cuando sentados frente a una pantalla; ahora llevamos Internet a cuestas en el bolsillo durante todo el día…  Pienso que la irrupción de los ordenadores y los teléfonos móviles en nuestra vida privada nos ha desbordado por completo, y no creo ni  por asomo que ahora seamos más felices ni que nos comuniquemos mejor que antes.
 
 
Todo este fenómeno social es un montaje lucrativo de las empresas tecnológicas, las cuales nos han puesto el “caramelito” de las grandes ventajas de estar comunicados las 24 horas del día como algo esencial en nuestras vidas… Han diseñado lo que quieren que necesitemos para que no podamos prescindir de ello en el futuro. Nos están  alienando y no hemos hecho nada por impedirlo. Nuestra sociedad, que es básicamente superflua y materialista, convierte los lujos en necesidades. Ahora si no tienes Guasap, eres poco menos que un proscrito y la gente te margina por no “estar al día”. Ya no importa la amistad en sí misma. Importa que estés conectado a la red constantemente por medio del teléfono móvil, aunque sólo sea para decir estupideces…
Lo que muchos no sospechan o no quieren ver, es que detrás de ese invento tecnológico vendrá otro que le sustituya. Ya están preparando desde un despacho de marketing publicitario lo que “vamos a necesitar” en el futuro… Así nos mantienen de por vida idiotizados con la zanahoria delante de nuestras narices, lucrándose a base de nuestra imperiosa necesidad de comunicarnos como especie social y gregaria que somos por naturaleza.
 
 
Por mi parte, no soy una persona que necesite estar constantemente comunicado, como el que tiene que estar asistido a un tubo conectado con una botella de suero para sobrevivir. Prefiero disfrutar de lo que tengo delante y charlar sin que nada me interrumpa, cosa que ya es muy difícil, pues todos los que están enganchados al móvil viven para él, siempre más pendientes de lo que está lejos que de lo que tienen enfrente.
A veces pienso que la gente debe de estar muy vacía por dentro cuando siente la necesidad obsesiva de comunicarse a cada instante por medio del Smartphone. Este artilugio se ha convertido en una prótesis inseparable de las personas. Es patético observar a todo el mundo imbuido en sus teléfonos como si buscaran ansiosamente la felicidad allí dentro.
Los parámetros que ha diseñado el móvil a principios de este siglo me parece un síntoma enfermizo de la sociedad actual. El móvil ha idiotizado a la gente, convirtiéndola en marionetas de un artilugio superfluo. Realmente me parece una esclavitud disfrazada de comodidad.
 
 
 Lo cierto es que la gente se sigue sintiendo igual de sola que antes. No ha mejorado la comunicación real, tan sólo la virtual. A pesar de Facebook, los amigos de verdad se siguen contando con los dedos de una mano.
Con los ordenadores hay que saber dónde termina la realidad y dónde comienza lo virtual. No podemos canalizar todas nuestras emociones a través de una pantalla. El riesgo de Internet es que si no lo usamos con inteligencia puede acabar cuadriculando nuestra mente.

Crisis

La crisis económica es algo que sin duda ha repercutido en todos los ámbitos, tanto a nivel nacional como internacional. En la literatura no iba a ser menos y las ventas han descendido desde hace un par de años. Pero al margen de la literatura, lo que me preocupa de todo este "pesimismo general" que estamos viviendo no es la crisis en sí misma, sino saber quién está interesado en tenernos pendientes de que suba o baje la Bolsa para desviar nuestra atención de los problemas reales de nuestra sociedad, y de esa manera tenernos hipnotizados. Nos marean con cifras y términos económicos que a la postre lo único que consiguen es desorientarnos y que perdamos toda referencia con la realidad. Los medios de comunicación se convierten en trileros que nos bombardean con noticias contradictorias las cuales terminan por anular cualquier criterio razonable.
 
 
 Antiguamente al pueblo llano se le tenía atemorizado con la religión y sus mensajes apocalípticos. En el siglo XXI los gobernantes nos meten miedo con la crisis, que al fin y al cabo no son más que números y estadísticas que basculan. Lo cierto es que nos subyugan creando un ambiente general de situación límite, cuando la realidad es que nunca hemos tenido más comodidades que ahora. Crisis fue la que vivieron nuestros abuelos en la posguerra comiendo mondas de patatas y pasando verdaderas necesidades. Ahora dicen que estamos en plena crisis, pero no conozco a nadie que haya renunciado a su teléfono móvil, ni a instalar su tdt para poder ver un montón de canales en la televisión.
 
 
Para mí la verdadera crisis es la medioambiental. Cuando empiecen a deshelarse los casquetes polares de manera irreversible, como de hecho ya está sucediendo, todas esas cifras económicas dejarán de tener sentido… Por desgracia el ser humano es así: capaz de lo mejor y de lo peor.


 
Oscar ha dirigido como locutor y guionista un programa de radio: El Bosque Encantado. Háblanos de tu experiencia en las ondas; ¿qué es lo que más te aporta para tu profesión de escritor?

Quizás el hecho de dar más relieve a tus escritos mediante una lectura oral de los textos, descubriendo que una misma frase puede ser leída con matices distintos.
La Radio te proporciona el tono y la intensidad de la que carece la lectura mental, pues a veces las palabras se quedan algo mudas si no las expresamos mediante los labios.
La Radio también te aporta ese punto de improvisación que a menudo libera a los textos de las páginas y los hace volar más libres.
 
Sabemos que te gusta la fotografía artística, ¿no has pensado utilizar en las portadas de tus libros alguna de tus fotografías?

Sí, de hecho las portadas de tercer y del cuarto libro llevarán fotos hechas por mí. No ha surgido antes porque no veía una imagen que pudiera encajar con el ambiente de la novela.
 
Háblanos de tu "Crónica Sobre la Historia del Rock"... ¿Cuál es tu grupo de rock favorito?

De esa crónica surgió la idea de mi segunda novela Efluvios Metafísicos, que de alguna manera es un homenaje a la música contemporánea en sus distintos estilos: Blues, Jazz, Rock, Pop, Folk, New Age, etc.
Desde siempre he estado rodeado de músicos, cantantes o de gente melómana apasionada con grandes colecciones de discos, por lo cual no me ha sido difícil imbuirme de lleno en dicho terreno.
En cuanto al Rock, lo he disfrutado de manera apasionada desde la adolescencia, y, aunque no tuve la suerte de experimentarlo en su época dorada por cuestiones de edad, sí que he vivido la inercia de ese movimiento unos años más tarde.
 

La lista de grupos de Rock que me han influido sería interminable... Básicamente corresponden a bandas formadas en las décadas de los 60 y los 70, que sin duda son los años más creativos la historia del Rock. Creo que los grupos que más me han marcado son Pink Floyd y Led Zeppelin. Cada cual en su estilo, me parecen las dos bandas más carismáticas que ha habido nunca. Pero no puedo dejar de nombrar a los Beatles, que supusieron una auténtica revolución. Incluso hoy en día, casi 50 años después, sus canciones no han perdido ni un ápice de frescura y vitalidad. El fenómeno beatle fue algo único e irrepetible que marcó a muchas generaciones.
 
Por desgracia, ya casi no surgen grupos y artistas con la personalidad de
Santana, Jethro Tull, The Kinks, Rolling Stones, The Who, The Doors, Grateful Dead, Don Mc Lean, Crosby, Stills, Nash& Young, Bob Dylan, Carole King, Donovan, Cat Stevens, Ten Years After, Cream, Allman Brothers, Creedence Clearwater Revival, Deep Purple, Black Sabbath, Jimi Hendrix, Frank Zappa, Fleetwood Mac, Lou Reed, David Bowie, T. Rex, Bob Marley, Queen, Genesis, King Crimson, Yes, Camel, Supertramp, Mike Oldfield, The Police, Dire Straits, U2...
 
Duendes es uno de esos escritos fantásticos que nos adentran en las peculiaridades de estos pequeños seres, concretamente, los que habitan en nuestra Sierra del Guadarrama. Quisiera saber ¿con qué duende te identificas más: campestre, montaraz o albino?

Supongo que tengo algo de cada uno. Quizá me identifico un poco más con los albinos, por aquello de que son una "rara avis" como yo...

 
Tras la “carrera de fondo” que supone escribir una novela, vemos que últimamente te has decantado por la “media distancia”. A la hora de crear narraciones más cortas, ¿utilizas otro método distinto al de la novela para desarrollar la trama o el enfoque es similar? Coméntanos algo sobre tus relatos.
 
A pesar del reto intelectual y el esfuerzo que supone enfrentarte a una composición extensa, al principio de mi carrera como escritor me dediqué de lleno a escribir novelas, quizás porque me parecía más atractivo el hecho de tener atrapado al lector durante varios días con el ambiente y los personajes creados, cosa que en el ámbito del relato resulta imposible por cuestiones de extensión. Un relato viene a ser un aperitivo comparado con el guiso caliente que es una novela de doscientas páginas. Sin embargo, después concluir mi tercera novela sentí la necesidad de experimentar con otro ritmo literario. Sin duda el relato me ofrecía un terreno idóneo para plasmar las situaciones de una forma más directa. En los relatos las descripciones se prestan a mostrarse de manera concisa, mientras que en la novela tienes que ir tejiendo poco a poco el perfil de los protagonistas. Son creaciones distintas en cuanto a extensión, pero el ámbito en el que se mueven es básicamente el mismo; de hecho muchas novelas surgen de historias cortas.
 
En todos mis relatos siento el impulso vital de traspasar las barreras de lo políticamente correcto. No me interesa la escritura placentera sin más. Siempre intento mostrar las cosas sin pelos en la lengua pegando donde más duele. Esto a menudo puede crearte problemas, pero en mis escritos me interesa más la polémica que la complacencia. Me gusta meter el dedo en la llaga yendo a contracorriente. Creo que en general todos mis relatos tienen una vuelta de tuerca y son críticos con esta sociedad hipócrita en la que vivimos.

 
Bueno, creo que va llegando el momento de centrarnos un poco en tu novela Retazos de un Bastardo... ¿Cuánto tiempo te llevó escribirla? y ¿en qué te inspiraste?

Resulta difícil contabilizar en tiempo real, desde el momento en que surge el chispazo de una historia hasta el último capítulo. Las ideas son como peces que divagan por tu cabeza y que vas plasmando en tus escritos, unas antes o después sin saber por qué, pero no necesariamente de forma lineal. Por otro lado, desde que surge algo sólido hasta que germina, puede que transcurran varios meses, pues ni tú mismo sabes si esa idea va a fructificar. Luego viene la etapa de ordenar el rompecabezas para que todo ocupe su lugar exacto evitando que haya fisuras, y ése es otro proceso imposible de medir con un calendario, pues a veces recurres a apuntes que llevaban guardados en un cajón mucho tiempo.
 

Lo que sí te puedo asegurar, es que desde que terminé la novela hasta que se publicó pasaron varios años de llamar a puertas de editoriales y de enviarla a concursos. Por cierto, hoy en día estoy totalmente en contra de los concursos. Creo que no se debe escribir para competir con nadie.
Respecto a la inspiración de la novela, todo surge por una amalgama de sensaciones que van bullendo dentro de ti, condimentadas por mil influencias: una experiencia vivida, un pasaje de otra novela, la escena de una película, la letra de una canción, un suceso real que ves en las noticias, el artículo de un periódico, un pasaje de la historia... Todo ello forma un cóctel que agitas a la par con tu imaginación hasta que surge algo coherente y con una estructura definida.

 
En tu novela Retazos de un Bastardo, defines la felicidad como "un dulce estado de ánimo pasajero". ¿Crees que sin desdicha no hay dicha?

Desde luego, todo tiene su lado opuesto. Para que haya luz y saber lo que significa, es necesario conocer la oscuridad. El caso es que las personas más baqueteadas suelen valorar mejor las cosas buenas de la vida. No se puede mantener de forma perenne un estado de dicha absoluta o de éxtasis… La vida es un camino de contrastes. Como dice Luis Eduardo  Aute, vivir es un ejercicio de gozo y dolor.
 
Reconozco que en esta pregunta tengo un interés personal, ya que hablamos de uno de mis cuadros favoritos... ¿Como se te ocurrió usar la imagen de “Saturno devorando a su hijo” en la portada de tu libro, sobre todo teniendo en cuenta que el protagonista es un pintor surrealista?

En un momento dado de la novela en el cual el pintor se haya atravesando un estado anímico tortuoso, decide plasmar en la pared de su buhardilla este cuadro de las Pinturas Negras de Goya. Saturno devorando a su hijo representa para él una alegoría freudiana de la humanidad devorando al hombre como individuo. Eso es lo que quiere expresar el pintor en su encierro tras sufrir una crisis existencial.
 
Lo que sí he comprobado con el paso del tiempo, es que la portada se ha convertido en una prueba de fuego para el lector de mi novela. Generalmente si te atrae la imagen, es que te va a gustar el contenido, y viceversa.


Recomienda tu novela a nuestros lectores...

Uf, recomendar mi propia novela es algo que me da bastante pudor... Puedo hablarte por boca de lectores que me han felicitado, diciendo cosas tan bonitas como que mi novela deja huella en el alma o que rebosa de sensibilidad e imaginación; que es una novela muy profunda y que te hace pensar sobre ti mismo; que en vez de páginas, las hojas parecen espejos que reflejan tus propios sentimientos.
 

En fin, qué más puedo deciros sobre Retazos de un Bastardo... Comentan por ahí que mi novela tiene afinidades con Kafka, Pessoa o Hermann Hesse. Al que le guste alguno de estos autores es probable que conecte con mi estilo; pero creo yo tengo mi propio sello, más cercano al tiempo que nos ha tocado vivir.

 
Una última pregunta... ¿Para cuándo tu próximo libro?

Me hallo inmerso en la redacción de once relatos que irán recopilados en un libro titulado Bajo la sombra del yinkgo biloba.
 

Estoy muy ilusionado con este proyecto y humildemente pienso que cada relato es un mundo en el que te sumerges de los pies a la cabeza. He puesto toda mi alma y mi corazón en ellos, así que espero no defraudar al lector…
 
Por nuestra parte, pediremos a los duendes y las hadas de la Sierra de Guadarrama que el deseo de Oscar se cumpla en breve y nosotros podamos verlo y contároslo desde aquí.
 
 
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 Oscar Nóbregas tomando apuntes a mano
 

 

Oscar Nóbregas (izda). Tertulia en un bar de Lavapiés


 


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 


 


FOTOS ARTÍSTICAS DE
 
OSCAR NÓBREGAS


 


 
 
 
Primer premio concurso Magnum año 2000
 


La ira de Dios





Finalista concurso de fotografía Guadarrama 2004
 
 
 























Títulos de las fotos por orden de aparición:

1. Prado en diciembre
2. Árbol desnudo
3. Río Guadarrama helado
4. Puente nevado
5. La torre en invierno





Paisajes que sugieren























































 
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Títulos de las fotos por orden de aparición:


1. Arco iris en Guadarrama
2. Vistas desde la abadía, Mont Saint-Michel
3. Sombras sobre la nieve al atardecer, Guadarrama
4. Ruinas de Recópolis al atardecer
5. Río Piedra abstracto
6. Reflejos sobre el agua, Río Piedra
7. Reflejos plateados, Salinas de Torrevieja
8. Reflejos impresionistas sobre el agua, Río Piedra
9. Reflejos en el río Dulce
10. Reflejos del sol, salinas de Torrevieja
11. Ramas sobre fondo rosado, Cala Macarela
12. Pueblo fantasma, ruinas de Belchite
13. Por encima de las nubes, sobre el Mediterráneo
14. Nenúfares sobre nubes en el río Lobos
15. Dibujos de luz sobre el agua, Menorca
16. Luna llena en el cementerio de Atienza
17. Isla Vedra bajo la bruma
18. Lago del amor, Brujas
19. Hojas de haya a contraluz
20. Gaviota volando sobre el mar, Cala Macarela
21. Cuadro abstracto de sal, salinas de Torrevieja
22. Castillo de Atienza en la noche estrellada
23. Cabo de Formentor al atardecer
24. Lluvia sobre el canal, Brujas
25. Arena tostada, Playa de Caballería
26. Arcos sobre la arena, Playa de las Catedrales
27. Arbusto sobre la nieve, Guadarrama
28. Arbusto sobre fondo marino
29. Árbol siniestro, Hayedo de Montejo
30. Árbol seco, Burgos
31. Abadía del Mont Saint-Michel


*COPYRIGHT FOTOS*
Oscar Nóbregas
 
 
 
 

 




COPYRIGHT  OSCAR NÓBREGAS

 
 

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